En la nave no hay estaciones, y la temperatura siempre es estable, alrededor de los veinticinco grados Celsius, aunque siempre aparece en los dos sistemas, Celsius y Fahrenheit, ya que algunos países como Estados Unidos de América utilizan el segundo sistema. Es una temperatura de confort y nos hace olvidarnos de las temperaturas extremas que se viven en la Tierra.

Ahora en mi país, España, es verano, y la temperatura es muy alta, cada vez son más frecuentes las olas de calor como consecuencia del cambio climático por el calentamiento global.
Hablo con mi madre y me cuenta que es casi imposible poder salir a la calle en las horas centrales del día, y que apenas se puede dormir por la noche, ya que las temperaturas apenas bajan durante la madrugada. Me acuerdo mucho de ella, este año cumplirá noventa años, está razonablemente bien pero cada día le resulta más difícil el camino. Cuando cumplió ochenta años quise dedicarle unas palabras que hoy comparto en este cuaderno.
«Nunca dejamos de ser niños, o niñas. Lo que sucede es que el paso de los años nos va poniendo mayores. Crecemos en altura, unos más que otros, nos salen pelos en la cara o nos crecen los pechos, nos cambia la voz, tenemos que estudiar más o, lo que es peor, empezar a trabajar. Sin darnos cuenta empezamos a asumir responsabilidades, nos enamoramos, nos desenamoramos, y nos volvemos a enamorar. Con un poco de suerte encuentras a alguien con quien compartir una vida, y si tienes más suerte aún resulta apasionante en su monotonía.
Angelina, nuestra madre, no ha dejado de ser una niña. Y a veces se pone triste porque ya no puede seguir jugando en la plaza de su pueblo, con sus amigas y con su hermana. Sin darse cuenta se hizo mayor y le salió una permanente de señora.
Angelina y Vidal, nuestros padres, se hicieron mayores, aunque no querían, hubieran sido jóvenes enamorados por toda la eternidad, pero crecieron, y tuvieron hijos, vaya si tuvieron hijos, e hijas. Se les llenó la casa de niños, de abuelas y de tías. Todo eso en un pueblo pequeño, de una Andalucía aún pobre y sin recursos para toda su población.
Así que dos niños, o jóvenes, fingieron que eran mayores y tuvieron que asumir todas las responsabilidades que lleva ser mayor, cuidar de sus hijos, de sus padres, de sus hermanas, de traer dinero a casa, de mantenerla limpia, de cocinar, de hacer todas esas cosas que son un rollo cuando lo que uno quiere es ser niño, o niña.
El motivo de dejar su tierra, su Andalucía, fue puramente económico, no había más remedio, tenían que salir del pueblo si querían tener alguna posibilidad de sacar adelante a su familia, ya muy numerosa. Tuvieron que hacer lo que tantos hicieron entonces y hacen ahora por unos motivos o por otros, tuvieron que dejar su tierra porque tenían que sobrevivir, por su descendencia; pocos son los que dejan atrás su tierra por voluntad para aventurarse en busca de nuevas oportunidades en lugares desconocidos donde no siempre son recibidos con los brazos abiertos.
Así que aquí a esta tierra del centro de la Península llegamos, bien recibidos, más o menos, pero en un lugar que ahora ya es nuestro.
Nuestra madre se quedó muy pronto sola, bueno ya sé que no está sola, estamos todos sus hijos e hijas, sus nietos, sus hermanos, su hermana, sus amigas. Pero estoy hablando de otra cosa. Muy pronto se fue su compañero del alma, y sí, tan temprano, con toda una vida por delante. No somos capaces, ni siquiera por un momento, de atisbar la soledad que te embarga cuando el amor de tu vida, el padre de tus hijos se va sin remedio, dejándote sola, rodeada de gente.
Y la niña, debió seguir adelante, sin su cómplice, debió seguir manteniendo a su numerosa familia, arreglándose cada vez que salía a la calle y debió estar ahí todos y cada uno de los días para sus hijos e hijas, para sus nietos y nietas, para lo que la necesiten, sin esperar nada.
Los padres somos generosos incondicionalmente con nuestros hijos, nos ponemos nerviosos si pasan las diez de la noche y no han regresado a casa y no entendemos por qué no nos llaman si van a llegar tarde o si ya han llegado a su destino después de un viaje.
Pero los hijos, no nos acordamos de llamar a nuestros padres, estamos a otras cosas, a nuestra vida. Sólo nos acordamos cuando les necesitamos, y acudimos a ellos como si fuéramos niños, o niñas, aunque sean ya muy mayores, como mi madre.
Ella, con sus defectos, pocos, y con sus virtudes, todas, ha sido un ejemplo de generosidad, siempre ha estado ahí para lo que fuera necesario, que han sido miles de veces, nunca dijo no, aunque quizás debería haberlo hecho en más de una ocasión; pero te hemos necesitado tanto y nos has dado tanto, que por mucho que quisiéramos jamás podríamos devolvértelo. Estoy seguro que tú también nos has necesitado y seguro que no hemos sabido corresponderte como tú lo has hecho.
Siempre silenciosa y presente, siempre discreta, siempre con un sonrisa en la boca, jamás una mala cara, aunque la mereciéramos, si no has hecho más ha sido porque no has podido, porque te ha resultado materialmente imposible, hemos sido tantos, somos tantos, en situaciones tan difíciles, y tú siempre ahí.
Es momento de decir bien alto lo mucho que te queremos, lo que has significado en nuestras vidas y lo orgullosos que estamos de ti».
Hoy vuelvo a leer este texto y me siento tan agradecido como hace diez años, como lo he estado con ella toda la vida. Y es algo que compartimos todos los que estamos a su alrededor.



