Magical Girl, segundo largometraje del madrileño Carlos Vermut (Diamond Flash), ha sido Concha de Oro a la mejor película y Concha de Plata al mejor director en el Festival de San Sebastián 2014.
Algo tendrá el agua cuando la bendicen, aunque a mi no me ha gustado nada; me ha parecido una película insulsa, pedante y pretenciosa y me confirma en la idea de que el lado oscuro de las cosas, y de las personas, no tiene por qué ser necesariamente su faceta más cinematográfica. Pero esto no es más que un punto de vista. A muchos colegas les ha encantado Magical Girl.
En un mundo de sombras, morbosidad, pederastia, violaciones y sadomaso– que ningún adicto al porno se frote las manos, no hay una sola escena explícita en las casi dos horas y media de proyección-, y con un guión donde se habla lo mínimo y todo son sobreentendidos, aparecen un par de soflamas panfletarias y extemporáneas (que ni añaden ni quitan nada a una historia sin apenas interés) nada menos que sobre la tópica similitud entre el hombre español y el toro de lidia (allá ellos con sus complejos) y sobre la falta de interés generalizada por el texto constitucional que, sinceramente y dado que el volumen rojo es únicamente un recipiente para sobres con dinero de chantajes, sobornos, fraudes y otras vicisitudes que padecemos a diario, no viene al caso por más verdad que encierre.
Esto es cine negro combinado con los últimos gritos de la demencia adolescente, sobre el fondo de la melodramática historia de una niña enferma incurable y un padre dispuesto a lo que haga falta para satisfacer sus caprichos, por impresentables que puedan parecer.
Decir además que José Sacristán es una vez más ese buen actor que tantas veces hemos apreciado.