La corrupción en España no es liberalismo, es la interpretación ponzoñosa que hace de él nuestra clase política, esa que viene de la prepotencia franquista.
Suso de Toro dice en eldiario.es que “la derecha española no tiene la cultura política de las derechas clásicas liberales o demócrata cristianas europeas sino que procede directamente del franquismo y encarna el descaro de los vencedores de la Guerra Civil”.
Así lo han demostrado los dirigentes y secundarios del partido gobernante, evitando condenar aquel salvaje aniquilamiento de libertades, disfrazándose de liberales, pero la toxicidad que emana de su ponzoña raíz es tan venenosa que han convertido el liberalismo clásico en corrupción, como todo lo que tocan, traicionando el espíritu liberal al tergiversar el liberalismo, ese movimiento político que surgió a finales del siglo XVII y atribuido al filósofo inglés John Locke (1632-1704), una corriente política que se oponía a la monarquía absoluta y el sistema feudal, luchando a favor de un estado laico y democrático, donde todos los individuos, independiente de su procedencia, edad, sexo, clase social o religión, disfrutaban los mismos derechos y las mismas libertades, ideario importante en 1668 con la revolución gloriosa inglesa, en 1775 con la guerra de independencia de EEUU o en 1793 con la revolución francesa, todas ellas para sustituir los privilegios hereditarios por un sistema de meritocracia, independencia o bienestar Social.
Ese liberalismo donde el individuo (en contraposición a la familia, pueblo o patria) formaba el pilar fundamental de la sociedad, y que cada uno era solamente responsable por sus propios actos. Bajo esos principios, lucharon contra la esclavitud, la aristocracia hereditaria, la religión del estado o cualquier persecución por motivos de raza, nacionalidad o religión. También reivindicaban la libertad económica, donde los intereses de unos no perjudicaban los derechos básicos de otros, y que la propiedad privada siempre estuviera adquirida por el propio esfuerzo de cada individuo.
Intentos posteriores ocurrieron en Alemania, Austria, Italia y España en 1868, con la diferencia que aquí no desapareció nada, volvieron los borbones, los privilegios de la iglesia y las dictaduras hasta 1978, pero ha sido un corto periodo de libertad siendo nuevamente truncado, esta vez de manera más sutil y torticera por los herederos ya no solo franquistas, también rancias familias como los Fabra, Pujol, Rato y otras, siempre engarzadas al poder como la tóxica cuscuta, planta parasita de los sembrados y como ella son estos liberarles, parásitos capaces de proliferar dando un sesgo diferente al liberalismo por medio de la corrupción consentida por los acólitos que medran a su sombra.
Pero de nuevo la clase media, la misma que fue protagonista antaño en los movimientos revolucionarios, es de nuevo la vanguardia que quiere recuperar lo perdido, cerca de seis millones de personas reclaman la participación ciudadana en el poder y erradicar los privilegios de unos pocos, con la intención de lograr una sociedad más justa y equilibrada para las necesidades de los ciudadanos sometidos por la corrupta dictadura financiera propia y externa, con el aparente beneplácito de un partido con parecido número de votos que surgió en el ideario de aquellas revoluciones, pero lo olvida, dudando en la necesidad de retornar a una sociedad más justa por la presión de sus privilegiados manchados por las engrasadas puertas giratorias, estado en contra cualquier atisbo de bienestar social que suponga una merma a los intereses del IBEX 35, sus verdaderos amos, repudiando y olvidando el origen de donde provienen y lo que un día defendieron.
Maldita corrupción que los vuelve amnésicos.