Cuando éramos pequeños estábamos deseando que llegara el recreo en el colegio para irnos al patio y jugar al fútbol. Improvisábamos las porterías con nuestras chaquetas o con piedras. Los días de fiesta buscábamos plazas, explanadas, atrios de las iglesias, cualquier lugar público, para echar un partidillo aunque fuese con pelotas cosidas de trapo que improvisaban nuestras madres cuando nos faltaban las de verdad. Los domingos íbamos al campo a ver los partidos, fueran de regional o de cualquier división. Apoyábamos a los equipos de la localidad pero no dudábamos en tener simpatías por otros, el Bilbao acaparaba las mayores.
Reconocíamos a los jugadores que entonces solían ser de su tierra o se identificaban con ella. No se hablaba de dinero. Se desconocía el nombre de los dirigentes del club. El fútbol era un deporte y su alcance se limitaba al campo, o a la colección de cromos o chapas con sus rostros o nombres que nos servían para jugar.
Con el tiempo el deporte fue desapareciendo, el mercado se apoderó de los clubes, gentes tan corruptas como las que medraban en otras industrias y desde luego bancos, se fueron apoderando de ellos para obtener grandes beneficios con su explotación, y al tiempo los medios de comunicación, al servicio de la publicidad, fueron llevando al «espectáculo de masas» informaciones truculentas o sensacionalistas, meros cotilleos, que ocupaban la mayor parte de sus páginas o emisiones. Y el carácter partidista empezó a lindar con lo xenófobo y violento -todo nacionalismo exacerbado termina siéndolo- y a «comer» el tiempo libre de la mayor parte de los ciudadanos convirtiendo lo que nació como deporte y ya era gigantesco negocio especulativo y sujeto a otro tipo de mafias organizadas, en pavorosa «religión» alienante a la que rendía culto la mayor parte de la población. Y así las multitudes, desprovistas cada vez más de lenguaje y pensamiento, se entregan mecánicamente a vivir casi para y por lo que creen deporte y no es sino perfecto medio para domesticar su libertad, su intimidad, su diferencia..
Gentes sin trabajo, desprovistas de derechos sociales, privadas de una seguridad médica igualitaria y eficiente, abocadas a una educación castrante y discriminatoria, cada vez más explotadas laboral y económicamente por el capitalismo más voraz de los últimos tiempos, no dudan en hacer bromas y hasta aplaudir y reconocer la «necesidad» de que a algunos de los jugadores sus clubes les paguen 20 millones de euros al año o cifras parecidas, creo que entre 50.000 y 80.000 euros diarios, por militar en «sus» equipos, ellos los creen suyos, se llamen Messi, Ronaldo, Neymar, Bale, como casos más destacados, se identifican con los equipos creyendo que son ellos, los ciudadanos, «quienes ganan», que «es su victoria», y aplauden y aceptan a la casta de dirigentes que no dudan en beneficiarse de esta situación, con turbios negocios, cuentas oscuras, especulaciones fraudulentas. Incluso si alguno es acusado o detenido, salen en su defensa. Todos los que»llevan su misma camiseta» parecen héroes.. Casta turbia que aparece mezclada a operaciones mobiliarias, bancarias, en las que colaboran para vulnerar la ley ¿qué Ley? las autoridades políticas que los cobijan. Y el vocinglerío, la barahúnda, el mal gusto que rodea este espectáculo en radios y televisiones -y algunas se dicen informativas- aturde hasta límites inenarrables a quienes desprecian el silencio, la mesura en los comentarios, la posibilidad de reflexionar lo que se ve, y ya solo se sienten seguros gritando, ondeando banderas, en el gran rebaño conducido hasta la desaparición de la libertad individual. Cuando uno de sus equipos gana algo, llámese Barcelona, Real Madrid, Sevilla, Atlético de Madrid, Valencia, o a menor escala los que ascienden de división, o la salvan u obtienen cualquier trofeo menor, acuden decenas o centenares de miles de ellos a gritar y gritar, mientras permanecen en silencio cuando día tras días les «informan» de nuevas leyes represivas, medidas económicas que atentan contra sus condiciones de trabajo, o atentados a la cultura y la libertad. ¡Triste, desalentador espectáculo el del otro día en Madrid: apenas cien personas en la puerta del Sol recordando el aniversario del 15-M y 200.000 ¡doscientas mil! como si vivieran en el mejor de los mundos porque había ganado su equipo. Neptuno, Cibeles, Canaletas, etc. etc. podrían denominarse fuentes de la desdicha y la alienación y enloquecimiento colectivo.
Recuerdo que cuando fue el Mundial de Argentina, testimonialmente participé junto a algunos grandes escritores de aquel país, Daniel Moyano, Antonio Di Benedetto entre otros, en coloquios contra su celebración por la criminal Dictadura Militar que en esos momentos allí imperaba. Y a todos nos gustaba el fútbol. Hoy me sentiría gratificado si dentro de un mes, esos trabajadores y ciudadanos que protestan en Brasil contra el mundial, consiguieran paralizarlo. Ya sé que es imposible. Pero por mucho que uno disfrute a veces viendo un partido, sin sonido eso si, y sin querer saber nada de lo que ocurre más allá de los 90 minutos que dura, sería una victoria de la razón contra la mentira, el anonadamiento de las masas.
Ah, que bello era el deporte, como nuestra infancia perdida. Y que degradante, miserable, es el nocivo espectáculo, comercial, aberrante y selvático, en que nos lo han convertido.