Ana de Luis
Si decimos Manu a cualquier colega, a nadie ya le extraña que sea Leguineche; la honestidad y la valentía puestas a disposición del cícero. ¿Quién se acuerda del tipómetro ya? ¿Acaso alguien no lo ha usado? Los que somos de la generación que aún medía, no nos podemos medir con Manu porque él era el periodismo vivo, la anticipación de la noticia y el olfato que nace para hacer bien este oficio.
No ha habido un grande que se midiera con Leguineche porque era imposible ganar más cosas que él. Era el deportista de la prensa porque todos los premios se los llevó en la carrera más larga o más corta de la historia de este país de renglones torcidos y redacciones perversas. Nadie se medía con Manu porque él escribió El Camino más corto. Su vuelta al mundo en cosa había desatado numerosas vocaciones periodísticas.
Reconocía no haber conocido una infancia feliz pero si pudo conocer la guerra y la nos la contó; desastres, conflictos, crónicas de guerra que alimentaban la imaginación de cuantos le leíamos con deseos de aprender cómo se cuenta una historia.
Manuel era un hombre bueno. No se puede hablar mal de alguien que solamente contaba lo que veía. Se apeó en la marcha de la tecnología porque ahí no llegaba su empeño. Los de la generación, grandiosa generación que medía con el tipómetro. No tenemos nada más que recordar una frase que dijera estando ya enfermo: “Estoy aquí para demostrar que todas las guerras se pierden. Solo espero que la eternidad sea una interminable vuelta a un mundo de paz aunque lleno de aventuras, o incluso mejor, una larga partida de mus en La Alcarria”.
Ya te veo jugando, vas de mano con tres pitos y pones cinco a grande, tu envite se ha aceptado por la pareja contraria… Descansa en paz maestro.