Manuel Valls, nacido en el barrio de Horta en 1962 y naturalizado francés en 1982, sin más galones que un padre catalán emigrante con posibles en Francia, un abuelo que fundó un pequeño banco en Barcelona y escribía en la prensa católica, un tío segundo autor de la letra del himno del Barça y una reciente novia multimillonaria perteneciente a la muy alta burguesía catalana, está presentando su candidatura a la alcaldía de Barcelona ante un escogido grupo de empresarios y la sonrisa desteñida y falsa del parvenu Albert Rivera.
Es verdad que su pasado político reciente está en Francia, ex baluarte socialista de Françoise Hollande (quien lo quiso como ministro del Interior y primer ministro) y valedor durante su paso por ese mismo gobierno de Emmanuel Macron (quien no lo quiso en su gobierno pero le hizo un hueco en sus listas electorales), ha hecho el tránsito desde la desleída izquierda socialdemócrata francesa al neoliberalismo de esta España de nuestros pecados (un neoliberalismo descarnado que se roza peligrosamente con la extrema derecha en temas tan sangrantes como los refugiados, la sanidad universal y una patriotería que no es patriotismo).
Y lo ha hecho después de transitar como “emparentado” por la derecha “moderna” de La République En Marche (LREM o REM, el partido que apoya a Macron, mayoritario) y ser diputado en la Asamblea Nacional por la circunscripción de L’Essonne (al sur y muy cerca de París, donde ya se han recogido más de veinte mil firmas pidiéndole que dimita y “que le vaya bien en Barcelona” ), cargo en el que se ha distinguido durante este año por ser el parlamentario de su grupo que ha participado en menos votaciones (solamente el 5 % según la biografía de Wikipedia).
Si somos europeos, somos europeos. Y no digamos ya si somos internacionalistas. Así que, de entrada, ninguna objeción a que pueda aspirar a cargos políticos en un país un ciudadano procedente de otro; más aun, ninguna objeción por mi parte a que cualquier ciudadano de cualquier rincón del planeta pretenda participar en la tarea colectiva de sacar adelante un país mediante su compromiso político y personal. Pero no es el caso.
Manuel Valls ha demostrado intentar situarse siempre pegado al vencedor, aunque no siempre haya acertado. Social liberal, licenciado en Historia por la Sorbona, masón, dos veces divorciado, padre de tres o cuatro hijos según las fuentes, y de profesión declarada “consejero en comunicación”, en 1980 apoyó a Michel Rocard frente a Françoise Mitterrand desde las Juventudes Socialistas. Desde 1988 ha encadenado cargos en las filas socialistas (en comunicación, adjuntías, concejalías, alcalde de Evry en 2001 y diputado desde 2002).
En 2003 y 2005 apoya a Françoise Hollande en los congresos de Dijon y Mans, frente a los inspiradores del Nuevo Partido Socialista, dando “respuestas diversas y asumiendo un posicionamiento autoritario, al tiempo que asegura una voluntad de reiniciar el programa socialista, pero también un cierto pragmatismo, incluso una cierta flexibilidad ideológica” (Stéphane Alliès et Donatien Huet, « Valls, Peillon, Montebourg, Hamon, une génération contrariée », Mediapart, 1 de enero 2017).
En 2006 apoya a Ségolene Royal en la primaria presidencial socialista. Reelegido alcalde de Évry en 2008, entre sus éxitos se cuentan la generalización de las cámaras de vigilancia por toda la ciudad, haber triplicado el presupuesto para armas de la policía municipal y la expulsión de los roms (gitanos rumanos y búlgaros mayoritariamente) entre otras cosas, algunas alabadas por sus concejales de distintos partidos, como la entrega y dedicación al municipio y el haber “embellecido” algunos barrios y calzadas, y otras denostadas como el aumento de la presión fiscal sobre las familias.
Perdedor de la primera vuelta de la Primaria Socialista Ciudadana del 9 de octubre de 2011, organizada con vistas a la elección presidencial de 2012, la misma noche de su derrota se une a François Hollande para la segunda vuelta y se convierte en su director de comunicación para la presidencial, consiguiendo escasa empatía entre los periodistas locales que le apodan “Konnandantur”.
Tras la victoria socialista, el 16 de mayo de 2012 es nombrado Ministro del Interior (y parece que tiene una fijación porque declara que “los roms tienen vocación de permanecer en Rumania y Bulgaria, donde van a regresar”), y hace de su compromiso en la lucha contra el racismo y el antisemitismo una cuestión no solo política, también personal. En ese tiempo está casado todavía con la violinista judía Anne Gravoin.
Convertido en Primer Ministro de Hollande en 2014, pese a que una parte de los socialistas le considera “demasiado a la derecha” (41 diputados socialistas se abstienen en la votación de su programa), el Presidente le ratifica en el cargo tras una primera dimisión del gobierno, por desacuerdos con los ministros “contestatarios” Arnaud Monteboug (hoy dedicado a la producción de miel y almendras, que vende en una plataforma de comercio participativo con la marca “Ble Blanc Ruche”) y Benoît Hamon (perdedor en la elección presidencial de 2017 frente a Macron, fundador después del partido Génération.s).
Defensor desde 2015 de la creación de un Frente Republicano e incluso de una fusión entre las listas del Partido Socialista (PS) y las de Los Republicanos (LR) de Nicolas Sarkozy para impedir que el Frente Nacional de Marine Le Pen pudiera ganar en varias regiones, Valls avanza al mismo tiempo la posibilidad de una coalición izquierda-derecha para la siguiente presidencial.
Desplazado poco a poco de la primera línea mediática por la figura emergente de su nuevo ministro de Economía, Emmanuel Macron, a pesar de que sus postura ideológicas cada vez se asemejan más, su estrategia consiste entonces en lo que es ya un clásico de la política francesa: que el Primer Ministro intente impedir que el Presidente vuelva a ser candidato, para sustituirle. El 1 de diciembre de 2016 François Hollande anuncia que ya no aspira a repetir mandato, según el periódico The Times “la decisión es el resultado sobre todo de un ‘golpe de palacio’ capitaneado por Manuel Valls” quien, un mes más tarde anuncia que será candidato en las primarias socialistas.
En la primera vuelta del 22 de enero de 2017 Manuel Valls queda en segundo lugar, tras Benoît Hamon, quien le derrota definitivamente en la repesca de una semana más tarde. El 29 de marzo, entrevistado en el canal BFMTV, Valls pide el voto para Macron en la presidencial; ese mismo día, en una entrevista en el diario L’Obs se declara dispuesto a trabajar con François Fillon (ex ministro de Sarkozy) en la hipótesis de que resulte ganador. Sin anunciar que abandona el PS, pide de nuevo el voto para Emmanuel Macron en la segunda vuelta de la Presidencial, el 18 de junio de 2017.
Después de la victoria de Macron, y cuando el PS anuncia la apertura de un procedimiento disciplinario contra Valls, por no haber apoyado al candidato oficial Hamon, el partido del nuevo Presidente se niega a nombrarle para ningún cargo, aunque le incluye en sus listas de diputados.
El 27 de junio de 2017, Manuel Valls anuncia que abandona el PS y se une a LREM como “emparentado”. Lo siguiente es la historia que conocemos. Valls merodea por Cataluña, tiene una nueva compañera sentimental que puede abrirle más puertas de las que imaginaba para hacerse un hueco en la política española, una vez que ya ha agotado la francesa. El partido Ciudadanos, que en la capital catalana no puede aspirar a nada, le quiere para alcalde de Barcelona en las próximas municipales de 2019; o quizás haya ocurrido al revés, y sea Valls quien se ha ofrecido a C’s, que le acoge con los brazos abiertos y deja de buscar lo que no encuentra.
El 25 de septiembre de 2018, Manuel Valls organiza un sarao en Barcelona, se sube a un escenario, se coloca delante de un micrófono y da la espalda a un mosaico de flores de cuatro pétalos, emblema de la ciudad, y en un catalán con musicalidad francesa proclama que quiere ser el próximo alcalde de Barcelona. Después, en entrevistas, dice que se quedara a vivir en la ciudad “pase lo que pase”, que ya está afincado y da clases en Esade.
En cuanto a la prensa gala, que no parece lamentar mucho su anunciada ausencia, se pregunta si también aquí seguirá Manuel Valls disfrutando del “servicio de seguridad vitalicio” que le paga el estado francés por su calidad de exPrimer Ministro”.