La respuesta de Rajoy a la carta de Mas ha sido la previsible y no puede sorprender a nadie. Ambos son presidentes gracias al mismo ordenamiento jurídico fundamental, aprobado en su dia democráticamente. Los dos, por tanto, están atados por su respectivo juramento a la vigente Constitución.
Los dos reclaman diálogo y lo ofrecen. Pero si el diálogo no tiene límites, los frutos del mismo jurídica y políticamente no pueden salirse de aquel marco al que se comprometieron respetar en sus respectivas funciones de gobierno. En esto, los presidentes Rajoy y Mas, están atados en su propio y solemne compromiso.
Es legítimo reclamar «radicalidades democráticas» para contraponerlas a «legalidades democráticas» siempre perfectibles.
Como lo es invocar respeto a la legalidad vigente y mientras esta no se modifique con todas las garantias democráticas. Pretender andar por otros caminos sería como desear adentrarse por senderos de desacato y rebelión.
El necesario diálogo, tan invocado, no es para esto, sino para explorar y encontrar vias para modificar el marco jurídico-político, adaptándolo a los cambios sociales y para que permita una mejor plasmación de los legítimos deseos de los ciudadanos y de los pueblos en que se integran.
En el fondo, dentro de la corrección debida, la correspondencia entre Rajoy y Mas, es totalmente discrepante. A la pirueta rebelde de Artur Mas se contrapone la postura rigurosa de Mariano Rajoy.
Si los represententes de las instituciones no respetaran sus propios compromisos con la legalidad, estarían socavando la legitimidad en virtud de la cual fueron investidos.
Socavarian, por tanto, su propia legitimidad. Deben dialogar y negociarlo todo, para modificar lo que haga falta. Lo que les está vedado, a uno y a otro, es negociar en falso; socavar la legitimidad en la que se sustentan sus cargos y quedarse (jurídica y políticamente) con el culo al aire.