Roberto Cataldi[1]
Una de las palabras que está más en auge en todas partes es «libertad». En efecto, una palabra que procura enaltecer la condición humana, nos inflama de esperanza, y esta emoción nos da energía para continuar en busca de nobles objetivos, pero lamentablemente es traficada de manera impune.
Como ser, para declarar una guerra bélica o incluso una guerra cultural combatiendo a los opositores, los críticos y los periodistas independientes.
Bajo el lema de la libertad se imponen medidas económicas que favorecen a los sectores más poderosos y se perjudica a la clase media y los sectores más vulnerables de la población.
Líderes con legiones de jóvenes tuiteros, a quienes bajan líneas para que llenen las redes sociales de violencia verbal, datos falsos, y promuevan el odio, porque la estrategia es evitar cualquier diálogo con el que no piensa como ellos, y se ufanan diciendo que son «auténticos»… Pero esta mañosa actitud no es nueva, pues, Thomas Mann, en una célebre conferencia en los Estados Unidos (1940), manifestó: «Cuando el fascismo regrese lo hará en nombre de la libertad».
Rob Riemenn señaló este retorno fascista con Donald Trump a la Casa Blanca, argumentando situaciones que no podemos ignorar: la justicia que cede ante el poder del más fuerte; los héroes reemplazados por «celebrities»; el arte y la ciencia censurados; la religión reducida a la lucha contra el aborto mientras millones de estadounidenses están en la pobreza y la desesperación sin apoyo; la educación constreñida solo a lo útil para la economía y el Estado; la información sustituida por la desinformación y la propaganda; la política convertida en mezcla de eslóganes, mentiras, odio e intereses propios; los valores morales y espirituales reemplazados por el miedo y el racismo.
En fin, Riemenn piensa que el fascismo expulsó al espíritu de la democracia, porque le teme a la verdad, la bondad, la belleza y la libertad. Estoy de acuerdo con el autor holandés. Ahora bien, que un solo hombre pueda cambiar radicalmente el orden mundial de la noche a la mañana resulta inverosímil, por más poder que tenga.
Para mí Trump es lo que en química se llama un catalizador: sustancia que aumenta la velocidad de una reacción química. En efecto, con sus decisiones aberrantes aceleró una serie de procesos económicos, geopolíticos, militares y culturales que ya venían gestándose, desde mucho antes de la pandemia.
Al punto que el capitalismo que conocimos hasta hace pocos años ahora ha mutado a un nuevo orden (más bien desorden), pero en su versión tecnofeudal corporativa según el esloveno Slavok Žižek, donde los mercados y la democracia deben adaptarse, al igual que los «siervos» en las pantallas. Mientras el francés Gilles Lipovetsky, menciona el simulacro virtual, culturalmente consagrado de una ilusión: que como individuos podemos gobernarnos a nosotros mismos… Y señala una realidad dominada por narcisismos analógicos y algoritmos digitales. Ambos autores coinciden en que Europa (no solo Europa) atraviesa una crisis de sentido.
El actual sistema socioeconómico cuyo poder y riqueza está concentrado en las grandes corporaciones tecnológicas de los Estados Unidos y China, condena al mundo a una esclavitud inadvertida, y al planeta a una devastación que puede terminar con la especie humana, como ya sucedió con otras especies desaparecidas según señala la paleoclimatología.
Un tema fundamental para la salud de cualquier democracia es el de la corrupción. Políticos y gobernantes condenan la corrupción en el discurso, pero esto no se refleja en los hechos. Como ser, en la Argentina acaba de caerse en la votación del Senado Nacional un proyecto de ley largamente esperado por la sociedad: que los condenados en la justicia por corrupción no puedan ser candidatos a cargos nacionales.
La mencionada cámara, que cuenta con numerosos senadores con problemas judiciales, amparados en la inmunidad parlamentaria (funcionaria como aguantadero), no logró la votación necesaria para cumplir con la voluntad de los votantes, porque las encuestas señalaban que más del ochenta por ciento de los encuestados estaban a favor de sanear el régimen.
Tengo entendido que en la otra orilla del río, la Constitución de Uruguay establece la inhabilitación para ejercer cargos públicos al que esté procesado por un delito. Por algo la democracia uruguaya está en los primeros lugares del continente americano.
La decepción de la población por el freno a «ficha limpia» y en consecuencia «lista electoral limpia», alcanzó hasta la Cámara de Comercio : «La integridad quedó relegada». La tolerancia de la impunidad, «debilita las instituciones, erosiona la confianza social y limita las posibilidades de desarrollo sostenible».
Está claro que sin valores, sin ética de los funcionarios, decae la democracia. Un lector del diario Clarín, escribió que ese día de la infame votación, debería establecerse cada año como el «Día del Canalla». Ya Horacio decía que, «Si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá».
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)