Matemágicas

Ana Núñez[1]

Había una vez un niño de doce años que se llamaba Matías. Era un niño bueno y aplicado, que estudiaba mucho en clase. Pero Matías tenía un gran enemigo, las Matemáticas. Era muy malo en mates, por mucho que estudiara.

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Un día, cerca ya de final de curso, llegó a su ciudad un circo.

Todos los niños hablaban de él en el colegio, sobre todo porque decían que si cruzabas sus puertas de espaldas, dando saltos y luego tirabas una moneda pequeña al suelo pidiendo un deseo, el deseo se cumplía.

A Matías le gustaba mucho el circo, pero también quería ser bueno en mates, así que les dijo a sus papás que lo llevaran para pedir el deseo.

Sus papás no creían en los deseos, los mayores nunca creen en esas cosas, pero querían mucho a su hijo, así que lo llevaron al circo, cruzaron las puertas con él, de espalda y dando saltitos, y le dieron la moneda para pedir el deseo. Luego disfrutaron juntos toda la tarde de los acróbatas y los payasos.

Cuando volvieron a casa, Matías se acordó de que con todo el nerviosismo del circo, había olvidado hacer los deberes de mates. El profesor pondría nota al día siguiente y él no podía entregar la tarea en blanco.

Cenó muy rápido, subió a su habitación y cogió su cuaderno.

Las sumas, restas, multiplicaciones y divisiones le dieron la bienvenida y, como pudo, se puso a hacer los ejercicios, que no se le daban nada bien.

Mientras borraba por sexta vez una división muy complicada, la libreta de Matías empezó a temblar sobre la mesa.

Matías soltó el bolígrafo asustado y saltó de la silla sin dejar de mirar la libreta que seguía dando saltitos en la mesa.

De repente, el número 3 que acababa de escribir se escapó de la hoja, saltó sobre la mesa y creció y creció… bueno, solo creció un poco, hasta ser del tamaño de un cachorrito de gato pequeñito.

Matías abrió la boca y casi estuvo a punto de gritar para llamar a sus papis.

—¡No tengas miedo! —dijo el número 3— Me llamo Tres y he venido porque tú eres un fracaso en mates. Entre mis amigos y yo te vamos a enseñar lo que son las mates.

El chico lo miraba todo sin poder moverse. ¿Sería un sueño?

El cuaderno empezó a temblar de nuevo y varios números saltaron a la mesa. Estaban el ocho, el cinco, el número dieciséis; en el que el uno parecía muy enfadado y gritaba llamando al seis que se había ido con el cinco.

—¡Eh, tú! —Matías posó la mirada a un número ocho bastante feúcho que le hablaba enfadado —¡A ver si me haces más redondito!

Todos los números empezaron a protestar de golpe y el pobre Matías no sabía qué hacer, hasta que Tres chistó y los calló a todos.

—¡Dejadlo ya! ¡Adentro con él! —ordenó Tres.

El chico se vio arrastrado por un montón de diminutas manitas. Vio el techo de la habitación, la luz de su lámpara de mesa, el lápiz redondo sobre la hoja en la que ahora estaba atrapado. Se le saltaron las lágrimas y estuvo a punto de ponerse a llorar.

—¡No te asustes! ¡Solo vamos a enseñarte mates! —exclamó Tres a su lado tendiéndole la mano con una sonrisa—Vas a ser parte de la cuentas. ¡Es la mejor forma de aprender!

Así pasó Matías el resto de la noche, siendo uno de los miembros de sumas, restas, divisiones y multiplicaciones. Viendo cómo el 8 se transformaba en 5 cuando le restaban 3; cómo si tenías tres caramelos y los compartías con tus tres amigos os podíais comer un caramelo cada uno.

Cuando volvió a estar sentado en su silla, tenía apoyada la cabeza sobre su libreta de ejercicios. Toda la tarea estaba terminada. Miró el reloj. Ya casi era hora de levantarse. Se había quedado dormido haciendo la tarea y ya tenía que ir al colegio.

Aquel día, durante la clase de Matemáticas, fue como si otra persona escuchara. Entendía todo lo que le decían y cuando le preguntaban contestaba sin dudar. Consiguió ese día todos los positivos que no había conseguido a lo largo del curso.

Esto se repitió los días sucesivos y sus notas de final de trimestre mejoraron tanto que hasta el profesor lo felicitó.

Sus padres estaban muy contentos y le repetían que nada había tenido que ver con el circo y el deseo, que lo que obtenía ahora era el fruto de su esfuerzo y su constancia, pero su corazón le decía que había algo más.

Además, aquella mañana después de la extraña noche con los números, cuando despertó y miró su tarea, se fijó en el número tres y casi pudo ver como una pequeña mano y un guiño acompañó a un ligero temblor en el cuaderno.

Y colorín, coloreado, este cuentecillo se ha acabado.

  1. Ana Núñez es licenciada en Biología. Amante de la literatura, escritora y cuentacuentos. Sus primeros cuentos los escribió con trece años. Sus obras van desde adaptaciones al comic (Caleórn, el Maldito; webcomic), pasando por antologías de cuentos de misterio (Ecos de Sangre; Diversidad Literaria) y novela (Sombras en la Noche; Diversidad Literaria). Actualmente está trabajando en su segunda novela, aunque también escribe relatos cortos y cuentos, cuando la inspiración lo exige.
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