Maurice Nadeau: una raza de editor en vías de extinción

El editor Maurice Nadeau, fundador en 1966 de la revista La Quinzaine littéraire, ha muerto el domingo 16 de junio de 2013, a los 102 años

Maurice-Nadeau Maurice Nadeau: una raza de editor en vías de extinción

Paris, 1947. Bajo la cúpula de la Biblioteca Nacional, en la parisina rue Vivienne, un hombre está doblado sobre su pupitre. Lanza miradas furtivas alrededor por temor a que alguien se de cuenta de los tejemanejes que lleva acabo: con la abnegación de un monje benedictino y la discreción de un agente secreto está copiando, a mano, los textos que acaba de colocarle en la mesa de trabajo un cancerbero de mirada desconfiada. Se trata de los textos del Divino Marqués, D.A.F. de Sade; han salido directamente del “infierno” de la Biblioteca Nacional, ese departamento reservado donde duermen los cientos de obras consideradas poco conformes a la moral para ser puestas en circulación, pero demasiado importantes para ser reducidas a cenizas.

El hombre es Maurice Nadeau. Tiene 35 años y una sólida reputación de francotirador. De sus repetidas sesiones de “copista”, este joven que es ya uno de los críticos literarios más influyentes de su tiempo, va a sacar un libro que abrirá una brecha definitiva en la bienpensante sociedad triunfante de la posguerra: la primera edición pública de las obras de Sade. La época autoriza las esperanzas pero sanciona a los audaces: esa antología, precedida de un largo prólogo, se retira inmediatamente de la venta. Cincuenta y cinco años más tarde, se reeditará ese texto que no fue otra cosa que la primera piedra de un edificio convertido en legendario: la casa Nadeau”. (L’Express, 2002) El editor y escritor Maurice Nadeau, fundador en 1966 de la revista La Quinzaine littéraire (*) y “descubridor” de escritores como Beckett, Miller, Soljenitsyne, Gombrowicz, Perec o Sciascia, ha muerto el domingo 16 de junio de 2013, a los 102 años. “Durante toda mi vida –declaraba a la Agencia France-Presse en 2011, cuando celebraba su cumpleaños número 100- he estado en el lugar adecuado para descubrir escritores. Yo siempre estaba al acecho, escuchaba, leía mucho, manuscritos, revistas, prensa extranjera…”

Maurice Nadeau, “el editor de lo imposible” en definición del académico Angelo Rinaldi (quien añadía: “le debo todo”), huérfano de guerra (su padre murió en Verdun) y educado por una madre analfabeta (“pobrecilla, no tuvo tiempo de vivir”), estudió en la escuela Normal Superior y antes de dedicarse a la literatura trabajó como profesor de 1936 a 1945. Militante trotskista, trabajo también en el diario Combat –fundado poco después de la liberación- del que fue director literario hasta 1951. Más tarde ejercería funciones de crítico literario en las revistas France-Observateur y L’Express. Como editor trabajó primero en las editoriales francesas Julliard y Denoél hasta que en los años 1970 creó la suya propia. Es autor de una “Historia del surrealismo” (1948), “La novela francesa después de la guerra” (1964) y “Antología de la poesía francesa” (escrita en colaboración 1970-72), además de los libros de recuerdos literarios “Grâces leur soient rendues” (1990), “Serviteur!” Y “Une vie en littérature” (2002). Para muchos lectores jóvenes, en especial franceses, el nombre de Maurice Nadeau está ligado a la publicación de “Extension du domaine de la lutte” de Houellebecq, en 1993. Para los “mayores”, fue uno de los grandes articulistas de Combat,. Para muchos más, Nadeau es el señor de La Quinzaine littéraire, 45 años al servicio de los libros.

«Maurice defiende la idea de que hacer un catálogo es por lo menos tan importante como ganar dinero”, dice también Rinaldi. Y lo mejor de todo es que consiguió que compartieran ese criterio todos los editores con los que trabajo de forma que “su catálogo” es impresionante: publicó a la mayor parte de los grandes escritores de la segunda mitad del siglo XX. “Pero Malcom Lowry –decía- es mi mayor descubrimiento. Su novela bajo el volcán es una de las historias de amor más desgarradoras que nunca he leído”. Y después se quejaba: “En cuanto consiguen el primer éxito me abandonan”.

Según Aurelie Vasseur en ActuaLitté.com, Maurice Nadeau ha tenido al menos siete vidas: alumno de la Escuela Normal (que en Francia es algo que imprime carácter), profesor durante quince años, escritor, crítico literario, director literario de colecciones, director de revistas y editor. Con Breton fundó la revista “Clé”. Luego entró en la Resistencia. “Durante la guerra, una de las maneras de resistir era escribir novelas a la americana”. Nadeau publicó una novela policíaca con el seudónimo Joë Christmas, “insipirada en ‘Luz de agosto’ de Faulkner”.

El editor vivía ahora en Paris su octava vida, rodeado por su familia y acompañado por el gato Grisby, dedicado a la editorial que fundó en 1977 y dirigiendo La Quizaine Littéraire, Tenía un vago aire a George Brasens, paseaba por su barrio, detrás del Panteón, y estimulaba el corazón pedaleando en una bicicleta estática y subiendo las escaleras del inmueble. “Veinte años hace ya, veinte años que los propietarios recogieron firmas para poner el ascensor, dos años que empezaron las obras…”,

Al principio nada parecía destinar a Nadeau a la vida que ha tenido. En los años treinta inició una carrera de profesor de instituto que optó por el comunismo, y luego por el trotskismo, obsesionado por la cercanía con el proletariado, agitando a los obreros en las fábricas. Entre mitin y panfleto comenzó a leer primero clásicos franceses, después la generación de los rebeldes con causa estadounidenses- Faulkner, Dos Passos, Ferlinghetti, Kerouac-, e incluso Kafka, recién traducidos por primera vez al francés. Con apenas treinta años conoce a André Breton, luego se hace amigo de Benjamin Péret. En 1945 publica “Historia del Surrealismo» y ya es imparable: el profesor se ha transformado en crítico, escritor y editor. En 1949 publica “Bajo el volcán” de Malcolm Lowry y la trilogía “Nexus, Plesux, Sexus” de Heny Miller. Y después llegan Lawrence Durrell, John Hawkes, Burroughs… Y “El grado cero de la escritura” de Roland Barthes, y Perec y el siciliano Leonardo Sciascia, ya en los años sesenta. ¿Errores? “Haber dejado pasar de largo a Octavio Paz y Cortázar; no haber creído en Marguerite Duras”. Todos los editores, como todos los hombres, se equivocan un día.

Crítico literario desde hace más de sesenta años: de Combat a La Quinzaine littéraire pasando por Le Mercure, Les temps modernes, France Observateur, Les Lettres nouvelles, L’Express, miles de artículos en su haber: “La crítica es una actividad superflua ya que se limita a describir, analizar, explicar, y el crítico un intermediario inútil en tanto que pretende enfrentar en el terreno neutral, que él ocupa, dos potencias previamente desarmadas: el autor y el lector”.

2011 fue “el año de Nadeau”. Cumplió 100 años y el canal cultural franco-alemán Arte le dedicó un documental, realizado por Ruth Zylberman; en el Teatro del Odeón de París se celebró una velada homenaje, el Centre National du Livre festejó su aniversario, se publicó “El camino de la vida”, una selección de sus entrevistas con Laure Adler , el alcalde París le colgó una medalla de la ciudad: “Los honores deshonran, como decia Flaubert”. ¡Vaya discurso de agradecimiento!

Tenía carácter Nadeau. No tenía, como otros editores, el síndrome de la posesión de sus autores: “Es más fuerte que yo, no puedo retenerles… Preguntad a los editores para los que he trabajado. Siempre les he hecho perder dinero. Todos, en un momento u otro, me despedían porque conmigo no ganaban dinero. Nunca he ganado nada como editor”. Pero todo el mundo reconoce “sus éxitos”, su olfato de editor a primera vista. Disfrutaba leyendo a Borges y a Kafka, con los que se sentía “en buena compañía”.

Buscando documentación para este artículo, descubrí que Maurice Nadeau era, como yo, fan del escritor catalán Enrique Vila-Matas. Así que no me resisto a reproducir lo que decía, de él y de Bolaño, en La Quinzaine Litteraire del 16 abril 2006:

“(…) Estaba, pues, leyendo “Doctor Pasavento”, la obra más reciente de Enrique Vila-Matas traducida al francés; ese autor barcelonés ex inquilino de Marguerite Duras, del que me he convertido en un admirador. Luego, volví incluso a leer al famoso Doctor, y, si bien me parece que después de la página 350, Enrique se excede un poco, no dejo de sentir la misma hipnótica admiración que por su “El mal de Montano” o sus Bartlebys. Enrique necesita un modelo, a partir del cual poder bordar, soñar, imaginar, dorarnos la píldora. Han sido Kafka en “Hijos sin miedo”, Melville, algunos suicidas ejemplares que conocía, ávidos de desaparecer, y, por supuesto, ha leído a Breton, Blanchot y algunos otros. Vila-Matas no sale de la nada, no teme dejar entrever sus fuentes.

De paso, Vila-Matas evoca al chileno Roberto Bolaño, de quien Jacques Fressard nos ha hablado recientemente en La Quinzaine. Y quien, instalado en Barcelona donde murió, a los cincuenta años, en 2003, también está obsesionado con la desaparición. No pude más que leer los primeros capítulos de “Los detectives salvajes”, novela en la que pone en escena a un grupo de jóvenes poetas mexicanos de los que supe de su existencia del todo real hace unas cinco décadas, y veo el parentesco de estos dos novelistas, Vila-Matas y Bolaño, capaces de transmutar lo que llamamos realidad no solamente en ficción, cosa que hace todo novelista, sino en lo que habría que llamar SURREALIDAD, que es algo distinto del bueno y viejo género fantástico. Algo bueno, que no tiene que ver con la autoficción de moda. Me digo que los aspirantes a narradores franceses harían bien en aprender de este español y de ese chileno. ..”

(*) La Quinzaine littéraire, revista bimensual que ha conseguido mantener su independencia desde 1966, atraviesa hoy un momento crítico y busca la forma y los medios para sobrevivir. “Ha tenido y continúa teniendo un papel esencial en la vida cultural francesa: el de vigía de la producción intelectual, y más allá el de resistente… de las connivencias y las presiones, lo que supone un gran desafío en unos terrenos –literatura, poesía, ideas, artes- donde las amistades, las redes, las fidelidades incondicionales y las obligaciones acostumbran a guiar las plumas” (Edouard Launet, Isabelle Hanne). “Que ninguna de las líneas que publique nuestro periódico sea sospechosa”, era el objetivo que se marcó, de salida, Maurice Nadeau, y que repetía en 2009 cuando celebraba la aparición del número mil.

“Nadie ha cobrado nunca las colaboraciones en La Quinzaine, porque desde el principio se comprobó que la aventura era difícil. Los compañeros de viaje tenían hermoso nombres: Beckett, Michaux, Foucault, Duras, Michon… El periódico acompañó al estructuralismo, a la disidencia en la URSS. Periódicamente le ha sacado del atolladero económico la subasta de obras donadas por Soulages, Mirò, Beckett o Nathalie Sarraute. A comienzos de los años 2000, un buen día les cayó del cielo un cheque, sin remitente, de un banco de las Bermudas.

Con una tirada de 7.000 ejemplares y la competencia de internet, le faltan dinero –pierde 6.000 euros mensuales- y lectores. Antes de morirse, Maurice Nadeau estudiaba con el resto del equipo distintos proyectos, entre ellos una nueva fórmula para el próximo otoño.

Mercedes Arancibia
Periodista, libertaria, atea y sentimental. Llevo más de medio siglo trabajando en prensa escrita, RNE y TVE; ahora en publicaciones digitales. He sido redactora, corresponsal, enviada especial, guionista, presentadora y hasta ahora, la única mujer que había dirigido un diario de ámbito nacional (Liberación). En lo que se está dando en llamar “los otros protagonistas de la transición” (que se materializará en un congreso en febrero de 2017), es un honor haber participado en el equipo de la revista B.I.C.I.C.L.E.T.A (Boletín informativo del colectivo internacionalista de comunicaciones libertarias y ecologistas de trabajadores anarcosindicalistas). Cenetista, Socia fundadora de la Unió de Periodistes del País Valencià, que presidí hasta 1984, y Socia Honoraria de Reporteros sin Fronteras.

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