Cuando hablamos de periodismo hablamos de estar ahí; Anguita, Couso, Cano, Cardoso, Carrasco, Gil Moreno, Castro, Ortega, entre nuestros colegas españoles, luego quedan los extranjeros muertos por ser testigos de la historia del mundo. Contar las cosas que suceden y dárselas a conocer al mundo; eso es el periodismo de guerra, ése era su trabajo.
Dentro de esas cosas, están las cuestiones que no alcanzan a nuestra comprensión porque en nuestro bienestar, en las silla, en las redacciones, solamente recibimos sus fotos y sus crónicas y ellos, esos periodistas que ya no están, han dado la vida por contarnos qué pasa y la entregan sin más, por amor, lealtad y porque nos honran con su trabajo.
El derecho a la información lo tenemos todos y somos los periodistas los que hemos recibido críticas y más críticas de sociedades acomodadas que creen que la prensa es solamente la rosa que se dedica a cotillear. La prensa es la que todos los días elabora informaciones y se las cuenta a usted. La que sigue pesquisas hasta dar con el quiz de la cuestión, la que está en la calle para contar qué está pasando. Solamente eso. Ahora parece que cualquiera puede escribir una noticia, cualquiera puede hacer una foto, cualquiera sube un video, y no se da valor a lo único que tiene importancia que es, saber cómo hacerlo.
Aprehender la vida desde donde es, contar al mundo lo que sucede, pasar hambre, calamidades, dolor y soledad es parte del trabajo de estas personas que no están del todo reconocidos por sus respectivos países y a veces, ni por sus propias empresas. Algunos tienen suerte y les ampara un grupo editorial y cobran un seguro, otros, los que tienen peores destinos, suelen ser freelance y lanzan al mundo lo que ven, fotografían y escuchan sin más respaldo que su cámara, su grabadora y su suerte.
Eso es la prensa, y eso es el periodismo.
Hoy sabemos cómo y sabemos qué ha sucedido: un hombre honesto que dio la vida por contar qué le pasaba al pueblo sirio amanece en el otro mundo sin más suerte que la de haber sido condenado. Nos quedamos con el hecho que ha sido decapitado, que le han pegado un tiro, que le han matado. Da igual la versión y da igual la imagen. Los periodistas sentimos que han asesinado a un colega que contó la verdad de un pueblo perseguido condenado a vivir en el terror. Barack Obama contra la pared de nuevo, sí, pero él ha muerto y el otro sigue en el despacho oval viéndolas venir. El Estado Islámico se lleva por delante a personas, y algunas, la mayoría, como saben todos ustedes son cifras que escuchamos en los telediarios pero eso no resuena cuando se escucha. Hoy tenemos un nombre que nos hace palidecer, frases que dan sus verdugos y nos hacen volver a pensar, “os ahogaremos a todos en vuestra propia sangre”. ¿De qué estamos hablando entonces?
La libertad de prensa está en ese lugar y muchas veces acaba en el mismo sitio en donde empieza a contarse todo. No tenemos con nosotros casi nunca el respaldo de los gobiernos y en este caso el hombre que más manda en el mundo tiene algo que decir cuando por ocultar fuentes, nos enfretamos a la cárcel o a una persecución sin precedentes. Esto en el primer mundo. En el otro, no hay mediación. Cuando está decidido, te cortan la cabeza sin más y a por el siguiente.
¿Estamos hablando de una Guerra Santa de nuevo allí o de un Estado de Guerra aquí? El caso es que la prensa está tocada y pretenden hundirla. Los que han nacido con raza y siguen al pie del cañón mueren jóvenes contando algo que a los demás, el resto no está en sus manos, ni les va, ni les viene, porque nada cambia si los que mandan no lo cambian. ¿Adónde vamos entonces y qué pasará tras la muerte de Foley?
A nuestro colega James Foley, a los compañeros que han muerto como él, a todos los católicos perseguidos. Gracias por seguir ahí, y gracias por contarlo. Dejáis tan alto el listón que el periodismo sigue vivo gracias a vosotros y la historia del mundo se ha alimentado de vuestras grandiosas crónicas.
Con dos cojones, diría Cela.
Descansa ya en paz amigo Foley.