Dice una vieja canción que “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”… No sé si será en el alma, pero lo que sí es cierto es que cuando acabas de irte para siempre, Manuel, algo se ha quedado vacío en los que te apreciábamos, que éramos muchos. Compañero y vecino de página en esta Web de Periodistas en Español, a la que ilustrabas diariamente con tus palabras provenientes de la Fundeu ayudándonos a comprender y escribir correctamente este idioma nuestro, el español, hoy universal, del que tal mal uso hacemos a veces los periodistas por falta de sapiencia.
Pero además de compañero eras amigo y viejo conocido desde los años de la Transición, que te tocó vivir en primera línea, en la trinchera del celuloide, con tu buen hacer profesional en distintos medios de comunicación. De entre todos ellos, que fueron muchos, me quedo con tus trabajos en “Cuadernos para el Diálogo”, aquel semanario que significó para muchos como ventana entreabierta por la que comenzaba a respirarse un poco de libertad en un país largamente mortecino.
Gracias por corregirme, Manuel, mi defectuoso alemán cuando, con mis escritos, osaba introducirse en el siempre difícil idioma de Göethe. Fuiste, como yo, emigrante en Alemania, en unos años en que algunos llegaron a definirnos a los emigrantes de aquellos años como una especie de “maletas rodantes atadas con una cuerda de esparto”… Pero lo cierto y verdad es que dejamos, junto a nuestro trabajo, nuestra impronta y algunos, como tú y yo, el amor hacia un idioma que tanto debe a Lutero, de cuyas raíces bebías, religiosamente hablando.
Y hablando de religión, me llenó de asombro cómo en uno de tus escritos, cuando comentaste abiertamente que padecías cáncer, dijiste que “confiabas en Dios y en la ciencia”. Como la ciencia no ha podido hacer nada contra esa maldita enfermedad, confío que sea el Supremo el que tenga en cuenta lo mucho bueno que hiciste en esta tierra. Debo decirte que por esas mismas fechas un ser muy querido mío también fallecía de la misma enfermedad, y confiando en ese mismo Dios moría con una estampa de san Judas Tadeo, el santo de los milagros imposibles, abrazada sobre su pecho. ¡Ay que ver la fuerza que da una creencia! Y lo digo desde mi agnosticismo actual, si bien me queda el recurso y la esperanza de que, como decía el gran político italiano Sandro Pertini, “Dios nunca abandona a buen marxista”.
Gracias, una vez más, Manuel, por habernos dado tu amistad, por tu buen hacer profesional y por lo mucho que luchaste por la libertad de este país en años tan difíciles. Eras un buen colega de profesión, compañero y amigo, un bagaje que no todos pueden portar. Te has ido, pero tu recuerdo permanece. Hasta siempre, Manuel.