Me siguen hablando de la tremenda ola de calor que afecta a mi país, España, y a otros países de Europa del Sur. Una de las consecuencias más graves están siendo los terribles incendios forestales que ahora mismo continúan en la Península Ibérica.
Hay muchas razones que explican estos desastres naturales, como el abandono del pastoreo, la limpieza de los bosques para el consumo de madera, el mantenimiento de los cortafuegos, la reducción en la inversión para la vigilancia y prevención de estos desastrosos incendios.
Pero no cabe duda que la orografía del terreno peninsular, el calentamiento global, una primavera tan lluviosa y seguida de la ola de calor que estresa y asfixia a la vegetación son motivos a no olvidar en los análisis que se deban tenerr para evitar en lo posible estos desastres naturales, muchos de ellos provocados por la negligencia humana y algunos directamente por delincuentes medioambientales.
Y mientras España se abrasa seguimos con el lamentable espectáculo de nuestros políticos acusándose mutuamente del origen y las causas de los incendios, cualquier cosa que ocurra en este país es motivo del rifirrafe político y de la polarización, que nos lleva a la población a un estado de enfrentamiento que va a acabar en un verdadero desastre.
Las competencias en la gestión de estas desgracias está clara de quién es, las Comunidades Autónomas (que da la sensación de que últimamente son especialistas en escurrir el bulto), pero el Estado también debe de estar a la altura cuando estas cosas ocurren.
Aprovechando unos días de asueto me lanzo en una lanzadera (valga la redundancia) hacia la Tierra. El viaje se hace tedioso ya que estábamos un poco lejos, pero merecería la pena, aun sabiendo que me dirigía a un infierno, por la ola de calor. Me serviría para descansar, visitar a la familia, y asistir a un evento en un lugar al que deseábamos ir desde hacía mucho tiempo, donde nos encontraríamos con la obra de una vieja amiga.
Insoportable, ciertamente. Fue salir de la aeronave y sentir una bofetada asfixiante de aire caliente, hasta el extremo de que sentías que la piel se abrasaba, los pulmones tenían que hacer un sobre esfuerzo para enfriar el oxígeno que les llegaba.

Marguerite Youcernar empezó a escribir, a trabajar, en el libro Memorias de Adriano sin haber cumplido los veinticinco años de edad, allá por 1929, la novela no la terminó hasta 1951 cuando se publicó su primera edición. Es decir Marguerite necesitó veintidós años para poder desarrollar y encontrar el punto de cómo contar la historia del buen, sabio y gran emperador.
En lengua española, la primera edición es de 1955 en Buenos Aires. La novela que yo leí correspondía a la décima reimpresión, publicada por Edhasa, de 1984 con la traducción de Julio Cortázar. Así que hace poco más de cuarenta años que la debí leer. No recordaba bien los detalles del libro, pero sí que quedé impresionado, que fue una lectura apasionante y que nos marcó.
Volver al texto era un regalo que no podía rechazar. En esta ocasión no lo leería, nos lo iban a representar en uno de los lugares más apropiados, mágicos y hermosos que se pueden encontrar en estas tierras, el Teatro Romano de Mérida. La representación se llevaría a cabo en una coproducción del Teatre Romea y el Festival Internacional de Teatro Clásico del Festival de Mérida. La obra está basada en el libro de Youcernar, con la dirección de Beatriz Jaén, y con Lluís Homar en el papel de Adriano, acompañado por Clara Mingueza, Alvar Nahuel, Marc Domingo, Xavi Casan y Ricar Boyle, en distintos papeles y roles.

Lluís Homar hace una magnífica interpretación del emperador, su voz potente y profunda nos irá acompañando mientras desgrana la carta que le dirige al que será su sucesor. Marco Aurelio. En ella hará un repaso a su vida, su juventud en tierras de Hispania, su formación, sus labores como funcionario público, sus ansias de poder, la lucha despiadado por el mismo, la sexualidad, las relaciones con el emperador Trajano, sus expediciones militares, su llegada a emperador, y cómo a partir de ese momento lo ejerce, buscando mejorar las condiciones de sus ciudadanos y una paz duradera en las fronteras exteriores (en el interior ya se encargó de sus adversarios). Y una parte importante de la representación está dedicada a su gran amor, Antinoo.
Alvar Nahuel, interpreta a un magnífico Antinoo, el gran bailarín que es, lo pone al servicio del personaje consiguiendo con Hormar unas de las escenas más logradas y emotivas de toda la representación.
Esta adaptación teatral respeta el texto de la autora, pero sitúa al personaje en un mundo actual donde las luchas de poder están al alcance de todos, los medios audiovisuales lo graban y difunden todo. El resto de personajes que aparecen por el escenario lo hacen a modo de los coros griegos o romanos, están presentes arropando o criticando al personaje, como conciencia del pueblo o como testigos. A veces me resultaron un poco excesivos, y en alguna escena incluso creo que molestan más que arropan. Sin embargo, en otras se despliegan alrededor Adriano completando y enriqueciendo el diálogo que nos dirigía.
La obra, los actores, Homar y Nahuel especialmente, el lugar, el Teatro Romano de Mérida hicieron que la representación fuera un magnífico espectáculo.
Pero el calor que hacía en el teatro a las once y doce de la noche fue insoportable, hubo momentos que creímos desfallecer, incluso entre el público hubo quien necesitó asistencia médica. Con estas continuas olas de calor la dirección del festival tendrá que tomar algunas medidas porque es muy difícil soportar y concentrarse en la representación en esa condiciones. Y es una pena.



