El 19 de abril de 2016 tuvo lugar en la librería Blanquerna de Madrid un homenaje a la escritora Montserrat Roig al cumplirse 25 años de su muerte. El acto lo organizaba AMESDE (Asociación para la memoria social y democrática educacional), presidido por Ignasi Riera.
No éramos demasiados los allí presentes, pero todos habíamos leído alguno de sus libros y compartíamos, cada uno a su manera, la admiración por su figura y su obra literaria, que truncó la temprana muerte a los 45 años. A mí particularmente me impresionó su novela Tiempo de cerezas, que leí en los años ochenta y de la que entonces extraje esta frase que me acompaña ya para siempre: «Descubrí la decepción al darme cuenta de que hombres capaces de sostener en público unos ideales que podían llevarles a la cárcel, tenían vicios inconfesables en su vida privada».
Montserrat Roig Fransitorra nació en junio de 1946 en Barcelona. Pertenecía a una familia de clase media -su padre era periodista- y ella estudió arte dramático en la Escuela Adrià Gual, compaginándolo con sus estudios de Hispánicas en la Universidad de Barcelona, donde acabaría ejerciendo como profesora de lengua catalana. Pronto alternaría la enseñanza con el periodismo en publicaciones como El País, La Calle, etc., y de 1978 a 1979, dirigió el programa de entrevistas Personatges para la televisión catalana, con increíble éxito. Falleció en 1991 en la misma ciudad en la que había nacido, a la edad de 45 años
En cuanto a su obra, en 1971 publica su primera novela Molta roba i poc sabó… i tan neta que la volem, con la que gana el premio Víctor Catalá. En 1977 gana el Premio Sant Jordi con El temps de cireres y el Premio de la Crítica Serra d’Or por Els catalans als camps nazis. En 1985 gana el Premio Generalitat de Cataluña por L’agulla daurada. Escribe Barcelona a vol d’ocell en 1987 con el fotógrafo Xavier Miserachs y a lo largo de su vida vivió en Perugia, Bristol y Leningrado.
Era guapísima y llena de estilo hasta el punto de que la tildaron de «tonta» y «pija» los mismos que luego acabaron apreciando su gran valía, su honradez intelectual y su inmensa capacidad de trabajo.
Con Ignasi Riera, estaban a la mesa Marta Pessarrodona Artigas, escritora, agitadora intelectual y amiga de Montserrat Roig, y Cristina Almeida, quien, a pesar de no haber mantenido conversaciones fraternas con ella en catalán, siente que vivieron las mismas luchas. Era una intelectual comprometida con su tiempo, feminista militante y una escritora y periodista de prestigio que no se paraba ante nada y que encabezaba manifestaciones -feministas o no- allí donde su presencia fuera necesaria.
Vivió Montserrat Roig muy deprisa, lo hizo muy pronto todo, hasta su primer hijo lo tuvo muy joven, como si intuyera de algún modo que su tiempo se iba a acabar «antes de tiempo», afirma Pesarrodona. Como si intuyera su pronto final, todo en su vida ocurría muy rápido, tenía prisa por su obra, por dejarlo todo hecho antes de morir. En cuanto a su honradez intelectual, la prueba es que, escribiendo siempre desde la óptica de la izquierda, ello no le impedía ver la realidad ni reflejarla en sus libros.
Baste como ejemplo La aguja dorada, libro escrito a su vuelta de la URSS y enormemente crítico sobre la realidad de esa sociedad, con temas que pudo comprobar de primera mano. Hay que destacar que de la URSS todos volvían cantando las glorias del Kremlin, sobre todo si habían ido como invitados, pero en Montserrat Roig su amor a la verdad y su deber de informadora prevalecían sobre cualquier agasajo.
La voz melodiosa es quizás su mejor novela -parece que están de acuerdo todos-, con los años 60 en Barcelona como telón de fondo, imprescindible para entenderlos, libro que además cuenta con una traducción al español de José Agustín Goytisolo.
Su último libro, Dime que me quieres aunque sea mentira, se lo dedica también a Barcelona y habla de la miseria de la Barcelona de hace 50 años, sus perversiones, sus desigualdades, sus malos olores. Tiempo de cerezas es la más conocida y supuso para muchos el descubrimiento de la Roig, de donde yo saco esa cita de más arriba que en su día me impresionó como un hallazgo único.
Una literatura imprescindible si se quiere conocer la segunda mitad del siglo XX, sus luchas -sigue Marta Pessarrodona-. Yo me he acordado de ella a propósito de los refugiados, no he podido evitar pensar lo que hubiera pensado, dicho y hecho ella ante este drama a las puertas de Europa. Y si Adorno dijo que a partir de Auschwitz ya no es posible la poesía, yo digo que a partir de los refugiados de hoy, ya no es posible nada. Nada.
Cristina Almeida, quien habló en último lugar, contó que ella le sacaba dos años a MR y tiene de ella la imagen de alguien a quien no le han dejado vivir el tiempo por el que ha luchado. Una injusticia en alguien tan activa que ha vivido tan intensamente en todos los frentes: «Hemos vivido juntas las mismas batallas y nos ha dejado sus libros, pero a mí me falta mucho de ella». Me pasó un poco lo que con Ovidi Montllor, qué absurdo de muerte. Y nos quedamos sordos, pero esto qué es, una muerte absurda e inútil (cáncer de mama) cuando no se muere ya nadie de eso. Era de las que no iban al médico porque no admitía la enfermedad en su vida, el parón, el tener que parar y estarse quieta no iba con ella, no creía que nada ni nadie la pudiera detener, ocupada como estaba siempre en sus luchas.
Ahí se ve también -sigue la abogada- la influencia de Virginia Woolf, muertes absurdas. «En la lucha nos encontrábamos a pesar de no haber tenido con ella esa amistad catalano parlante de la que habláis los demás», concluye Cristina Almeida, y ahora le diría: «Eres una mujer que todavía vive porque estás en las mujeres -y hombres, menos mal- que luchan desde los años 60 hasta ahora».
Nota: Curioso que no la mencione Salvador Pánikker en su Diario del anciano averiado, dado que tienen el mismo fotógrafo, Xavier Miserachs, y debieron coincidir en su amistad con Aranguren, por ejemplo, del que sí habla Salvador Pániker. Y esto es aún más llamativo porque Salvador Pániker habla y muy bien del programa de entrevistas de Bernard Pivot titulado Apostrophes,(1974-1975), del que sin duda Personatges de Montserrat Roig (1978-1979) es consecuencia.