Seguimos con las tareas rutinarias de estabilidad de la nave en nuestro rumbo en diagonal por la Vía Láctea en espera de la vuelta del personal de tripulación que está disfrutando de esta semana de pasión cristiana.
Quizás por eso mismo me venga a la memoria la visita que no hace mucho tiempo hicimos al monasterio de Santa María de Moreruela, en la provincia española de Zamora.
Ya saben de nuestra debilidad por el arte románico, aquél que se desarrolló en Europa durante los siglos once y doce, llegando en alguno lugares hasta mediados del siglo trece, un estilo que recupera las formas clásicas pero con técnicas olvidadas que hubo que reinventar, de ahí que a veces parezca más tosco que los edificios romanos de los que bebe.
La lectura del libro de José María Sadia El románico español nos había dado la pista de unos cuantos monasterios e iglesias de este arte que incluiríamos en nuestro catálogo de visitas. El título resulta un poco engañoso ya que pudiera sugerir un manual sobre este arte, y nada más lejos de serlo, sin embargo, en dos palabras de su subtítulo se encuentran las claves del libro y su gran aportación: expolio y patrimonio.
Resulta un ensayo muy entretenido e interesante sobre el expolio que han sufrido algunas iglesias y monasterios, sobre todo de Cataluña, Aragón y Castilla y León, en la primera mitad del siglo veinte.
El desconocimiento, la desidia, la incultura, la irresponsabilidad de nuestros gobernantes unida a la falta de recursos económicos, permitió que un arte extraordinario que tenemos en la península ibérica fuera expoliado por magnates norteamericanos y europeos, ayudados por marchantes sin escrúpulos bien conocedores del inmenso patrimonio.
Se levantaron frescos románicos de las iglesias con el método del strappo, consistente en el arranque de la superficie cromática para ser trasladado a otros soportes en otros lugares, así encontraremos estos frescos en museos de Madrid, Barcelona, Nueva York, Berlín,.. y a saber en cuantos lugares más de particulares adinerados y caprichosos.
El expolio no se limitó a las pinturas y demás tesoros muebles, también a los inmuebles. Dándose varios casos de desmontaje completo de iglesias y claustros para su traslado a ciudades de los Estados Unidos. Visitar estos lugares es apreciar las heridas abiertas en nuestro patrimonio.
Hay un lugar que siempre recomendamos visitar para poder entender en toda su magnitud el ultraje sufrido y poder admirar la maravilla creada y en parte perdida, es la ermita de San Baudelio de Berlanga, en la provincia de Soria, un lugar mágico.
El monasterio de Santa María de Moreruela está situado en la parte occidental de la provincia de Zamora, junto al río Esla, en el pueblo de Granja de Moreruela, pero no confundirse, fue primero el monasterio y luego el pueblo, que ciertamente hacía las veces de granja de aquél.
Ya desde el siglo diez en ese lugar u otro muy cercano existía una comunidad de religiosos, pero es en 1143 cuando Alfonso VII decide entregar una zona extensa de terreno a los monjes benedictinos para la construcción de un monasterio, que tempranamente se uniría a los benedictinos que decidieron volver a los orígenes de los postulados de san Bernardo creando la Orden del Císter, excisión de los de Cluny.
Los monasterios medievales vertebran el terreno y servían de punto de referencia según se iba avanzando en la conquista o reconquista del terreno a los musulmanes. Eran lugares autosuficientes económica y organizativamente, es decir, el abad era el máximo responsable del monasterio y toda su encomienda.
No dependían del clero local, y se reunían con sus pares, los abades de los otros monasterios una vez al año. No dejaban de ser lugares autorizados por los reyes y nobles quienes donaban terrenos y tesoros, ya que los monjes solían pertenecer a la nobleza, los hijos que no heredaban los títulos normalmente ingresaban en los monasterios.
El personal de servicio solía estar entre los conversos o siervos y en la zona todo giraba alrededor del monasterio que proveía de lo necesario para subsistir, bien por cesión de huertas, granjas, hornos, ríos para la pesca, bien por trabajar directamente para ellos.
En el monasterio de Santa María de Moreruela, a pesar de estar en ruinas, se puede apreciar por un lado toda la fuerza económica que tenían estos lugares y por otro la funcionalidad y belleza de las construcciones. En palabras de Sadia este monasterio es «un catálogo de robustez y belleza, aliados de la austeridad que proclamaba la orden de san Bernardo. Nada hay más bello que la fuerza de la sencillez».
Entrar en la iglesia del monasterio por su puerta occidental, recorrer la nave central flanqueados por las inmensa bases de las columnas que sustentaban la cubierta, hoy desaparecida, y por las dos naves laterales hasta llegar al crucero y encontrarnos con el ábside con girola y siete capillas tangenciales del estilo cluniacense que adoptarían los cistercienses, elevándose para ganar una verticalidad protogótica con sus arcos ojivales y bóvedas con nervadura, nos permiten apreciar su belleza en toda su magnitud aunque sea un espacio en ruinas, o quizás por ello seamos más conscientes de su grandeza.
Salimos al exterior y nos dirigimos a la parte posterior del abside, de la cabecera, donde creo que está el tesoro de este monasterio arruinado: contemplar la sucesión de los tres pisos del edificio con las traseras de las siete capillas, su cornisa y canecillos sujetando un tejado ascendente hasta el siguiente piso, con sus ventanas de arco de medio punto, sujetados por las columnas ornamentales adosada para llegar hasta el tercer y último piso más ligero y elegante, con ventanales más grandes que permitían la entrada a raudales de la luz matinal que iluminaba el templo, es comprender la extraordinaria obra de arte que estamos contemplando.