Muere Félix Grande: admirable y resuelta figura

Amador Palacios*

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Félix Grande

Hablo con Ángel Guinda, quien me da la fatal noticia: ¡Félix Grande ha muerto! Con sentida tristeza lo evocamos. Por encima del leve trato personal que con él he mantenido, leyendo nuestros versos frente al mismo auditorio, habiendo sido mi presentador en algún acto, comiendo juntos y viajado juntos en el mismo tren y acercándole a la estación del AVE en alguna ocasión, por encima de estas fruslerías de nuestro “mundillo” mi admiración por su poesía, su obra y su figura es inmensa, estando siempre esta llama viva en mi antorcha leal.

Félix Grande fue, sobre todo, un personaje central en la historia de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX, periodo etiquetado como “poesía española de posguerra”, es decir, el fecundo transcurso de la poética desarrollada en los años de la dictadura que sobrevino tras el traumático conflicto de la guerra civil (¡tanta tinta vertida!). Grande aparece en escena al comienzo de los años 60 con éxitos sonados y perfectos primeros libros: en el 63 obtiene el premio Adonais por Las piedras; por Música amenazada el Premio Guipúzcoa en 1965, que salió en El Bardo al año siguiente, y el Casa de las Américas, en el 67, por Blanco spirituals, publicado en La Habana ese mismo año. Estos libros quedaron compilados en el sugerente volumen Biografía, título de cabecera en la poesía de Félix Grande. Las rubáiyatas de Horacio Martín fue Premio Nacional de Poesía en 1978. El hoy pobre y gran perdedor Félix se dedicó también, con mucha solvencia, al estudio del cante flamenco; su escrito monumental Memoria del flamenco, publicado por Espasa Calpe, representa su gran saber en este terreno. No se le dio mal tampoco tocar la guitarra, habilidad que mostró en algunas de las muchas zambras a las que asistió.

Poeta comprometido con las ideas que actuaban en contra del régimen de Franco (maravilloso como testimonio del tan necesitado ambiente social es su asombroso poema “Pasos en la escalera”, de Blanco spirituals), ya en 2003 publica en Galaxia Gutenberg La balada del abuelo Palancas, entre novela y libro de memorias, donde, por una magia que nada tiene que envidiar a la narrativa de Gabriel García Márquez, el poblachón de Tomelloso queda tan fantástico como el Macondo del colombiano.

Siempre versátil, Félix Grande supo analizar también la situación de la poesía en su entorno, magníficamente plasmada en su informe Apuntes sobre poesía española de posguerra, publicado en 1970, cuando ya el panorama, el empuje dictatorial perdiendo fuerza, permitía concebir una buena visión de conjunto. Grande se sumó, asimismo, al reconocimiento de las vanguardias, y de él es la primera edición importante de los poemas de Carlos Edmundo de Ory, que permitió difundir en su justa medida las válidas enseñanzas del Postismo a través de una sustanciosa antología de la poesía de Ory que incluía muy útiles subsidios. Así de lúcida y completa ha sido la singladura literaria de este hombre que, ya dejando acuñada una trayectoria canónica, lamentablemente entregó ayer su cuerpo al mundo.

 * Artículo distribuido por Alfonso González Calero en LIBROS Y NOMBRES DE CASTILLA-LA MANCHA

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