Como Valle Inclán, el realizador catalán Isaki Lacuesta, ganador del Goya en 2011 con Los pasos dobles, considera que “la mejor forma de reflejar lo que ocurre en España es el esperpento”. Y esperpento es su última película: «Murieron por encima de sus posibilidades», una obra sobre la crisis actual, producida “en crisis”, en cooperativa por todos cuantos han intervenido en ella, y que se ha rodado a lo largo de dos años “aprovechando los huecos en las agendas de los actores”.
Comedia negra, panfleto demagógico, efectista y hasta necesario, película sobre la crisis, los bancos, la corrupción, los desahucios, los impostores, los trepas, los enchufados, el amigo del amigo del presidente y el usted no sabe con quien está hablando, «Murieron por encima de sus posibilidades» es también un largometraje desigual, con momentos brillantes y gags de una comicidad realmente espléndida, y otros mucho menos, que interpretan prácticamente todos los nombres con pedigree del cine español –de José Sacristán, Sergi López o José María Pou a José Coronado, Imanol Arias y Carmen Machi-, en papeles de distinta duración e importancia, que muchas veces más parecen cameos que partes propiamente dichas. La intención es mucho mejor que el resultado; los fallos son del guión.
En el elenco del casting figuran hasta un centenar de nombres más –entre otros Eduard Fernández, Ariadna Gil, Emma Suárez, Luis Tosar, Ángela Molina, Àlex Monner o Àlex Brendemüh- aunque los protagonistas son cinco tipos (Raúl Arévalo, Albert Plá, quien también ha compuesto la música y tiene mucho que ver en los mejores momentos de la historia, Iván Telefunken, Jordi Vilches y Julián Villagrán) ingresados en un psiquiátrico y afectados de lleno por la crisis que, sin nada que perder, idean un plan para salvar la economía que incluye salir a la caza de políticos y banqueros y el secuestro del presidente del Banco Central.
Retrato de una España que, en palabras del realizador, es “un país de locura, como la mayoría”, «Murieron por encima de sus posibilidades» es, en fin de cuentas, “una película esperpéntica y desmedida, aunque menos que lo que se puede leer en cualquier periódico”; una película que fue cobrando cuerpo con “las conversaciones escuchadas en los bares y al ver como tu librero dejaba de hablar de Montaigne para decir que quería matar a su banquero”.