A los 84 años, el veterano cineasta estadounidense Frederick Wiseman se ha metido en la National Gallery y ha realizado un documental que es como un viaje de aventura estética a través de algunas de las 2400 obras representativas de la pintura occidental, desde la Edad Media hasta el siglo XIX, que contiene esa gran institución cultural mundial.
“Una metáfora del cine a través de la pintura “ (Vicente Ostria, Les Inrocks), “un tributo a las maravillas de la expresión creativa” (Nick Schager, Village Voice), la mirada paciente y atenta de Wiseman se pasea por uno de los mayores museos de pintura clásica del mundo, se detiene en los detalles, explica las obras maestras de algunos de los grandes artistas y deja que hablen los especialistas -y los no menos especializados guías del museo- hasta facilitarnos la comprensión al situarnos en el contexto en que fue creada tanta maravilla.
Estamos ante un magnífico documental del museo londinense, una película que durante tres horas explora la pintura desde el punto de vista del cine, acercándonos a “lo más cinematográfico” de algunos autores como Da Vinci, Rembrandt, Caravaggio, Turner, Van Gogh…, al delicado y lento proceso de la restauración, la minuciosa sesión de colgado de un cuadro o las movidas sesiones del equipo directivo, discutiendo en torno a las estrategias de comunicación y marketing.
Wiseman ha confesado que lo de filmar un gran museo era un proyecto acariciado durante treinta años: “Contacté con el MET de Nueva York, pero me pidieron dinero y lo dejé pasar. Más tarde, estando invitado en casa de una amiga, en la montaña, conocí a una conferenciante de la National Gallery quien, por cierto, aparece en el comienzo de la película, junto a unos cuadros de Holbein, animando a los visitantes…”. Fue a partir de entonces cuando el proyecto adquirió forma.
No le pesan los años. Wiseman trabaja con el equipo más reducido del mundo: un cámara, un ayudante y él mismo controlando el sonido: “Cuando se tienen 170 horas de filmación para montar hay que tratar el todo como un mosaico, ir ensamblando las piezas hasta darle una forma”. Cuando puede, Wiseman hace el montaje en París, ciudad que le tiene enganchado desde su juventud.