El título Natta es algo que nunca se aclara a lo largo de la hora larga que dura el espectáculo. ¿Natta es la pronunciación por parte del payaso desdentado de la palabra Nada? Habla un idioma mezcla de otros muchos, con giros franceses y otros italianos, como aquellos personajes heréticos que recorrían la Europa arrasada en el Medievo, pero cuando pierde la paciencia, allí le sale el español más andaluz, si bien un español diluido y líquido, por su falta de dientes.
Y de ahí Natta -Nada, que es lo que nosotros entendemos como tal. Lo cierto es que nada le sale bien a este payaso gordinflón y desdentado, calvo y pelucón de nombre Renato, que debe ser también, y por más señas, instrumento ventoso y flatulento, dados los zambombazos que pega tal y como sin enterarse.
Claro, que cuando aparezca su compañera, de nombre Michelle, él nos empezará a parecer un angelito torturado por ella hasta reducirlo a la NATTA-Nada más ruidosa. ¿No es la NATTA lo que se desprende de la leche cuando ya está bien cocida? A esta criatura deforme y grotesca que se empeña en «musiquetear» con cada cosa que encuentra a su alcance, Natta le funciona a derechas. Razones no le faltan para estar más que cocido.
Su compañera acabará peor, muerta y contrahecha, cosida y revivida por él -allí mismo y sin ayuda de nadie- para sostenerse sólo sobre sus propias rodillas y así poder estar a la altura del genio.
¿Pero cómo es Natta? El inocente payaso intenta ofrecernos desde el principio un concierto y casi lo logra, para ello ha de empezar por despejar el paisaje. Esta etapa es la que más miedo da como público, pues en su afán limpiador, parece que quiere arremeter contra todo. Ya sabemos por experiencia que cuando toca limpieza, lo que hay que hacer es ahuecar el ala. Pero no. Hay mucho sufrimiento a la espera y este afán de limpieza, como en las casas, es tan sólo el preámbulo de la catástrofe que se avecina.
Renato es un pianista que, después de intentarlo con el aspirador, la escoba, el secador de pelo, la tijera y el pañito del polvo, logra por fin culminar el primer movimiento al piano. Él estaría feliz así, se le ve y se le nota cómo saluda con su panza y su encía monda y lironda. Feliz de conocerse. ¿Entonces? Pasa que el público de las terrazas quiere duetto y de ahí la necesidad de que aparezca e intervenga una violinista que, como Renato, resulta ser más payasa que música y no acaba nunca de sufrir incidentes: tos supina, artritis reumocócica con estornudos, rigidez cadavérica, artículo mortis por fin…
De todo ha de hacer Renato para aliviarla porque la necesita, sus gritos desesperados ante la pérdida son los de un buey viudo, pero aún así el «Segondo Movimento» no arranca y se atascará, parece que está maldito y así penderá sobre nuestras cabezas como algo imposible de lograr hasta el final. Un final que será muy otro al que esperábamos.
Sólo cuando Michelle regrese en una caja de cartón con mensajero y rediviva, Renato sentirá por ella algo más que la necesidad de ser dos. ¡Por el maldito duetto de las terrazas! Entonces será cuando descubramos también nosotros que la deforme Michelle tiene -tenía escondida entre tanto estornudo- una voz preciosa de «soplana» lírica y entre los dos compongan el maravilloso duetto del éxtasis con sólo mutuamente nombrarse.
La escenografía bohemia mantiene ese clima de fealdad y desorden con variedad de trastos viejos rodeando el piano que resultan útiles para las diferentes acciones. La iluminación, los trucos sonoros y los efectos especiales acentúan esa particular magia de lo desequilibrado y lo inacabado donde surge la belleza de lo monstruoso. Por fin habrá lugar para que esta extraña pareja encuentre el amor, dos criaturas que finalmente lograrán encontrarse compartiendo sus limitaciones y su corazón.
- Compañía: Teatro del Velador
- Autoría y Dirección: Juan Dolores Caballero
- Intervienen: Manuel Solano, Eva Rubio.
- Espacio: Teatro F. Fernán Gómez (Madrid)
- Fecha: 10 de enero de 2016