Esto es la felicidad. Saberse nido, reconocerse alvéolo. Disponer el útero para las próximas lluvias. Dejar que me piensen furtivamente. Colarme por debajo de las estrellas. Pulir con un canto rodado del río profundo de mi historia hasta sacarle lustre a la piel de todos mis amores imperecederos. ¿Cuántos? Nadie nos es ajeno.
Soy solamente una mujer sola aunque tenga pocos momentos sin compañía. ¡Qué hermosa se ve la ciudad sin mí! No hay más esquinas en los callejones de los barrios donde habito y nadie se pregunta qué estará pasando al otro lado de la calle. En alguna parte habrá otra guitarra esperando que mi cuerpo se deslice por su mástil acariciando sus cuerdas. Un acorde puede más que ninguna nota.
Desde este promontorio de mis anhelos puede mi mirada surcar con orgullo el país que he ayudado a construir y poblar. Te sospecho sonriéndome bajo cualquier bucare. ¿Te acuerdas de cuánto atrevimiento? ¿Un hijo, un libro, un árbol?
No estoy sola por cosas del destino, soy sola por opción. No hay peor soledad que el sometimiento. No hay mejor compañía que la comprensión. Me niego a que mi ser mujer se vincule siempre a un tipo de relación con el órgano reproductor masculino: médula o náusea. Semen o polilla.
En la vida, del pasado sólo nos cabe aprender. Por algo el pasado y el presente de la tercera persona del plural del verbo vivir se conjugan igual. Presente y pasado nos confunde en su vorágine. Y el futuro, sencillamente, no existe. No puedo pronunciar lo que viviremos.
Para que se derrame la vida en ella ofrezco la concavidad de mis manos, mi boca, mi vientre, mi corazón y, también, la hoja de papel sepia en algún diario. Vida: quiero tu nombre en mi paisaje. Exijo el golpe de tus aguas torrenciales: llévate los escombros, lava las ventanas de mi cuerpo.
Y, mejor, no pregunten por mi estado civil. Pero, si lo hacen, sólo cabe una respuesta: mujer.