No es un día cualquiera: veinte años con Pepa Fernández construyendo la familia de escuchantes

Gardel decía que veinte años no son nada. Tal vez tenía razón, aunque dos décadas pueden ser una vida natural o una vida profesional, y en este caso, creo que es una mezcla de ambas. 

El programa No es un día cualquiera, entre otras tantas cosas, ha conseguido devolver una palabra a nuestra rica lengua, escuchante; porque escuchar es mucho más que oir. Los escuchantes son aquellos que son fieles, los que esperan a las siete de la mañana en la puerta del próximo destino, los incansables que año tras año han ido participando en el Crucigramarius o en las Palabras encadenadas y los que pese a todos los pesares, encienden la radio cada fin de semana aunque sea el día de Navidad.

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Pepa Fernández en la despedida del programa «No es un día cualquiera» de RNE

La radio está viva. Más viva que nunca. Prueba de ello es que en menos de veinte minutos se ha completado el aforo del Teatro Monumental de Madrid, con personas que solo se movían por el espíritu de las ondas. Por ese medio mágico, único e incomparable han ido escuchantes de todos los puntos de España a despedir a Pepa Fernández y a todo su equipo. Para ello han pedido ayuda a todos los colaboradores que han formado parte del programa acompañados con la banda sonora de Zenet, Fetén Fetén, Helena Bianco y Miguel Rios.

Pepa Fernández ha conseguido con méritos propios que su nombre sea sinónimo de No es un día cualquiera, de fines de semana, de olor a tostadas e inevitablemente de desayunos con la radio. Porque pese al poder de la radio, este no vale nada si no tiene detrás del micrófono a una persona única, especial, con carisma, con pasión y con ese “algo”, intangible, pero que está y se percibe, que provoca que nadie pueda despegarse del transistor y que No es un día cualquiera haya sido mucho más que un programa de radio. 

No ha habido un solo programa que fuese un programa cualquiera, y eso en cuatro lustros, es heroico. Gracias al trabajo de todos los que día a día se han (pre)ocupado para lograrlo, el equipo y los colaboradores del programa. Y por supuesto, de forma especial, gracias a sus “tres chicos de oro”, José María Íñigo, José Ramón Pardo y Andrés Aberasturi, que como decía Íñigo, “estamos aquí por si hacemos falta”.  

Lo que la vida enseña, es lo que en No es un día cualquiera se aprende, y es que en veinte años cientos de invitados han dejado sus enseñanzas en las ondas para que quien estuviera atento, las hiciera propias. Además de miles de secciones y espacios en los que se ha enseñado —y hemos aprendido- que no hay palabras moribundas y que debemos, siempre que sea posible, expresarnos en español -¡leches!-; que todos los días debemos poner la lupa sobre algo; que las canciones de gasolinera siempre son algo más; que cada rincón del mundo tiene algo que contar, porque viajar es de sabios; que Radio 6 debería de poder sintonizarse; que la cultura es la única solución, porque entre cajas y cantando el Vademecum tango, encontraremos la respuesta a todo; que si se insulta debemos de hacerlo con propiedad; que hay tantas historias curiosas y macabras como muertos sean enterrados; que los efectos perversos no están tan ocultos como parece y que si observamos lo suficiente, nos daremos cuenta de que la vida, es pura poesía. 

Un programa que ha durado dos décadas, no pasará jamás desapercibido. Pepa Fernández, eres historia de la radio y es más, de la radio pública, porque No es un día cualquiera ha cumplido firmemente la misión de ser un servicio público. Ha demostrado que la radio es adictiva, generosa, que llega a todos y transmite lo que se proponga. 

Yo, posiblemente de forma egoista, -aunque me consta que no soy la única- al igual que el tango, deseo que volváis, que vuelvas. Porque hoy y siempre hay que reivindicar que No es un día cualquiera. Gracias por tanto. 

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