Mi apreciada amiga y excelente escritora Laura Castañón, cuya segunda novela tras Dejar las cosas en sus días (Ed. Alfaguara, 2012) estamos esperando con ansiedad cuantos celebramos y valoramos ese primer libro, bajó este 18 de julio de 2016 a la playa de San Lorenzo de Gijón vestida de rojo, color que indudablemente la favorece.
Lo ha hecho para recordarnos que tal día como este de julio, del que se cumplen ochenta años del golpe militar que dio paso a la dictadura franquista, no era recomendable utilizar -al menos durante la primera etapa de aquel régimen- prendas de ese color, pues muchas eran las suspicacias de la autoridad vigente acerca de las intenciones provocativas de quienes así lo hicieran.
Recuerdo que mi abuela le hizo a mi padre un jersey rojo que un grupo de falangistas consideró prenda indacuada para lucir por aquellas oscuras y penosas calendas. Esto no debía de afectar a los niños de finales de los años cincuenta, pues también consta en mi memoria de tierno colegial que mi abuela repitió color con una preciosa chaquetita de lana con cremallera, que es la que este Lazarillo lució en aquellas fotografías de las escuelas que se nos hacían sentados ante un pupitre, con el flequillo recién peinado, las flores de plástico en un jarrón, un libro entre las manos y el indispensable crucifijo.
Parecía claro que mi abuela le tenía cierto apego inquebrantable al color rojo, máxime si se repara en el precedente del susto y el disgusto que a mi progenitor le causó verse privado de su jersey, habida cuenta sus ideales republicanos. Ignorante por esos años de este hecho, que sólo llegué a saber más tarde, creo que aquella chaquetita de lana fue una de las primera prendas por las que tuve un especial cariño.