No toda la culpa es de Occidente

Roberto Cataldi¹

Los regímenes árabes fueron y son inocultablemente tiránicos, por más cosmética a la que recurran. La Primavera  Árabe no logró modificar la situación de fondo pese al cimbronazo inicial y, durante muchos años esa esperanza se circunscribió a Túnez, donde se inició la rebelión.

Cayeron dictaduras pero no se produjeron los cambios necesarios, como sostiene el poeta sirio Adonis: si no se separa la religión del Estado no hay solución porque es un problema de poder y nadie está dispuesto a dar ese paso.

En efecto, la mayoría de la dirigencia no tendría un proyecto para finalizar con esa relación, tradicional y confesional. Para peor, las intervenciones militares de Occidente que derrocaron a gobiernos laicos y dictatoriales, incrementaron las luchas interreligiosas. Lo cierto es que Occidente tolera a los dictadores si garantizan sus negocios.

A partir del ataque a las Torres Gemelas surgió la imagen del musulmán terrorista, y las sociedades occidentales comenzaron a sentir temor. Se promocionó la idea de que ellos amenazaban nuestra cultura con su estilo de vida y, no aceptarían la democracia y el republicanismo por considerarlos vicios peligrosos para las sociedades teocráticas del Islam.

Una cultura, atrasada, que se opone a cualquier manifestación de libertad personal y pretende borrar las conquistas de la Ilustración. Una islamofobia reforzada por el mismo Estado Islámico. Los yihadistas con sus crueldades atemorizan a Europa, pero fundamentalmente buscan disciplinar a los musulmanes. Ante semejante peligro hay quien sostiene que habría que iniciar una nueva Cruzada.

En el bando de los musulmanes radicalizados, amenazados por la globalización occidental, existe el temor de perder sus tradiciones y ser de nuevo sometidos. Dos relatos falsos, funcionales a los intereses geopolíticos de cada bando. De uno y de otro lado se oponen al diálogo y procuran fomentar los malentendidos.

Y para frenar un diálogo o el comienzo de una negociación razonable, nada mejor que un atentado que deje civiles muertos.

Esto va más allá de la religión. Burlas, caricaturas, profanaciones religiosas han sido las excusas para terminar con vidas humanas. Retornamos al choque de civilizaciones y, se recurre a la ignorancia y el fanatismo. Ninguna de las tres grandes religiones monoteístas declara promover la violencia, el fanatismo o la intolerancia, si bien en sus respectivas historias existen no pocos claroscuros.

Hoy los talibanes retornan después de veinte años, en medio de la pandemia, la sequía, la grave crisis económica y una hambruna que puede llegar a catorce millones de sus 38 millones de habitantes. Entre ellos hay un alto grado de analfabetismo y no conocerían en profundidad el Corán, sin embargo eso no les impide ser fanáticos y cometer crímenes.

Por su territorio pasaba la Ruta de la seda, destruida en parte por el mongol Gengis Kan, pero respetada por Marco Polo, quien seguía las caravanas rumbo al este.

La historia reciente de Afganistán, primero en manos de los rusos, luego de los talibanes, después de los norteamericanos y ahora de nuevo los talibanes, revela el fracaso.

En El librero de Kabul, de la periodista noruega Asne Seierstad que leí hace unos años, la autora dice que con la revolución comunista muchos campesinos se negaron a ocupar las tierras expropiadas porque el Corán prohíbe sembrar la tierra robada. En el 89 se retiraron los rusos pero no se alcanzó la paz porque los muyahidin (guerreros santos) no entregaron las armas, denunciaron que tras el gobierno de Kabul estaba la URSS y, en el 92 estalló la guerra civil.

Los talibanes no solo dinamitaron los budas de Bamiján, principal patrimonio cultural del país, con casi dos mil años de antigüedad, si no que impusieron dieciséis decretos abigarrados de prohibiciones que, cuando uno los lee, comprende la locura que allí se vivió.

Reemplazaron a los técnicos y expertos del Estado por los ulemas (doctores en la ley musulmana), que habrían llegado a gestionar todo, desde el negocio del petróleo y el Banco Central hasta la universidad, y pretendían volver al Siglo siete y recrear la sociedad de entonces.

Las mujeres fueron obligadas a dejar la blusa y la falda para volver a la burka. Dice Seierstad que en la guerra civil la mujer que no usaba burka podía recibir un disparo en la pierna o que le arrojaran ácido en la cara. Los casamientos todavía son arreglados dinero en mano, pues, el valor de la novia reside en la integridad del himen, así como el valor de una esposa en el número de hijos. Hoy peligran los derechos que las mujeres obtuvieron en estos veinte años, más allá de las otras barbaridades que los talibanes cometen a diario.

El ginebrino Tariq Ramadan, intelectual, «emir» y «ulema», es además un politólogo de la aristocracia islámica, y piensa que la inmigración musulmana en Europa provocará con el paso del tiempo la  renovación del Islam, a su vez la «islamización de Europa». Cree que la pena de muerte, la lapidación, los castigos corporales exigen una moratoria. Admite la separación de lo espiritual de lo terrenal, y piensa que cuando uno es inmigrante debe hablar el idioma del país, conocer las tradiciones, la historia, las instituciones y las leyes de ese país, lo cual me parece correcto. Respecto al uso del velo, muy problemático en Francia, sostiene que entre el velo y la falta de escolarización debe priorizarse la educación.

Tariq Ramadan es irritante para el poder. Estados Unidos le revocó la visa para ir a enseñar a la Universidad de Notre-Dame (Indiana), Zapatero cuando era presidente de España se negó a recibirlo, y se enfrentó con un grupo de intelectuales franceses, todos judíos, como Alain Finkielkraut, Bernard-Henry Lévy, André Glucksmann y el ex canciller galo Bernard Kouchner.  En fin, me  interesa la autocrítica que ensaya, no puedo aseverar si ésta es una posición de honestidad intelectual o si se trata de una impostura, pero tiene en claro que la falta de consciencia política de los árabes no es culpa de Israel.

Otro intelectual musulmán, Kader Abdolah, nacido en Irán pero que vive en Holanda, militó en grupos estudiantiles de izquierda y participó del derrocamiento del sah Mohammad Reza Pahlevi (1979). Kader admite haber propiciado la llegada al poder del ayatola Jomeini y, al cabo de un tiempo, comprendió que su destino era el exilio. Él sostiene que todo iraní crece en medio de la gran literatura persa y, aunque no todos sean religiosos, allí está el Corán, y resulta imposible no escribir sobre política.

Le ha sucedido lo que a muchos exiliados, adoptan la lengua del país que los cobija y terminan olvidando su propia lengua, aunque mantiene el persa sólo para escribir sus diarios. En relación al multiculturalismo,  cree firmemente en la fuerza del mismo, pone como ejemplo a Holanda, donde hoy vive más de un millón de musulmanes.

En Arabia Saudí la corona de Riad prohíbe las marchas y las huelgas por considerarlas una ofensa a Ala, satanizando distintas manifestaciones, incluso culturales, que no son antirreligiosas, desde la música y la TV hasta los deportes. Arabia Saudí en 2016 ejecutó al clérigo chií Al Nimr junto con 46 personas acusadas de terrorismo. Al Nimr fue detenido en el 2012 durante la Primavera Árabe, episodio que agravó la fractura entre suníes y chiíes, enfrentó a Riad con Irán y otros actores de Oriente Próximo.

La batalla se da en todos los frentes de la región y, ni siquiera la narrativa de ficción se salva. La novela «Una barrera viva» de la israelí Dorit Rabinyan, debido a que trata la relación amorosa entre una mujer judía y un hombre palestino, el Ministerio de Educación Israelí la prohibió como material de lectura para los alumnos secundarios, por alentar la «asimilación» y para  cuidar la «identidad».

La novela, según la escritora, revela los miedos de la sociedad israelí frente a la asimilación y en última instancia pretende ser un espejo de lo que sucede. El libro se agotó rápidamente en las librerías, quizá por la seducción que ejerce todo aquello que esté prohibido. Deberían tenerlo presente las elites dirigentes cuando quieren imponer su voluntad contra el viento y la marea.

Estamos viviendo un cambio de época, y más allá que algunos piensen que fue un error la Primavera Árabe, los reclamos de las distintas sociedades se tornan visibles. En los años sesenta alguien sostenía que los países árabes fueron colonizados porque eran colonizables…

Ha pasado más de medio siglo, asistimos a un cambio de paradigmas que muchos no registran y, en todas partes la gente reclama libertad, satisfacer sus necesidades básicas y ansía vivir en paz, como me lo han manifestado en distintos viajes por la región. Morris West dijo: «No hay Biblia, ni Talmud, ni Corán que codifique la moral del mundo moderno».

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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