Dicen que los mejores escritos surgen en noches de tormenta cuando la oscuridad oculta los verbos y hay que usar reflectores antiniebla para no perder la vía e irse dando tumbos por el acantilado de una metáfora sin fondo; dicen que las mejores ideas son las iluminadas por relámpagos que cruzan el firmamento de la posibilidad textual impulsándose con sus largos dedos de chispas, y que la justeza de los signos de puntuación es dictada por el volumen y tono de los truenos.
Tormentas naturales o anímicas; fenómenos atmosféricos o sociales; cataclismos geográficos o humanos. La sensación de peligro aviva la creatividad; la conciencia de vulnerabilidad estimula la necesidad imperativa de construir un universo de palabras para sobrevivir y, si no, al menos trascender.
Infinidad de libros son hijos de estas borrascas. Leemos sin percatarnos del tormento que pudo suponer un buen giro del lenguaje. ¡Cuánto trabajo delicado de la gubia gramática habrá sido necesario para que un diálogo fuese honesto, una imagen fuese descrita con tacto y un poema no pareciera sermón!
Mi espíritu no es “Reo de nocturnidad”, tal y como nombra Alfredo Bryce Echenique en dicha novela a Max Gutiérrez, el pobre profesor quien estando condenado a permanecer despierto le teme a la noche. ¡Para nada! Soy de las que duerme temprano y completo y pienso que si bien el refrán no funcione y dios no me haya ayudado mucho, el madrugar sí. Despierto justo a las 4.40 para afinar mi día en la frecuencia de LA y estar así a tono con la naturaleza. Luego me dejo llevar de la mano de las letras que alguien más haya hilado en su telar nocturno.
Me dejo seducir por la ciencia ficción leyendo “El paladín de la reina” de M. Belén Márquez o me sumerjo en las aguas profundas de la defensa ecológica del planeta buceando con Javier Negrete en búsqueda de la “Atlántida”, solo por citar a un par que están haciendo de las suyas aunque sin mucho apoyo de las grandes editoriales.
Frecuentemente me llaman la atención porque a mis jóvenes estudiantes no les hago leer los libros de textos escolares sino que les recomiendo “La guerra del francés. La marca del traidor” de Armado Lacueva para aprender sobre ese capítulo de la historia universal que fue la toma de Tarragona o “Emboscada en el Sinaí” esa novela de Alfred Coppel que se inicia con un epígrafe del anarquista Mijaíl Bakunin: “La pasión por la destrucción es también una pasión creativa”. Siempre me dirán que son fábulas, ¿y cuál historia no lo es?
Otros días, es el género policial el que me hace guiños y me introduzco en la negra noche de la violencia acompañando a Martin Amis en su “Tren nocturno” con clima londinense o “Galveston” de Nic Pizzolatto con ritmo de serie policial de HBO.
No puedo escaparme de las escritoras latinoamericanas: hasta Colombia, sigo a Laura Restrepo y su “Delirio” y, “La mujer habitada” de la nica Gioconda Belli, ha sido recurrencia en mis lecturas desde que en 1985 estuve muy cerquita de la lucha sandinista.
Así, pues, cuando mis noches llegan a su primer cuarto y me dispongo a dormir recostando la cabeza sobre una almohada que palpita, doy infinitas gracias por las noches ajenas, comadronas de buena literatura con la que el común de los mortales alimentamos sueños carnales, saciamos el hambre ancestral de saber, reconstruimos e impulsamos nuestro mundo, flexibilizamos el carácter, distendemos el espíritu para dar cabida a la serenidad que conlleva el placer.
Para atender a semejante comentario de Vega sera necesario, primeramente, negar el valor de la literatura o directamente que no se escriba mas nada y listo, aunque de inmediato surgiría otro mundo donde las letras reinventaran la belleza de lo cotidiano, lo vulgar, común, divertido, cruel, bello, generoso, puro e inmaculado de la palabra escrita.
Qué hermoso dibujo. Creo que los editores de Periodistas deberían considerar una sección de solo dibujos sin texto. Solo con el título del dibujo y nada más. Hay otras publicaciones electrónicas que tienen secciones así, de caricaturas y dibujos sin textos que distraigan. Sería estupendo.