Roberto Cataldi¹
En los años veinte del siglo pasado se vivieron realidades muy diferentes según el lugar donde el individuo nacía o estaba posicionado socialmente. Debido a los cambios que se produjeron en el arte, la música, el cine, la moda, las ciudades, y sobre todo la necesidad de la gente de disfrutar la vida o el presente (una suerte de Mindfulness) luego de tragedias como la Gran Guerra y la pandemia (gripe de 1918/19), se comenzó a hablar de los «felices, maravillosos y locos años veinte».
En efecto, esos años trajeron la alegría por haber alcanzado la paz, dejando atrás el temor de los ataques, adhiriéndose fervorosamente a la reconstrucción, evitando mirar a los mutilados y también olvidando a los muertos. Período de entreguerras donde se produjeron conquistas sociales de grupos marginados, mejoras en las condiciones de trabajo, cambios en las convenciones sociales y familiares, incluyendo la innovación y la experimentación que fueron favorecidas en todas las disciplinas, hasta se desarrolló la industria del ocio.
Logros que no han perdido relevancia. Sin duda fue una década de progreso, pero también de reacción, pues, el fascismo y el nazismo, entre otros movimientos autoritarios, lograron cautivar a buena parte de la sociedad del planeta.
Claro que, a diferencia del siglo pasado, los actuales años veinte no presentan el antecedente de una «Belle Époque», tampoco el de una guerra mundial o el de una pandemia que estimativamente haya matado a 50 millones de seres humanos. Por el contrario, veníamos de un prolongado y globalizado naufragio económico-financiero que nada tenía que ver con el del Titanic (1912), donde el iceberg se llevó puesto la mayor tecnología marítima de la época, con la riqueza, el lujo, el glamour que allí viajaban y, las vidas humanas que soñaban con la travesía, mientras la orquesta seguía tocando con la certeza de que el barco se hundiría.
La «Belle Époque», iniciada con la guerra franco-prusiana (1871), para algunos habría finalizado con el inicio de la Gran Guerra (1914) y para otros con el hundimiento del Titanic. En fin, una treintena de años que nos remite a una visión nostálgica, propia del «paraíso perdido». En efecto, en aquella época florecieron distintas expresiones de la cultura y el arte, surgieron movimientos políticos y sociales, el psicoanálisis, incluso deportes hoy populares como el fútbol, el golf, el ciclismo y el tenis.
No hay duda que tanto en la «Belle Époque» como en los años veinte del siglo pasado, el progreso tecnológico, la innovación y la experimentación fueron centrales, al igual que sucede en nuestros días. Sin embargo, con el hundimiento del Titanic ya habría comenzado la desconfianza en la tecnología, que hoy se actualiza, profundiza e incluso se propaga hacia otras áreas, bástenos la ciencia y la política.
La tecnología, más allá de sus reconocidos logros, se ha convertido en un riesgo existencial, por caso el algoritmo que a través de la máquina termina seduciendo al cerebro.
Martin Hilbert, experto en big data, quien habría alertado sobre el papel de Cambridge Analytica en el triunfo de Donald Trump antes de que estallase el escándalo, sostiene que las redes sociales llegan a cambiar la personalidad de los usuarios, y lo hacen a través de sus debilidades, manipulando las mentes: «Con diez ´me gusta´que des en Facebook, la inteligencia artificial te conoce mejor que tus colegas de trabajo». Hilbert dice que los dueños de Microsoft, Google, Facebook, Amazon y Apple, tienen más dinero en sus bolsillos que el cuarenta por ciento de los países, juntos.
Y en este contexto: «¿Quién gobierna a quién?». Recuerda que las leyes prohíben a un maestro, abogado, médico o sacerdote utilizar en beneficio propio la información así como las debilidades que conoce de sus alumnos, clientes, pacientes o feligreses. Es obvio que las grandes compañías saben esto, pero no por eso dejan de aprovechar esa información para hacer un negocio ilegítimo.
Hilbert cree que el problema es tan grave como el calentamiento global o la actual pandemia, y aconseja practicar la meditación, para comprender con el diálogo interior lo que sucede en nuestra mente, así como establecer un límite en lo que se recibe desde el exterior y lo que uno es. Estoy de acuerdo. Como pensaba Carl Jung, mirando hacia afuera soñamos, pero cuando miramos hacia dentro despertamos.
Otro de los problemas que estamos viviendo es el de la atención. Dicen que en los últimos quince años la avalancha de estímulos digitales redujo de doce segundos a ocho segundos la capacidad de concentración. Nos bombardean permanentemente con información y, estamos expuestos a cambiar de opinión así como de foco mucho más rápido. Si a esto le sumamos la manipulación informativa veremos el riesgo que se corre en lo que atañe a desarrollar actitudes hostiles, asumir posturas radicales o desestabilizar a las democracias.
Los políticos, ciertas elites, y los que digitan las redes sociales tratan a la sociedad como si fuese una masa tonta, que en función de las noticias, los discursos y las promesas que jamás cumplirán, puede ser conducida como se conduce un rebaño.
En estos tristes tiempos de pandemia, donde a las políticas de austeridad ya presentes en los inicios de este siglo, se le suman los estragos producidos por la COVID-19, y no faltan los que aprovechan la oportunidad para vender la ilusión de la felicidad, esto se verifica desde la política hasta la psicología, pasando por la literatura de autoayuda.
Mucha gente, en todas partes, percibe que se las tiene que ingeniar para aguantar y, a veces no lo logra, pues, son tantas las pérdidas materiales e inmateriales, así como las imposibilidades existenciales, que la buena voluntad no alcanza para alentar o divisar un horizonte de esperanza.
En efecto, desde la medicina, sobre todo la psiquiatría y la psicología, hay un alerta mundial acerca de las alteraciones del estado de ánimo y la afectividad, así como del pensamiento y las manifestaciones psicosomáticas que padece buena parte de la sociedad como consecuencia de esta pandemia, al punto que muchos expresan patéticamente el abatimiento en el plano temporal, motivacional y valorativo: «no tengo futuro, tampoco fuerzas, y no valgo nada».
Manifestaciones que deberían preocupar a las elites dirigentes, que evidentemente tienen otra agenda, ya que en la vida todo tiene un principio, un medio, y por supuesto un final…
Los que tenemos un pie en este siglo y el otro en el anterior, sabemos por experiencia personal que la complicación de la vida es un fenómeno progresivo, que a partir de las postrimerías del siglo pasado la complejización cobró mucha velocidad, más allá de que existen fuertes núcleos conflictivos que son históricos. Pero siguen saturándonos con tácticas de distracción mientras se pierden oportunidades, y se privilegia la confrontación a la cooperación. En el ámbito de la intelectualidad unos se dedican a tender trampas y otros procuramos desmontarlas. En fin, está claro que debemos enfrentar la incertidumbre con información seria.
Eric Hobsbawm (1917-2012) sostenía que la historia es el registro de los crímenes y las locuras de la humanidad, y añadía que la experiencia del Siglo veinte nos enseñó a «vivir en la expectativa del apocalipsis».
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)