Hay algunos publicistas muy creativos, sus ideas son refrescantes, tanto en relación con imágenes como en los mensajes. Agradan, reproducen formas de ser, nos transportan a otras realidades, fomentan algunos valores, unos nos arrancan una risita, otros nos asombran; hacen que evoquemos momentos agradables, son aceptables y es totalmente válido y reconocido que lo que buscan es convencer al consumidor.
Otros son aburridos, tediosos, cansones, sus ideas no atraen. Uno busca evadirlos, abstraerse de lo que están promocionando, lo que puede provocar un efecto contrario a lo que la publicidad pretende, que es persuadir sobre el beneficio que produce lo que se está promoviendo.
Por supuesto que los gustos y la clientela son diversos, pero quienes a ese negocio se dedican quieren influir y persuadir, y por eso logran que se hagan millonarias inversiones en las pautas, porque supuestamente la recuperación esperada justifica la inversión. El publicista sabe a qué público debe dirigirse. Tiene conciencia que de sus ideas y mensajes dependerá la eficacia de sus propósitos, aun cuando hay criterios diversos sobre la posibilidad de medir los resultados.
Lo cierto es que nuestras vidas están excedidas de publicidad de todo tipo y eso es que todavía no se han atrevido los políticos a intensificar su campaña propagandística que aturde y desespera. En la televisión, en la radio, en la prensa escrita, en el internet, en todos lados nos acechan imágenes, canciones, eslóganes, repeticiones que luego uno las recita mecánicamente; en fin, numerosas técnicas para martillar el cerebro hasta condicionarlo.
Hay numerosas acepciones sobre la publicidad; algunos autores señalan que es parte de un sistema de comunicación; otros que es una técnica para condicionar la mente e inducirla a lo que se le está ofreciendo; y algunos más dicen que es una industria, una estrategia comercial de las empresas. Pero siempre busca dar a conocer un producto o un servicio y, sobre todo, convencer para que se consuma. Quieren vender.
Esto no sería malo si no tuviéramos que soportar a publicistas que recurren a mensajes, imágenes o lenguaje ofensivo y degradante, como cuando publicitan artículos valiéndose innecesariamente del cuerpo de una mujer. Y la justificación es que a ellas les gusta, que hacen cola cuando hay casting.
En vísperas de la pasada navidad se publicó un repugnante anuncio de “Santa Armado”. Tenemos suficientes motivos para sentirnos alarmados como para tener que tolerar esos llamados al consumo de armamento. Hoy de nuevo la empresa hace “gala” de su imaginación para ofrecer sus productos de “primera necesidad en Semana Santa”.
Con un lenguaje chusco y ofensivo se ofertan mosquiteros, pistolas para agredirse unos a otros, ballestas, rifles que no matan pero “dejan un gran morete”. Miles de muertos al año, mujeres descuartizadas, niños asesinados en esta sociedad violenta que lo que menos necesita son esos “juguetes para hombres”. Dice la UGAP: la comunicación es capaz de desencadenar reacciones de consecuencias considerables. Y esta publicidad guerrerista, ¿generará algo positivo?