¡Y llegó el momento tan esperado! El nuevo presidente de Guatemala ha sido juramentado e inició sus actividades oficiales. La población que participó en las gestas despertó indignada, gracias a una serie de estímulos e informaciones que le provocaron tal sentimiento ante la impúdica corrupción desmedida que, con soberbia y descaro, exhibieron los anteriores gobernantes. Esa ciudadanía está atenta a sus decisiones.
Urgía también que el mal llamado gobierno de “salvación” saliera de escena. El ungido solo estaba ocupando un lugar y desarrollando actividades que no eran las que muchos esperaban de su corto mandato. No pasó sin pena ni gloria, pues sus últimas acciones evidenciaron su esencia conservadora y sacaron a relucir su reprimida postura en contra de quienes pensamos diferente.
Se inicia el gran desafío para Jimmy Morales y su equipo. Esperamos que hoy mismo empiece a orientar sus acciones para el impulso de las políticas públicas y las prioridades que le fueron recomendadas en la transición. Seguramente será en los próximos días cuando se enterará de que no cumplimos los Objetivos del Milenio, pues en la entrega del informe de Segeplán no envió a ninguno de sus cuadros a recibirlo.
De 66 metas, Guatemala solo alcanzó seis; allí, en ese documento, como en la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, podrá encontrar la realidad desnuda, la situación del 59.3 % de población que se encuentra en pobreza general y el 23.4 % en pobreza extrema, ciudadanos a los que olvidó mencionar en su alocución de toma de posesión.
Aplaudimos una de sus principales promesas, reducir la desnutrición crónica en un 10 %; el 46 % de niños menores de 5 años lo están esperando, particularmente el 61 % de niños indígenas que se encuentran en esa condición, población a la que, por cierto, tampoco se refirió.
Según los datos revelados, irónicamente aun cuando la riqueza se incrementó, también la pobreza creció, lo que quiere decir que es urgente revisar el modelo de “desarrollo”, combatir la desigualdad y hacer algo urgente, distinto a lo que se ha venido haciendo para atender a la población del área rural, olvidada sempiternamente e igualmente ignorada en su discurso. Menos mal que el arzobispo metropolitano se lo recordó en la misa de acción de gracias. Le recomendó priorizar a los pobres y a los excluidos. Ojalá lo haya oído.
El anuncio de haber obtenido Q10 millones en calidad de donación para proveer a los hospitales de medicinas, equipo e insumos, es valioso, tanto como su reconocimiento que no podemos seguir viviendo de la caridad. El problema es que las finanzas del Estado están colapsadas. Que el presupuesto aprobado no alcanza para el tamaño de las necesidades, y eso que los diputados aprobaron un poquito más de lo que él solicitó.
Este tema financiero es crucial, tanto como el combate a la corrupción. La reforma fiscal, incentivar la moral tributaria y una campaña para intentar convencer a los que deciden, sería una iniciativa audaz que él tiene posibilidades de impulsar. Cuenta con el apoyo y la credibilidad del empresariado y de buena parte de la ciudadanía, así como la elocuencia para hacerles ver que en estas decisiones se juega el futuro de todos. Ese podría ser un legado de su administración.
Urge ponernos de acuerdo como sociedad para sacar adelante el país. No es suficiente el crecimiento económico si se sigue concentrando en pocas manos. Es inaceptable la creación de empleo a costa de la dignidad del trabajador y la continuidad de los privilegios, como son las exenciones para los de siempre. Sin tomar en cuenta al 50 % de población del área rural y a la mitad de la población que constituimos las mujeres, no se puede hablar de equidad.
Necesitamos un Estado efectivo e incluyente. El presidente Morales está en condiciones de sentar las bases para construirlo.