“Fue la mayor mina de oro de Europa, no queda sino una gigantesca contaminación”. Así empieza la información publicada por el diario Le Monde (5 de diciembre de 2018) sobre la mina de Salsigne, un lugar situado a una quincena de kilómetros de la ciudad de Carcasona (departamento de Aude, sur de Francia)
Entre finales del siglo XIX y 2004, aquella mina produjo toneladas de oro, plata y cobre. También algunos empleos para los lugareños. Pero la herencia que ha dejado es extremadamente venenosa. Millones de toneladas de desechos repletos de arsénico, azufre y bismuto. Las directivas europeas sobre uso de sustancias peligrosas -que restringieron el uso del plomo- han terminado ampliándose al uso del bismuto en la industria electrónica.
Durante los años de producción de la mina de Salsigne, el arsénico, el azufre y el bismuto se localizaban en las mismas rocas de las que se extraían los metales preciosos. Durante décadas, aquellos restos se amontonaron en dos colinas que hoy tienen una altura de entre 250 y 300 metros. “El resultado es que las aguas y los suelos se enturbiaron de modo duradero en el valle del Orbiel, un río que discurre cerca”, afirma Le Monde.
A mediados de octubre hubo lluvias muy abundantes por la zona. Y crecieron mucho las corrientes de agua que esparcieron los restos de la contaminación. Esos flujos acuáticos contaminados se infiltraron –con seguridad- en las capas freáticas.
Una de las dos colinas antes citadas, conocida por el nombre de Artus, parece hoy una pequeña elevación más bien árida. Alberga diez millones de toneladas de arenas contaminadas. Un dos por ciento de su contenido es arsénico. En la segunda colina, conocida como Pech de Montredon, se estima que el porcentaje de arsénico está entre el 5 y el 10 por ciento.
Apenas unos carteles con la mención “Accès interdit” (prohibido el paso) sugieren al visitante que esos cerrillos no son nada naturales y tienen particularidades amenazantes. Los millones (sí, millones) de toneladas de desechos de la mina de Salsigne no son biodegradables.
Y cuando las aguas se infiltran en esos suelos, se atiborran de arsénico. Una buena parte de los flujos acuáticos llenos de polución van a dar al cercano Orbiel, un afluente del río Aude. Éste es un río mayor que pasa cerca de Carcasona para ir después a desembocar en el Mediterráneo.
Impotencia ante la contaminación
Una parte de esas aguas contaminadas son tratadas en una estación depuradora. Sin embargo, su corriente final termina en el Orbiel con unos porcentajes de 600 microgramos de arsénico por litro. Le Monde precisa que esa cantidad supera 60 veces el nivel aceptable de potabilidad del agua.
Las autoridades han previsto zonas de almacenaje (de nuevo en forma de colina). Pues bien la de Montredon mide hoy 27 metros más que en 1994. Hace veinte años se llevaron a cabo tareas de “mejora”. Resultado: aparecieron quiebras y agujeros por los que las aguas contaminadas por el arsénico circulan sin mayores obstáculos.
El 15 de octubre pasado (2018), cuando las corrientes de la zona crecieron por las intensas lluvias que hubo en la región, una parte del Orbiel enrojeció.
En 2013, la corriente de un pequeño canal destinado al riego -que circula en paralelo al Orbiel- también se puso de repente rojo. La alerta ciudadana impulsó el rápido análisis del agua. Sólo había 20 microgramos de arsénico por litro, según la Prefectura (delegación del Gobierno, en Francia). Una cantidad que el prefecto de entonces, Eric Freysselinard, consideró “un nivel natural”.
Tras la denuncia formal de las asociaciones Vecindad de Salsigne y Tierras de Orbiel, otros análisis publicados entonces (2013) por el diario Le Midi Libre (y por el semanario satírico Le Canard Enchaîné dejaron claro que los niveles de arsénico eran muy superiores a las normas de potabilidad del agua definidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La cifra que publicó Le Canard Enchaîné da vértigo: 4469 microgramos por litro de agua. Esa ponzoña procedía de uno de los lugares previstos para el almacenaje de la basura minera (de Montredon). Está sólo a unos dos kilómetros de distancia. La mentira del prefecto Freysselinard le costó el puesto. Fue destituido, aunque recibió un buen puesto de recambio en otra instancia de la Administración francesa.
François Espuche, de otra asociación (Gratte Papiers) que lucha contra las mentiras administrativas de la minería, declaró lo siguiente: “A la vista de la legión de ‘expertos’ incapaces de idear una solución definitiva en Montredon; ni siquiera para una década al menos, es ilusorio pensar que puedan hacerlo en veinte mil años”.
Los huertos cercanos de Conques-sur-Orbiel sufrieron la destrucción por la riada de mediados de octubre. Ahora, además, es posible que hayan quedado perennemente envenenados por el arsénico de las capas de tierra reventadas por la violencia de las últimas lluvias otoñales.
Las autoridades locales no se atreven a prohibir del todo los productos agrícolas de la zona. Sin embargo, la autoridad sanitaria recomienda “limitar el consumo de verduras y legumbres por su mayor capacidad para concentrar los metales del subsuelo”. Entre las verduras poco recomendadas allí, estarían hoy las espinacas, las lechugas, los puerros y las coles.
Las riadas en el valle del Orbiel son recurrentes. Y dejan claro el peligro si se repasan los años de periódicas crecidas del agua: 1999, 2001, 2005, 2017 y 2018. Los cronistas más viejos del lugar citan especialmente los años 1891 y 1930, cuando la mina estaba en funcionamiento. 2018 ha vuelto a ser terrible.
Naturalmente, en una comarca que tiene tradiciones mineras, los sentimientos de los mayores son ambivalentes. Y no faltan los favorables a los “buenos viejos tiempos”. No tenemos cifras de muertos por accidentes mineros. Tampoco una estadística clara de fallecidos por cáncer en la zona, especialmente desde el cierre de la mina de Salsigne.
Annie Thébaud-Mony, oncóloga del INSERM (Institut National de la Santé et de la Recherche Médical), declara a Le Monde : “Es evidente que los ciudadanos siguen en contacto con esa contaminación ambiental cancerinógena. Y no hay un verdadero seguimiento epidemiológico del problema”.
Sobre la mina de Salsigne, su explotación y su cierre final, opina de un modo muy pesimista el Presidente de la Asociación de Defensa de los Vecinos de Salsigne, Guy Augé: “Lo que sucede aquí prueba que el Estado no controla (tampoco) lo que sucede después del cierre de la mina”.
Según el diario La Dépêche du Midi (27 de marzo 2018) Francia debate una nueva normativa minera que tenga más en cuenta los riesgos colectivos de la minería. Ese periódico publica lo siguiente: “Aquí, los perjuicios sobre las poblaciones afectadas y sobre otras colectividades son muy reales”. Según representantes de varios municipios aquella zona, son también perjuicios “financieros porque nuestros bienes pierden valor, valen menos de la mitad en las áreas más expuestas, y las prohibiciones son enormes: llegan hasta prohibir todas las barbacoas en el jardín. Y son medidas que bajan la moral de los habitantes que se enfrentan a hechos consumados sin ningún acuerdo previo por su parte. Tenemos la impresión de que nos toman por imbéciles”.
Durante este mes de diciembre, una reunión de expertos, autoridades y asociaciones ha evaluado de nuevo la situación. Un nuevo encuentro está previsto en el primer trimestre de 2019, pero nadie cuestiona ya que el valle del Orbiel sufre una contaminación duradera por causa de una mina cerrada hace quince años.
En Orbiel, el dilema se concreta incluso en el debate etimológico. Según unos, Orbiel significa “oro viejo” en langue d’oc (francés del sur); según otros, Orbiel viene de “olibegium”, concepto latino que originariamente significaría “la senda de los olivos”. Otra ilustración -tan etimológica como ecológica-del choque entre los mitos del oro y la realidad del impacto de su explotación minera en el medio natural.
Quienes defienden proyectos mineros en Extremadura deberían tomar nota de estas realidades. En el ámbito local son más sensibles y la presión ciudadana se deja sentir sobre alcaldes y concejales, pero esa presión disminuye cuando se tarta de poderes autonómicos. Veremos por dónde sale Fernández Vara.