Con incredulidad, desconfianza y escepticismo fue recibida la noticia, la filtración, mejor dicho, del proyecto del plan de paz para Oriente Medio elaborado por la Administración Trump.
Se trata, en realidad, de una iniciativa destinada a resolver, de una vez por todas, el conflicto israelo-palestino, the deal of the century, como lo llama el actual inquilino de la Casa Blanca. La expresión podría traducirse por el acuerdo del siglo, o, conociendo la jerga empleada por Donald Trump, por negocio del siglo.
La filtración del borrador se produjo hace unos días, cuando la publicación árabe Al Monitor, editada en Washington por un grupo de catedráticos, políticos y altos directivos de empresas multinacionales, tuvo acceso a lo que podría ser la versión definitiva de la iniciativa de la Administración norteamericana.
Huelga decir que el poco original documento recoge algunas ideas que figuran en las decenas de propuestas elaboradas en las últimas siete décadas. Un coctel un tanto explosivo, que debería contentar a las partes, pero que los politólogos occidentales encuentran poco convincentes.
Se cree que el aún no publicado documento oficial se dará a conocer en la primera quincena de abril, después de la celebración de las elecciones generales israelíes.
Detalle interesante: el plan de paz de la Casa Blanca contempla la división de Jerusalén en tres sectores. Israel controlaría el sector occidental de la ciudad, así como los barrios judíos situados en la parte oriental (árabe). Por su parte, la Autoridad Palestina o, mejor dicho, el futuro Estado palestino, podría establecer su capital en Jerusalén Este, es decir, en el corazón de la llamada capital eterna e indivisible de Israel. Algo que el establishment político hebreo difícilmente podría aceptar, sobre todo teniendo en cuenta que la nueva entidad estatal palestina abarcaría parte de Jerusalén, una gran extensión de Cisjordania y la Franja de Gaza.
El tercer sector, que quedaría bajo control internacional, comprendería la Cuenca Sagrada de la milenaria ciudad, que engloba la Ciudad Vieja, el Monte de los Olivos y el barrio árabe de Silwan, antigua sede de la Administración colonial británica reconvertida, después de 1947, en cuartel general de las Naciones Unidas. La propuesta recuerda, extrañamente, el tristemente célebre Plan de Partición elaborado por las Naciones Unidas en 1947 y rechazado por los sucesivos Gobiernos israelíes.
Parece muy improbable que los políticos hebreos acepten la propuesta de la Administración estadounidense, ya que ello supondría reconocer la doble capitalidad de Jerusalén e, implícitamente, la cosoberanía del Estado Palestino. Por otra parte, quedarían bajo control internacional los dos lugares sagrados del judaísmo: el Muro de las lamentaciones y el cementerio del Monte de los Olivos.
Finalmente, la perspectiva de la división de Jerusalén en tres sectores, perturbaría la política israelí y dañaría al futuro Gobierno del Estado Hebreo.
Más compleja, complicada y dolorosa sería la cesión de territorios en Cisjordania. El plan de Trump prevé el establecimiento del Estado Palestino sobre el 85 – 90 por ciento de Cisjordania, garantizando la soberanía (extraterritorial) israelí sobre los asentamientos ilegales. En este contexto, conviene recordar que los territorios supuestamente administrados por la Autoridad Nacional Palestina (Cisjordania y Gaza) tienen una extensión total de 6.242 Km2, lo que representa un escaso 22,9 % de la Palestina histórica. Si se descuentan las tierras ocupadas por los asentamientos, este porcentaje queda reducido al 16,03 %. Y si se añade una reducción del orden de 10 a 15 % prevista por la propuesta de Trump, el futuro Estado quedaría reducido en su más mínima expresión.
Aparentemente, el documento facilitado por Al Monitor tiene bastantes visos de credibilidad. Subsiste, sin embargo, el interrogante: ¿se trata de una versión definitiva? ¿De un globo sonda? ¿De un intento de manipulación mediática?
Llama la atención el hecho de que el actual presidente de Al Monitor es Andrew Parasiliti, un alto cargo de la Rand Corporation, prestigioso gabinete de estudios que suele elaborar los planes estratégicos de la Administración estadounidense.
Y, por ende, cabe preguntarse: ¿qué estratagema piensa emplear Donald Trump para persuadir a israelíes y palestinos que el acuerdo del siglo es, en definitiva, su negocio del siglo?