Sergi Pàmies ha vuelto a escribir un magnífico libro de relatos. El arte de llevar gabardina son trece cuentos que uno ha leído en apenas dos días de lectura ensimismada, de relectura de pasajes inolvidables, de descubrimiento una vez más de la razón por la que uno lee. Porque yo leo para ver cómo los buenos escritores transforman la realidad a su manera, tal y como Pàmies subraya en uno de sus relatos, el titulado ‘Villancico maternofilial’.
En el cuento ‘Sobre la realidad de los novelistas’ hay uno, un novelista, para quien “ningún recuerdo tiene el magnetismo de lo que le ofrece el presente”, a él, que “intenta recordar cómo era el mundo cuando aún no se habían inventado ni las maletas con ruedas ni los teléfonos móviles”. Pareciera que hubiera pasado una eternidad. Y… “la tradición del azar, tan explotada por el cine y la literatura”.
Hay en el libro de Pàmies dos relatos en los que sale gente que se muere…, sí, gente que se muere y nos lo cuenta, porque esa es la literatura sucinta de los cuentos, el mundo en el que todos nos hablan. Todos. Uno de esos muertos llega a decir:
“Me sorprende que la muerte tenga la estructura de un reloj de arena”.
Leyendo el cuento ‘Poética’, se me ocurre pensar que la Historia pudiera ser considerada como un análisis de sangre, al leer en él:
“Como el análisis de sangre que, a partir de una pequeña muestra, explica el pasado, el presente y, quizá, el futuro de un organismo pletórico o moribundo”.
Un libro de ficción contiene siempre enseñanzas que, cuando es un buen libro de ficción, nos llegan a los lectores por un inesperado camino que nada tiene que ver con la verdad que hay fuera de los libros. Y, en eso, Pàmies es un pequeño genio. Un pequeño genio literario.
En el relato ‘La fenomenología del espíritu’, encuentro otra de esas joyas maravillosas de aprendizaje y literatura como una medalla de oro. En él, su protagonista, un escritor, cavila:
“Las grandes extensiones de secano me hacen pensar en poetas republicanos y en pintores franquistas.”.
No es un narrador aleccionador, pero yo he sentido que recibía de Pàmies una lección histórico-literaria cuando le da por explicarnos, así, sin querer, contando, relatando, en uno de sus cuentos lo que fue la Transición. Dice el escritor catalán (que escribe en catalán y él mismo se traduce a un extraordinario castellano) que España devino en una “democracia imperfecta de consensos y reconciliaciones asimétricas”, fruto de “la implosión de la transición del franquismo predemocrático a la democracia posfranquista”.
Monumental es el relato titulado ‘El cuento sobre el 11-S que nunca me encargaron’, que arranca magnífico así:
“El recuerdo tiene poco que ver con lo que vivimos”.
En ese cuento asistimos al fenomenal desasosiego de su protagonista ante las escenas y las noticias de aquel aciago día neoyorquino, estadounidense, occidental, mundial, los aconteceres de aquel aciago día de una jornada particular barcelonesa.
Los recuerdos partidarios vuelven a aparecer en el relato ‘Villancico paternofilial’:
“La nostalgia es arqueología: investiga vestigios y los interpreta. Pero, en vez de alimentar un método científico, se alimenta de una modalidad tendenciosa de la memoria”.
Por cierto, en ese cuento aprendemos que “la paternidad es un noventa por cierto de improvisación y un diez por ciento de pánico”.
El arte de llevar gabardina es un libro sobre padres e hijos, hay demasiada ficción de esa realidad que son las relaciones biyectivas paternofiliales. Y hay mucho bueno porque Pàmies lo ha vuelto a lograr. ¿El qué?
“Hacer feliz a alguien de verdad”.
¿A quiénes? A sus lectores. A mí, por ejemplo, que he leído la ficticia historia de una separación ¿real? en las páginas fascinantes de El arte de llevar gabardina.
Claro que cada vez que decimos algo, a menudo, nos limitamos a dar nuestra opinión. Ni más ni menos. Y “todo el mundo sabe que las opiniones son fantasías encubiertas”.
Saber “transmitir perfectamente la idea de la prioridad”: ¿es eso escribir relatos, como es el modelo del protagonista del último relato del libro (‘Bonus track’), que quizás haya sido en realidad el protagonista de todo el libro, al menos del alma del libro?
Un protagonista que en el relato más extenso de El arte de llevar gabardina es sin lugar a dudas el personaje ficticio y realista que es su autor. Ese relato es el que da título al libro, aunque él mismo, ese cuento, digo, inmejorable, soberbio, se titula en realidad ‘Yo no soy nadie para darte consejos’, un relato ¿ciertamente? autobiográfico, y por tanto increíble.
De las ¿evidencias? autobiográficas de este libro de relatos da buena cuenta cuando su autor, hijo de comunistas explícitos, nos dice que los comunistas son “una tribu condenada a ser fiel a un sueño imposible”.
¿No será que la literatura, que la ficción narrada, no deja de ser, ¡y qué gran cosa!, la expresión de las posibilidades de los sueños imposibles?
Postdata: el libro no tiene dedicatoria alguna, pero creo que debería haber sido precedido en su preámbulo con un escueto “A Anna”. ¿Verdad, Sergi? O quizás no, porque con la ficción nunca se sabe. Nunca.
[Abandoned love, la portentosa canción de despedida de Bob Dylan, debería sonar cuando leas El arte de llevar gabardina.]