Viví en París cuando sus catedrales eran grises y gracias a la gestión de André Malreaux se volvieron blancas, escuché misa varias veces en Notre Dame, gocé de su belleza arquitectónica y participé de la admiración que franceses y extranjeros sentimos por ese monumento emblemático.
Por eso, la gente no comprende que el incendio del 15 de abril de 2019 haya devorado aquel techo de piedra que parecía un encaje y haya desaparecido su pináculo filigrana, en una época donde hay alarmas, sensores, seguridad, especialistas que chequean el estado de los monumentos y siendo Francia un modelo del cuidado del patrimonio cultural e histórico.
En esta visita, junio 2019, pude ver cómo los obreros trabajan en la restauración, pero hay hermetismo ante las preguntas de la prensa.
Caminando por la calle lindante a la catedral hablé con Martín, conserje de uno de los departamentos aledaños.
«Fue impresionante pero la evacuación fue inmediata, los bomberos hicieron milagros para llegar porque París está en construcción por todas partes, tuvieron que emplear mangueras más potentes, sacar agua del Sena, fue un trabajo arduo, igual para los que rescataron los tesoros interiores de la iglesia».
Sin embargo, una vecina que vio las llamas desde su balcón, no entiende la lentitud del equipo de seguridad: «El incendio tomó tiempo y las alarmas sonaron dos veces, por qué no se tomaron medidas enseguida».
Creen que hubo negligencia porque el personal debe estar entrenado cuando se trata de monumentos de la humanidad.
¿Acaso la Unesco no hace revisiones periódicas de los sitios que nomina?
¿Dónde está el resguardo de nuestro patrimonio cultural?
El cuidado de la herencia cultural exige una cuidadosa valoración del estado del inmueble y expertos que controlen. La gente pregunta, critica, saca fotos y mira la bella iglesia, con tristeza.
A unas cuadras se encuentra el Centro Pompidou, «Un elefante blanco» me comentó años atrás, una de las curadoras, porque gran parte del presupuesto drena al mantenimiento de este enorme edificio, no del todo adaptado a la función museográfica pero, sin duda, con una vista espectacular de la ciudad de París y gran motor cultural.
Los museos y sitios arqueológicos exigen, además de control permanente, un gran presupuesto. El reto es lograr el autofinanciamiento de modo que el auspicio estatal y privado sea una parte y, otra, los ingresos que el patrimonio genera. El mantenimiento conlleva cuidado de las instalaciones, algo que en Notre Dame, en plenas Pascuas, falló, pero que tiene en alerta al Centro Pompidou, donde se llevan a cabo dos excelentes exposiciones, mostrando los afanes de la curaduría y de la gestión cultural.
Dora Maar (1907-1997) fue una fotógrafa independiente que se asoció en sus comienzos a los movimientos sociales después de un viaje a Barcelona donde fotografió niños de la calle, asumiendo una visión comprometida frente al arte. Luego se acercó al Surrealismo, que marca su carrera, siendo una de las pocas mujeres que participó en esta tendencia vanguardista.
Sin embargo, se la conoce más por su vínculo con Pablo Picasso, a quien conoció en 1935, registrando fotográficamente el proceso de creación de la obra Guernica. Hay toda un sala dedicada a esta etapa de su vida. Esta relación duró ocho años, y Pablo Picasso recordó a Dora Maar, cuando lo conocí en París al fin de su vida, en conversación con la pintora argentina Raquel Forner.
Dora Maar, después de un periodo pictórico influenciada por Picasso, retorna, en los 80, a la fotografía, pero ya no expone.
La producción del Centro Pompidou, en colaboración con el Museo Nacional de Arte Moderno y coleccionistas independientes, ha reunido más de cuatrocientas obras, poniendo en relevancia a una mujer singular en el arte del siglo XX.
Prehistoria, un enigma moderno
Esta exposición es una reflexión sobre el origen de la humanidad, nuestra identidad humana y nuestra expresión primitiva a través del arte. Nos muestra cómo el siglo XIX toma conciencia de un pasado humano, un pasado sin escritura, solo con imágenes y algunos vestigios. Un pasado remoto de más de 500 000 años.
Por supuesto, los griegos se preguntaron por los orígenes y convivieron con conglomerados neolíticos, pero es en el siglo XIX, con la teoría de Darwin y los descubrimientos paleontológicos que el nombre «Prehistoria» se impone y la curiosidad de los artistas se manifiesta.
Hubo muchos cuestionamientos frente al descubrimiento, en1868, en la Dordogne, del Cro Magnon, y luego de la Venus de Lespugue, descubierta en 1922. La idea de prehistoria abre el imaginario sobre los orígenes, no estamos solos, hubo otra representación humana en tiempos inmemoriales… ¿De dónde venimos? Hombres que no escribían, pero representaban en cuevas (Lascaux, Chauvet-Pont-d’Arc, Altamira) líneas, formas, un mundo primitivo y lejano.
Esta evolución del hombre trae consigo el concepto del tiempo. El hombre es tiempo, comienzo y fin. La prehistoria nos proyecta a un plano universal, donde aparecen funciones, gestos simbólicos que nos unen. El arte moderno descubre con los hallazgos prehistóricos una nueva dimensión visual, artistas como Cèzanne, Max Ernst, Miró, Arp, Giacometti, De Chirico, Paul Klee, Yves Klein, Win Wenders, Louise Bourgeois, Henri Moore, Lucio Fontana entablan un diálogo con ese pasado misterioso, que llega desde lo más profundo de nuestros ancestros. Todos estos artistas están presentes en esta magna exhibición.
El Centro Pompidou, con un extraordinario equipo, ha realizado una producción interdisciplinaria, investigativa, acercándonos obras únicas de la arqueología y el arte, en un esfuerzo por darnos una aproximación a un tema que toca la esencia del hombre.
Que poder de sintesis y que bello estilo literario.
Muy interesante el completo analisis de las muestras. Gracias
Interesante nota sobre los iconos de Paris,muy lamentable lo de Notre Dame y buena descripción de las exposiciones del Pompidou. Que se repitan este tipo de notas