Alguien preguntó a Elizabeth Charlotte von der Pfalz, la princesa Palatina, famosa por su larga colección de amantes, cuándo desaparecía el deseo en una mujer:
-¿Cómo podría saberlo? –respondió. Sólo tengo ochenta años.
Esta anécdota está recogida en las páginas dedicadas a las relaciones sexuales en la tercera edad que el filósofo francés Pascal Bruckner incluye en su último libro «Un instante eterno» (Siruela).
El sexo en la última etapa de la vida es uno de los tabúes que suelen evitar quienes escriben sobre la vejez. En este libro, sin profundizar demasiado, Bruckner habla sin complejos acerca de la sexualidad en esos años y afirma que es un malentendido total pensar que de mayores nos libramos de los desórdenes de la pasión, puesto que amamos a los sesenta igual que a los veinte.
No cambiamos –dice- son los demás los que nos miran de forma diferente. Y cita las declaraciones de la actriz Jane Fonda a una revista en 2011: «Tengo 74 años -dijo- y nunca he tenido una vida sexual tan satisfactoria».
Además del sexo, el filósofo francés reflexiona sobre los múltiples aspectos de la vida en la tercera edad, desde el paso del tiempo y las reacciones ante recuerdos y olvidos, incluyendo los frecuentes remordimientos («tan inevitables como estériles», dice) hasta los sentimientos religiosos y las distintas formas de encarar la enfermedad, el dolor y la muerte.
No es este uno de esos libros de autoayuda para hacer más llevaderos los achaques de todo tipo que trae consigo la vejez y el horizonte cada vez más cercano de la desaparición física, sino una serie de pensamientos acerca de lo que nos ocurre a los seres humanos en esa última etapa de la vida, cuando buscamos una nueva primavera en el otoño y retrasamos lo más posible la llegada del invierno.
Prolongar la vejez
En 1800 la entrada en la vejez comenzaba a los 30 años y la esperanza de vida era de 35. Un siglo más tarde, en 1900, esta esperanza se retrasó hasta los 40-45 años. En la actualidad se sitúa alrededor de los 80.
La ciencia y la tecnología han conseguido el milagro, pero lo que han hecho en realidad no ha sido prolongar la vida sino prolongar la vejez. La vejez ya ocupa una parte considerable de la vida y no es el futuro de unos pocos sino el de una gran parte de la humanidad.
Así, en la sicología de las personas, saber a los veinte años que la vida puede prolongarse hasta los cien (caso de los milennials) cambia por completo su planificación. Retrasar la edad del matrimonio, la de tener hijos, cambiar de trabajo, incluso la de formarse en otras disciplinas diferentes a aquella con la que uno se ha ganado la vida, es más habitual que cuando el futuro sólo tenía veinte años.
El libro de Bruckner es una invitación optimista a buscar en los últimos años esas gratificaciones de las que no pudimos gozar cuando las preocupaciones y las expectativas estaban en otra parte.
Para procurarse una vejez feliz Bruckner observa que la mayoría de las personas eligen entre dos actitudes clásicas: liberarse del apetito codicioso de los placeres terrenales y dedicarse a la meditación, el estudio y la preparación para la gran partida, o cultivar todas las pasiones sin abandonar ningún placer ni curiosidad, continuando hasta el último día amando, trabajando, viajando y estando abierto al mundo.
El filósofo se decanta por esta última, puesto que las razones para vivir a los 50, 60 o 70 años son exactamente las mismas que a los 20, 30 o 40: «la existencia –dice- sigue siendo maravillosa para los que la aprecian y odiosa para los que la maldicen».
De este modo se combinan aquellos dos postulados contradictorios que defendían los clásicos: «vive como si fueras a morir en cualquier momento/ vive como si nunca fueras a morir».
Claro que las actividades de la juventud, en la vejez suelen estar condicionadas por la salud, otro de los temas que Bruckner aborda en este ensayo. Ya saben el dicho: Si después de los cincuenta no sientes dolor en ninguna parte, es que estás muerto. Para Bruckner, las restricciones también pueden fortalecer la libertad.
En una época en la que el tema de la jubilación ocupa uno de los espacios de debate en la sociedad contemporánea, Bruckner se manifiesta partidario de que sea voluntaria. No habría que obligar a quienes no quieran jubilarse porque las personas no tienen fecha de caducidad.
En una gran parte de los casos, adultos perfectamente sanos son condenados a una marginación en la que se marchitan o se hunden en la depresión, hipnotizados ante las pantallas, que ocupan la mayor parte de su tiempo.
Convertirse en una persona vulnerable no altera la actividad mental; a pesar de los años aún es posible enriquecer la conciencia y mantener la curiosidad. Lo han demostrado mejor que nadie artistas como Picasso o Joan Miró y cineastas como Manoel de Oliveira, quienes siguieron creando hasta el final de unas vidas muy largas. Y lo siguen haciendo cada día Clint Eastwood, Woody Allen, Polanski, Edgar Morin, Vargas Llosa… porque, como decía Oscar Wilde, «La tragedia de la vejez es que sigues siendo joven».