Teresa Gurza[1]
El abuso sexual de religiosos a menores es una plaga, dijo el papa Francisco este domingo 17 de febrero de 2019.
Pero, no solo es eso; para los creyentes es también, un pecado grave y para todos, un delito castigado por la ley del que han sido cómplices, sacerdotes, obispos y cardenales de todo el mundo, y varios papas.
Los casos de curas violadores empezaron a salir a la luz hace relativamente poco; y al destape inicial, siguió una explosión de denuncias sobre violaciones a cientos de miles de niños y niñas y jóvenes, puestos a su cuidado.
“Todos los días un afectado se contacta con nosotros”, aseguró este martes 19 el Vaticano.
Las víctimas han tenido que enfrentar solos y muchas veces tachados de mentirosos, las secuelas que les dejaron los abusos a que fueron sometidos, por quienes dicen ser representantes de Cristo en la Tierra; y que aprovecharon esa condición, para someterlos más fácilmente.
Baja autoestima, culpa, enojo y auto reproches por no haberse resistido, son parte de los íntimos tormentos que han llevado a muchos al suicidio; y a otros, a hablar.
Temeroso por la sangría de fieles que la situación ha ocasionado y ante a la multitud y universalidad de los abusos, de los que no se salvan ni las monjas porque algunos obispos aprovechan las visitas pastorales para vejarlas, el papa Francisco la ha debido reconocer poco a poco.
Y tras haber ordenado investigaciones y suspendido sacerdotes, se reunirá del 21 al 24 de febrero en el Vaticano con los presidentes de todas las comisiones episcopales.
El último de sus expulsados es el cardenal Theodore McCarrick, poderoso prelado estadounidense y exobispo de Washington, culpable de delitos sexuales contra menores y adultos.
De 88 años de edad y ordenado sacerdote en 1959, McCarrick pedía a sus víctimas llamarlo “Tío Ted” y es el monseñor de mayor rango sancionado por Francisco.
Creo importante destacar, que las cosas no hubieran llegado a dónde están sin las investigaciones de periodistas de México y el mundo; sin ellos, los abusos sacerdotales seguirían silenciados.
Su labor ha sido fundamental para descubrir crímenes ocurridos en todos los países y congregaciones religiosas y que, según fuentes diversas, comete el siete por ciento de los sacerdotes en activo; algunos de ellos, violadores de más de cien niños.
Se trata pues, de un problema estructural de la Iglesia Católica; cuya jerarquía los ha tapado sistemáticamente.
En 1995 The National Reporter de Conecticut, fue el primer medio en tocar el tema, a través de un reportaje de Hartford Courant sobre mexicanos que denunciaron haber sido abusados por el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel.
El asunto fue retomado en México por La Jornada, en una pequeña nota de principios de 1997.
Y dos meses después, el periodista Ciro Gómez Leyva conductor del programa Realidades de CNI canal 40, dio espacio a José Barba, Saúl Barrales, José Antonio Pérez Olvera y Alejandro Espinosa, quienes afirmaron haber sido reiteradamente violados por Maciel.
A su valentía se agregaron las de Ciro y el dueño del canal, Javier Moreno Valle, quienes resistieron presiones del gobierno de Zedillo, de la Iglesia y de empresarios como Roberto Servijte y Alfonso Romo, el consejero favorito de López Obrador, para impedir que el programa, que me dejó horrorizada, saliera al aire.
Al no conseguirlo, les quitaron publicidad y ahorcaron al canal, mientras Maciel fue apoyado por la mafia vaticana y Juan Pablo II.
Al morir Juan Pablo, Benedicto XVII lo obligó a retirarse del sacerdocio; pero, aun así, este sacerdote corrupto y corruptor, amigo de papas, drogadicto, padre de cinco hijos, violador de decenas y millonario dueño de universidades y colegios, tuvo defensores que propusieron santificarlo.
Desde entonces, se han incrementado las denuncias contra curas pederastas mexicanos; y recientemente, la Comisión Episcopal reconoció haber separado del sacerdocio a 156; pero, tapadera como siempre, se ha negado a dar sus nombres.
El año 2002, los periodistas Sacha Pfeiffer, Ben Bradlee, Michael Rezendes y Walter Robinson, del Boston Globe, denunciaron a 87 sacerdotes pedófilos gringos y a jerarcas que, al enterarse, solo los rotaban de parroquia; con eso quedó claro, que no eran solo unas cuantas manzanas las podridas, sino todo el árbol.
Su trabajo fue recogido años después por la cinta Spot Light, que en 2014 ganó el Oscar a la mejor película.
Las 450 demandas de pederastia que generó, provocaron la renuncia del cardenal de Boston Bernard Francis Law; quien fue rescatado por Juan Pablo II, que se lo llevó a Roma y lo nombró arcipreste de la Basílica de Santa María la Mayor.
El diario El País ha dado minuciosa cuenta de los abusos cometidos en España; y las víctimas han relatado ahí las asquerosidades que los sacerdotes les hicieron y lo que siguen sufriendo.
En Chile, los abusos fueron divulgados en 2004 por el canal estatal TVN; que, en su Informe Especial, entrevistó a tres hombres violados durante décadas por el influyente sacerdote Fernando Karadima, párroco de la iglesia El Bosque, concurrida por gente acomodada de la capital chilena.
Los denunciantes dieron pelos y señales de agresiones tan terribles, que nos estremecieron a los televidentes; pero fueron criticados por la “sociedad”, amenazados por el cardenal Francisco Javier Errazuriz y chantajeados por varios obispos.
Y en su viaje a Chile en enero de 2017, incluso el papa Francisco los acusó de mentir; pero luego tuvo que rectificar, invitarlos al Vaticano y pedirles perdón.
El caso Karadima detonó investigaciones sobre miles de abusos sexuales en Chile, tan plagados de complicidades, que Francisco pidió la dimisión de todos los obispos por engañarlo; y convocó a la asamblea que se llevará a cabo en el Vaticano en estos días, para oír testimonios de algunas víctimas; que hablarán también, en una reunión paralela.
Y pronto podría estallar, el tráfico que monjas y curas hicieron en Europa y América, con recién nacidos que robaron a sus madres.
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Teresa Gurza es una periodista mexicana multipremiada que distribuye actualmente sus artículos de forma independiente