Según Evgeny Morozov, la incipiente solución neoliberal a las noticias falsas consiste en organizar “un emergente mercado de la verdad”. Alegría. Antes de leer eso ya estaba entre mis propósitos de 2017 dedicarme de lleno al asunto de las NF (noticias falsas). Cada año, el propósito inicial es no perder más tiempo. Ahí voy. Las NF necesitan voluntad, intención, ingeniería: nada de comprobaciones y contrastes.
Eso es periodismo de viejos. Se necesitan mostrencos aborregados, técnicos, eso sí. Estamos en el capitalismo digital. Tampoco necesitamos esquemas ideológicos que intenten analizar los hechos.
De todos modos, el fenómeno no es nuevo, pero –como el aire que respiramos-pretenden haberlo descubierto ahora. Dicen en inglés: fake, fake news (*claro, si estás expresándote en inglés, será así; en manhego –mañegu- del noroeste de Cáceres parecería distinto). Pero es lo mismo de siempre.
Y hay que ir directo, elaborar las NF de manera descarnada, NF-cínica, sin objetivo preciso. Como los robots-periodistas (máquinas o personas). Las NF puras pueden ser de ideología cambiante. Lo que importa es el número de impactos y el aumento frenético de seguidores. Quienes deciden son “los mercados”. No sé de qué clase, pero ellos, los mercados. Ya lo dijo quien bien sabéis: “Outside of a dog, a book is man’s best friend. Inside a dog, it’s too dark to read”. Además del perro, el libro es nuestro mejor amigo; dentro del perro está demasiado oscuro para leer.
Pero en el corazón de los colegas perros, la luz se ha apagado. Ahora sólo hay que estar pendiente de los guardianes del templo. Mark Zuckerberg, por ejemplo. Magnífico inventor de la mayor máquina de difusión de banalidades de la historia. Ahí entraron trillones de mentiras, exageraciones y afirmaciones sesgadas. Esas variedades de NF, son hoy un problema global, estratégico. Durante años, me resistí a creer su verdad. Algunos de mis familiares y de mis mejores amigos se lanzaron contra mí: “¿Por qué te resistes a Facebook?” Lo que equivalía entonces a: “¿Por qué no crees, imbécil?”
Someterse a los controladores de la neolengua
Previamente, hace tiempo, traté de reflexionar en su propio terreno. Y fue inútil. Casi todo lo que escribí en Periodistas en español sobre el asunto, hacia el 2008-2013, tras sesudos contrastes, nos lo arrebataron asaltantes piratas (hackers) que no podían creer que el editor Claudín se negara a aceptar determinados anuncios sexistas. Tengo una lista de textos míos triturados o perdidos en las nubes del sueño de los bárbaros tecnófilos. Les puedo dar centenares de enlaces (hoy son algo así como “Error 504”, en el mejor de los casos) de lo escrito entonces. Nada que hacer contra todos los Zuckerberg de Sillicon Valley, contra el santón Steve Jobs y otros. Inútil: lo que no arrasaron ellos, lo hicieron piratas de los otros, que son como su escondida caja B. Donald Trump está deseando darle un beso en la boca a Kim Jong-un, si no se lo da antes Recep Tayipp Erdogan.
Dice el experto israelí Yuval Noah Harari que Facebook, Goole y Apple podrán tener pronto el control que el KGB ambicionó “y nunca tuvo” (El País, 31 de octubre de 2016). Ya estamos con las NF y las medias verdades: ¿por qué sólo cita al extinto KGB?
Sillicon Valley, tan filantrópico y profético, ¿no había previsto el Brexit, ni la suciedad de la guerra siria? Zuckerberg siguió viviendo en su cuento de hadas. Nadie vio venir la destrucción de los tejidos industriales, ni el aumento de los muros para refugiados, ni el desempleo masivo. Ni siquiera vieron venir a Trump, esa destilación de viejas ponzoñas de brujería ideológica llamadas Margaret Thatcher o Ronald Reagan. Por ejemplo, aquello de “privatizad los trenes, privatizad la sanidad, la enseñanza, todo irá mejor”. ¿Eso no eran NF, puras y duras?
Docenas de ciudades remunicipalizan hoy sus privatizados servicios de suministro de agua. En aquellos tiempos, los alemanes de Kraftwerk lo expresaron perfectamente. Hacían música electrónica y cantaban lo de “I’m the operator with my pocket calculator”. Qué profetas, ya hace casi 40 años. O más.
Control corporativo y de los servicios
Para Morozov, “muchos medios institutionales occidentales, como ‘The Washington Post’, usan el término (fake news) contra todo lo que no pueden incluir en un cierto consenso generalizado” (Il Fatto Quotidiano, miércoles 4 de enero de 2017).
Putin resucita cada día más a la Rusia eterna, pero el consenso generalizado que se le opone –y se le parece cada día más- necesita de él y de una cierta guerra fría. Necesitan oponerse a un determinado perfil de lo que Reagan definió en aquel entonces como imperio del mal. Necesitan a un cierto enemigo resovietizado. El actual Putin proiglesia ortodoxa se parece demasiado a un cocktel de la CIA, su postal del Kremlin y a la figura de la reina británica, cabeza de la iglesia anglicana. Es otro icono pop más.
“En la práctica, cualquier cosa que se oponga al consenso bipartidista queda etiquetado como fake news”, afirma Morozov. El problema es que las NF son reales, pero múltiples. De estirpe clandestina, de producción de los distintos servicios o simple producto de las intoxicaciones y la propaganda, o sencillamente de necesidades publicitarias. O de la estulticia neotecnófila. O de la estupidez, sin adornos.
La creación de múltiples medios modestos, hechos por un cierto periodismo renovador, nacido de los despidos masivos de los medios, y de sus víctimas laborales, así como de la alianza de ellas con un par de generaciones más jóvenes sin mucho que perder, están cuestionando el consenso. Y socialmente, revive un cierto activismo muy reactivo.
Las élites que echan la culpa a los demás del Brexit o de Trump, son los mismos que crearon el UKIP o que inventaron el Tea Party. Los mismos que –en Europa- disculpan las “desviaciones” del húngaro Viktor Orban o que todavía están pensando en que Polonia sigue teniendo un gobierno de vocación democrática. Los resultados hostiles de diversos procesos electorales planetarios tienen que ver con la organización política de un cierto consenso mediático. Ante eso, los aparatos socialdemócratas reaccionan contra sus bases y con una cierta santa ira (de Estado) no ya contra posibles Bernie Sanders, sino contra cualquiera que se llame Sánchez. Hace décadas que su consenso no es el resultado de un proceso, sino un punto de partida. Un cierto poder hegemónico preexistente.
En ese contexto, puede parecer normal que las autoridades estén dispuestas a confiar en Caralibro para que nos defienda de las NF. Las creó el propio sistema nadando en las aguas de Zuckerberg. Cualquier error o incoherencia pasable de un medio menor alternativo será magnificado. Y todo tendrá que pasar por los filtros adecuados y del idioma inglés (convertido en la lengua sacerdotal de la neolengua). Los reguladores que se autorregulan siempre explicarán sus razones.
También lo harán frente a las potencias que crearon medios paralelos (RT, es decir Russia TodayTV, Telesur chavista, la china CCTV o Al Jazeera. Son gigantes, sí, hace tiempo están en todas las plataformas, en todos los rincones del planeta. Pero son culpables de orientarse y girar hacia sus propios centros de poder de origen. Y la definición de posverdad (post-truth), pretende definir las reglas del mercado de la verdad.
Aquel viejo mundo de la primera guerra del Golfo, tan fascinado como bien orientado por los directos de la CNN, se ha desvanecido entre el caos post-Bush. Y Facebook nos hará olvidar sus viejas NF de las primaveras árabes, ahora que terminaron en nuevas tiranías y nuevas mentiras. Zuckergberg, dice la prensa, ha dejado de ser agnóstico y vuelve a creer en Dios. La posverdad llega de la mano de Trump. Preparados para las NF renovadas y para apretar los dientes.