Puigdemont y el estalinismo
La ultraderecha. Los herederos
La política se ha quedado sin lenguaje. Sin pensamiento. Sin confrontación dialéctica. Se ha convertido, como quería Goebels, en un catecismo alienante, en un circo. Mostramos dos de sus preclaros representantes: Casado, del partido popular, y Rufián, de ERC.
Ambos, que representan a gran parte de los diputados o significativos políticos, pese a su subdesarrollo mental y analfabetismo ideológico, son de los más utilizados por las televisiones y medios de comunicación, para renovar teorías fascistas, uno, o convertir la dialéctica y el pensamiento en un repulsivo teatro de ínfima categoría, el otro.
Pero las «redes sociales» gozan con la difusión de sus ¿palabras? o actos y no dudan en mostrar así la miseria cultural y política en que vivimos. Escuchamos gorgotear a ambos, y nos provocan la náusea y la tristeza.
Las ciencias avanzan: el progreso retrocede. El lenguaje, gracias a ellos y a los millones que ellos dicen representar, ha dejado de existir. Y la política se ha sumergido en la cloaca que hace posible que una minoría de poderosos exploten inicuamente a la mayor parte de los ciudadanos.
Así, los medios de comunicación y los partidos políticos que divulgan a semejantes personajes nacidos de las cloacas de la ética y la cultura, aunque se presenten como seres humanos, no solo no se avergüenzan de ellos sino que los exhiben y confrontan con asiduidad para mostrar como las ideologías y los lenguajes son arrojados al sumidero de la historia.
Puigdemont y el estalinismo
Durante años criticamos al estalinismo no solo por enterrar el comunismo y convertirse en una partidocracia criminal, sino por algo que marcaba su desprecio por la historia y su brutal represión cultural. Nos referimos a la política de borrar, de cuanto había acontecido en el desarrollo del movimiento revolucionario, a los disidentes, asesinados u obligados a exiliarse por él. De Trotsky a Bujarin, hasta sus fotos se borraban cuando aparecían al lado de los estalinistas triunfantes. Y los nombres de revolucionarios, escritores, trabajadores que desde el marxismo lucharon por una sociedad nueva, también fueron eliminados de libros, periódicos, y prohibidos en la enseñanza de la historia.
Ahora revivimos aquella época con el llamado nacionalismo catalán y su máximo representante y ejemplar neoanalfabeto: Puigdemont. Surgidos de la corrupción –Pujol y Mas como más conspicuos representantes- tampoco aceptan críticas o disidencias. No basta con expulsarlos de sus filas o del Gobierno. Ese personaje grotesco que a veces parece oficiar de payaso -denigrando esta profesión que ha dado grandes personajes- y es uno de los más ayunos de cultura y desarrollo intelectual y político, que sigue en su voluntario exilio mostrándose como Presidente de Cataluña, no se contenta con arrojar fuera de su organización a quienes no comulgan con él -o con el señor Junqueras católico y comulgante de la Santa Madre Iglesia, a la que nunca criticarán a la hora de hablar del franquismo- sino que, como hacía Stalin en los años 30 y 40, borran su presencia física de las fotografías en que aparecen a su lado. Con menos inteligencia que los zdhanovistas: desaparecen sus rostros y cuerpos, pero no sus zapatos.
La ultraderecha. Los herederos
No es un fantasma: es una realidad. La ultraderecha vuelve a ocupar calles y ciudades de los países europeos y cada vez con más fuerza aparece en sus Parlamentos. España no necesitaba visibilizarla, porque se contentaba conque estuviera representada en el poder, sin más signos visibles que los de la corrupción y ciertos métodos autoritarios y si era preciso dictatoriales.
Pero tras los últimos acontecimientos, nacionalismos de banderas, consignas, gritos y manos aplaudiendo o alzadas al cielo recorriendo calles de ciudades catalanas, ha decidido airear su presencia, reivindicando el fascismo franquista y utilizando -como hacen los otros- los medios de las redes sociales para con insultos y amenazas cobrar un protagonismo cada vez más visible.
Triste presencia para los dirigentes del PP, que herederos de sus antepasados, se sienten desconcertados ante lo que ellos querían ocultar en su lenguaje y gestos, no borrando la herencia pero sin airearla, y ven como ahora aflora cada vez más a la superficie.