En México, Juan (Adolfo Jiménez Castro) es un rico industrial que ha decidido marcharse de la ciudad, con su esposa y sus dos hijos, para ir a vivir al campo. En ese solitario e idílico lugar parece que podrán encontrar un poco de paz en sus vidas.
El matrimonio de Juan con Natalia (Nathalia Acevedo) se ve afectado por el hastío sexual, los problemas de criar a dos niños pequeños y el hecho de vivir en una comunidad en la que se siente un extraño. Lo que estaba pensado como un remanso de felicidad se ve afectado por el mundo exterior y también por las tensiones internas. Juan se pregunta si los dos mundos que conoce son complementarios o si inconscientemente se enfrentan para eliminarse mutuamente.
Esta fascinante, caleidoscópica y alegórica obra de Carlos Reygadas (Japón, Luz silenciosa, Premio del Jurado de Cannes 2007) indaga en temas como el amor matrimonial, la fragilidad de la infancia, la pobreza, las clases sociales, la violencia, el sexo, la soledad, nuestro lugar en la naturaleza o el mal, prerrogativa tan natural en el ser humano y su mundo como su antagonista el bien.
Película formalista y ecléctica, curiosidad estética y obra muy personal –premiada por su puesta en escena en el Festival de Cannes 2012 (mejor director), y con diversos premios en los festivales de manila, Lima, Mar del Plata y Cuba de ese mismo año- con algunos momentos de enorme belleza (como los primeros veinte minutos en los que la naturaleza se muestra en toda su grandeza) pero también desigual y sobre todo oscura en cuanto al sentido de todo lo que podría parecer un puzle de instantes inconexos: la niña que corre entre caballos y vacas por un campo iluminado solo por los relámpagos anaranjados de una tormenta, el diablo que invade la vivienda armado con una caja de herramientas, los adultos que hablan de Tolstoi, una autodecapitación, el precalentamiento de un partido de rugby…
Fuera del tiempo, de los convencionalismos, del combate entre las tinieblas y la luz, de la vida “entendida como un vasto desorden violento” (Jacques Morice, Télérama), de la metáfora de un país –México- gangrenado por la corrupción y la violencia, el espectador sale con la cabeza llena de interrogantes.