Las guerras coloniales duraron unos cuarenta años y gran parte de los planetas más allá del sur de Orión fueron ocupados por las potencias de la Tierra, antes de la creación de la Federación. Muchos de los planetas ocupados pasaron a formar parte de los países que los habían ocupado, aunque se dejaba claro que eran territorios extranjeros, y sus habitantes como tales eran tratados.


Como en todas las ocupaciones que en la historia ha habido, lo que se pretendía era la obtención de los recursos naturales que se encontraban en esos lugares, sin importar a quien pudieran pertenecer, por lo general a quienes vivían allí.
No se respetaba a nada ni a nadie, es más, en muchas ocasiones los habitantes de esas tierras eran convertidos en esclavos, o en mano de obra barata en el mejor de los casos.
Todos los recursos eran saqueados, esquilmados, agotados, sin el más mínimo respeto al medio ambiente, sin la más mínima posibilidad de regeneración. Se trataba de arrasar con todo, cuanto antes, mejor.
El desastre que dejaron las ocupaciones planetarias todavía lo estamos pagando. Planetas enteros agonizando por el agotamiento ambiental, por el calentamiento, por el cambio climático provocado por esas prácticas sin ningún tipo de control ni medida. Según se agotaban los recursos, los habitantes iban siendo desplazados, cada vez con menos lugares para sobrevivir provocando éxodos masivos, principalmente hacia las colonias establecidas por esos países en el espacio.
No solo el agotamiento de los recursos provocó el abandono de los colonizadores, también hubo revueltas de las propias poblaciones autóctonas contra ellos, que en muchos casos fueron reprimidas por ejércitos mercenarios que auparon al poder a sicarios de los antiguos colonizadores, lo que perpetuaba en los gobiernos a déspotas que impedían cualquier posibilidad de regeneración política y ambiental, condenando a sus habitantes a la ruina económica, al hambre, a la miseria. En la mayoría de los casos la única opción era la huida, o el exilio.
Fue cuando comenzaron las duras travesías por el espacio en busca de lugares donde sobrevivir. No eran bienvenidos en ningún lado, en ningún país, ningún planeta, ninguna nave espacial. Se les tenía miedo en su pobreza, en su desesperación. Se difundían discursos de odio, de miedo al diferente. Se levantaron muros, vallas electrificadas, sistemas de vigilancia marítima y espacial.
Para las personas que sufrían el desastre provocado no había lugar a donde huir. Aun así, seguían intentándolo, y nunca dejarán de hacerlo porque la desesperación, las ganas de sobrevivir, la necesidad de sacar adelante a sus familia, son más poderosas que cualquier obstáculo.
En la nave tenemos la obligación de socorrer a toda nave a la deriva, incluso a esos pobres desgraciados cuando se cruzaban con nuestro rumbo. Son muchas las lanzaderas que se internan en el espacio con rumbo incierto, sin apenas sistemas de navegación ni recursos para sobrevivir a una larga travesía, con pocos alimentos ni apenas agua. Suelen ir sobrecargadas ya que las mafias que se encargan de esos tráficos siempre buscan el mayor beneficio aunque las personas vayan hacinadas en esas barcazas espaciales.
Como se pueden imaginar la mayoría de esas lanzaderas se pierden para siempre en el espacio profundo. Las cifras de desaparecidos se cuentan por cientos de miles de personas. Poco importan.
El pasado vigésimo octavo día del quinto mes detectamos una lanzadera a la deriva, por su posición debería llevar muchos días perdida, inmediatamente se envió una nave de rescate en su auxilio. Cuando por fin se la pudo remolcar y traer a los muelles de desembarco, el caos se apoderó de las más de ciento cincuenta personas, el triple de lo recomendado, que iban a bordo de la lanzadera, el cansancio, el agotamiento, el entumecimiento, el hambre, hizo que se amontonaran sobre las escotillas de salida comenzando a precipitarse por los muelles inundados que sirven de descompresión y descontaminación.
Muchas de las personas caídas no sabían nadar, estaban a centímetros del pasillo de salvamento de la nave y no podían llegar. Inmediatamente todo el personal disponible se lanzó a ayudar, arriesgando sus propias vidas. Las imágenes de los cuerpos en el agua, los gritos, los llantos, los lamentos, la impotencia, la desesperación, eran terribles.
Siete mujeres murieron ahogadas en apenas unos metros, hubo muchas personas heridas y conmocionadas, incluso la tripulación del rescate y del puerto que ayudaron a intentar salvar sus vidas tuvieron que ser atendidas por la conmoción. Contemplar tanto horror, que apenas vemos o no queremos ver, en pleno directo ,nos ha dejado sumidos en la indignación, nos ha puesto ante el espejo de tanta hipocresía.
No deberíamos olvidar que siempre somos las víctimas, aunque en este momento de la historia no seamos nosotros quienes tengamos que huir.