El valor de la nave en la viajamos por el universo es descomunal, tanto que fue imposible construirla antes de la desaparición prácticamente total del dinero en las transacciones económicas, nunca para nadie, para ninguna sociedad mercantil sería rentable participar en proyectos de esta envergadura, se hacen porque los bienes que son necesarios para el verdadero desarrollo humano nunca tendrán una rentabilidad económica, ni deben tenerla porque su objetivo es el impecable servicio que deben dar no los beneficios paras sus exclusivos accionistas.
A veces se nos olvida porque las sociedades se han organizado a lo largo de la historia repartiendo competencias entres los distintos escalones de gobierno a medida que las poblaciones fueron creciendo y fueron siendo necesarios distintos niveles de organización, desde los locales a los provinciales o regionales, a los estatales o a los supranacionales.
Todo se trata de organizarnos para gestionar de manera razonable la convivencia de miles de millones de personas o seres sintientes. De gestionar las ingentes necesidades que como sociedad tenemos, por eso cada escalón tiene sus competencias y ha de saber asumirlas, responsabilizarse de ellas y cumplirlas, y aquellos, aquellas que asumen una responsabilidad en cualquier grado si las incumplen o son manifiestamente incompetentes causando graves problemas en vez de gestionar las respuestas, son o debe repudiados, apartados sin contemplaciones y en ningún caso protegidos.
Después de los desastres causados por la naturaleza por sí misma, que bien puede ella sola como vimos en la erupción del volcán Tajogaite en La Palma, o por la interferencia de la actividad humana en cambio climático por calentamiento global, como en en el último al que estamos asistiendo de las sucesivas danas en el Levante, con las consecuencias desastrosas en cuanto a las vidas humanas perdidas o los cuantiosos daños causados en infraestructuras, viviendas, industrias, vehículos, huertas; cuando se pierde todo, la respuesta tiene que venir de las distintas administraciones, cada una con sus distintos niveles de responsabilidad y competencias, si falla alguna, como ha sido el caso, el desastre puede ser aún mayor. Y más valdría, por decencia, que cada palo aguantara su vela.
Las consignas, los eslóganes, las frases hechas que algunos utilizan torticeramente para sacar provecho de situaciones dramáticas, desastrosas, deberían ser repudiadas por incitar a la desolación.
«Sólo el pueblo salva al pueblo» es una sentencia que tiene toda la fuerza y la razón, pero en las bocas equivocadas invitan al desafecto con ese mismo pueblo, con sus instituciones y con quien tiene la capacidad real de salvar, al menos en parte, al menos en lo que se puede, al menos en lo inevitable.
El pueblo salva al pueblo, porque el pueblo pone en manos de quien tiene que gestionar las respuestas a las crisis los mecanismos para poder hacerlo, porque el pueblo son los científicos de las agencias públicas encargadas de vigilar y avisar de la evolución del tiempo y del clima, de las confederaciones hidrográficas, de los militares de la UME que acuden al rescate en las situaciones más dramáticas (por cierto, han conseguido dar sentido a la labor del ejército en tiempos de paz), son los policías, son los bomberos y los cuerpos de protección civil, es el sistema sanitario, son los funcionarios de obras públicas, ingenieros, arquitectos, electricistas, carpinteros, albañiles, son los trabajadores de los ayuntamientos que se ponen a disposición para lo que sea necesario. Son las empresas que desinteresadamente se ponen al servicio de las autoridades para ofrecer sus recursos.
Los recursos que el pueblo pone a disposición de las administraciones con el pago de sus impuestos para que todos los medios necesarios que se han mencionado para resolver los desastres sean puestos a disposición por las distintas administraciones para paliarlos, y en lo posible saber tomar las decisiones y precauciones para que, cuando se pueda, evitarlos.
Desgraciadamente, estos desastres suelen llevarse vidas humanas, pero estas se pueden evitar en algunos casos si las cosas se hacen bien desde el principio, cuando se tiene constancia de que el desastre se avecina, no hacerlo es una gravísima irresponsabilidad que debería tener consecuencias de todo tipo.
El pueblo salva al pueblo, porque esos recursos financiados con los impuestos permitirán reconstruir todo lo destruido, levantando de nuevo todas las infraestructuras necesarias, reconstruyendo la economía, protegiendo los trabajos con las ayudas necesarias, indemnizando a través de los consorcios y el Estado las pérdidas de bienes muebles e inmuebles.
Y si los responsables de gestionar los inmensos recursos que el pueblo, para salvarse, pone a disposición de sus gobernantes no están a la altura de la confianza depositada, ese mismo pueblo debería saber que decisiones debe tomar con aquellos que cumplieron no sigan en esos lugares para los que fueron elegidos.
Las proclamas, las alusiones a los estados fallidos, el descrédito de instituciones competentes, de gobernantes, funcionarios, personas que cumplen con su deber solo buscan sembrar odio, desunión, desconfianza, destruir el sistema democrático, allanar el camino para la llegada, de nuevo, de sistemas autoritarios donde se salvarán los que ellos decidan, que desde luego no seremos nosotros.
Y por supuesto, un merecido aplauso para los voluntarios se movilizaron para ayudar en lo que fuera necesario en las zonas de la catástrofe porque también son pueblo que salva al pueblo.