«Un día en Nueva York» con «el negro que tenía el alma blanca»
Andrés Sorel
El Imperio, desde su unificación, consideró a la mayor parte de los países limítrofes de «su» América, como sus patios traseros o establos a su servicio. Decenas de años imponiendo dictadores, apoyando con golpes de estado a generales o genocidas, explotando sus riquezas y usándolos como lenocinios o fincas de recreo.
Tras la segunda guerra mundial también buscó su expansión en Europa. España, la España de Franco repudiada unos años, pocos, por los países vencedores de la contienda, fue la primera en caer bajo los dominios de los USA. Aquella «alianza» servía para convertir al «centinela de Occidente» en bastión al servicio de sus fuerzas y bases militares, intereses estratégicos y cuando resultaba necesario rampa de apoyo para sus cruzadas guerreras y de exterminio contra otros países del mundo. A cambio, le facilitaba un cierto reconocimiento o legalidad internacional, ya era EEUU la potencia dominante del mundo occidental, y queso amarillo, leche en polvo y otras zarandajas para los famélicos habitantes hijos del único fascismo vigente en Europa. Y así surgía la historia de «Bienvenido Mr. Marshal»
En aquella España de Fraga Iribarne, antecesor del actual ministro del Interior, Fernández, quien seguro le idolatra y le tiene como mentor, junto a toros, fútbol, lotería, los concursos de radio y televisión, la única, la que debiera seguir siendo para el orden y la moral nacionalcatólica, cobrarían un valor ilusionante, es decir, alienante, para los habitantes del miedo, la represión y la censura. Y entre los concursos, ¿cómo olvidar el de Reina por un día?
Como puede observarse no sólo en temas como el del aborto recogemos la herencia de quién «lo dejó todo atado y bien atado».
La sonrisa perenne y bobalicona, los ojos iluminados en su ceguera habitual, de quién ha jugado el papel de ganador de un concurso semejante, invitado a trasladarse de los patios traseros del Imperio al corazón de la gran manzana, y poder así retratarse en salones ovales o asistir a cenas con tiburones -les llaman financieros- y que al fin no son sino devoradores de pueblos y economías, sus grandes bocas necesitan alimentarse con la sangre y la carne de millones de habitantes para mantener su brillo y robustez, han ilustrado a la reina por un día de nuestro tiempo, bien acompañado siempre por ese mofletudo y melifluo, repeinado, y boca abierta perennemente encajada en gesto de adulación y sonrisa sandia, que le precede atento y dispuesto a limpiarle los zapatos si en sus paseíllos cogen una mota de polvo.
Espectáculo edificante. Los tertulianos de las cadenas de radio y televisión -ah, ese inefable J.A. Gudín de la SER, tan melifluo como aquellos de los que hablamos-, gran parte de los escribidores de los periódicos, todos satisfechos de que el Emperador, que además es negro y por tanto servil empleado de los verdaderos amos del dinero y la política del país líder de la doble moral, predicadores y adolescentes asesinos de las escuelas, puritanismo legislativo y pornografía dominante para el comercio mundial, fiestas catecúmenas y control de todo tipo de drogas para sanear sus arcas, espionaje a amigos y enemigos y matanzas y bombardeos de pueblos enteros, cultura -de los deportes y la música a la comida y las costumbres- impuesta y monopolizadora de los grandes países de la Tierra, ha concedido -Vida eterna al Emperador- unas palabras de apoyo y unas palmadas en la espalda a la agradecida y siempre sonriente «reina por un día», premiada al fin tras años de espera -ya no debe envidiar al que le autorizaron a poner sus botas encima de la mesa que le reunía con otro emperador con el que compartía amigables decisiones para el bien de la Humanidad- en el peculiar concurso que rige la historia más esperpéntica todavía que siniestra de nuestros días.
En cuanto al lenguaje… mejor sigamos utilizando títulos de películas, aunque esto no sea ficción y sí amarga realidad.