“Olvídense de Siria; hay que ir a por Irán”. Este sibilino mensaje, enviado por el infatigable Daniel Pipes cuatro días antes de la conclusión del acuerdo entre Washington y Moscú sobre la destrucción de las armas químicas sirias, refleja la postura del lobby pro-israelí estadounidense, que antepone los intereses de Tel Aviv a las prioridades de la Casa Blanca.
Pipes, conocido por su militancia a favor del Estado judío, lleva años reclamando una respuesta contundente contra la República Islámica, alegando que su programa nuclear supone un auténtico peligro para la seguridad de Israel. Aunque la preocupación por el posible uso bélico de las instalaciones atómicas persas llegó a convertirse en una pesadilla para los Gobiernos occidentales, los argumentos empleados por el analista norteamericano superan con creces el lenguaje tremebundo de los expertos en guerra psicológica de Tel Aviv. El razonamiento de Pipes es a la vez sencillo y contundente. Se limita a un llamamiento: hay que acabar con el protagonismo de Irán en la zona, con los sueños de los ayatolás de convertir el país en una potencia regional. Para ello, todas las acusaciones son, o al menos, parecen válidas.
Pero el profesor norteamericano no es el único detractor de la política de Teherán. El miedo al hasta ahora hipotético poderío militar iraní es el mantra de los políticos y los estrategas de Washington. Un Irán detentor de armas nucleares podría representar una amenaza para los demás Estaos de la región, al igual… que Israel, India o Paquistán, países que forman parte del llamado “club atómico”. Mas en el caso del Irán, los datos del problema son más complejos.
Conviene recordar que durante los últimos años del reinado de Mohamed Raza Pehlevi, el régimen imperial iraní llegó a mantener excelentes relaciones “agrícolas y estratégicas” con las autoridades de Tel Aviv. La misión oficiosa israelí – el “bunker” de Teherán – contaba con decenas de empleados: diplomáticos, agrónomos, expertos militares hebreos, miembros de los servicios de inteligencia. Su expulsión, tras el regreso a Irán del ayatolá Jomeyni, no desanimó a los “podres fácticos” del Estado judío. Algunos llegaron incluso a barajar la opción de una posible colaboración en materia… nuclear. Pero la joven República islámica descartó esa alternativa. Siguió un constante y vertiginoso deterioro de las relaciones bilaterales. De hecho, el programa político de Jomeyni contemplaba la destrucción total y definitiva el “ente sionista”, así como la reconquista de Jerusalén, la tercera ciudad santa del Islam. Durante más de 30 años, los sucesivos Gobiernos persas se mantuvieron fieles a los ideales del líder de la revolución islámica.
Pero las cosas empezaron a cambiar esas últimas semanas, tras la llegada al poder de Hasán Rohani, un clérigo moderado que apuesta por el entendimiento con las potencias occidentales. El nuevo presidente iraní parece dispuesto a estrenar una nueva política exterior, eliminar las posturas irreconciliables, buscar soluciones negociadas a la crisis nuclear, obrar por un acercamiento con Washington y con las potencias europeas. Hay quien vaticina ya una “reconciliación histórica” entre iraníes y norteamericanos.
¿Se puede hablar de rayos de luz al final del túnel?
Durante su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Rohani hizo especial hincapié en el hecho de que su país “no representa amenaza alguna para el mundo”. Los politólogos se apresuraron a interpretar estas palabras como una invitación a retomar las consultas sobre el controvertido programa nuclear. Más impactantes aún fueron las palabras del presidente iraní sobre el Holocausto judío, un hecho histórico jamás reconocido por las autoridades religiosas de Teherán.
Los tiempos cambian. Hoy en día, los reporteros gráficos esperan ansiosamente un hipotético apretón de mano entre Obama y Rohani. Pero ninguno de los estadistas está dispuesto a sacrificar su capital de credibilidad por una imagen de portada. Las negociaciones bilaterales darán comienzo en pocas horas. De su éxito o su fracaso depende un cambio sustancial de los parámetros políticos, de la paz o la guerra en Oriente Medio.
¿Las premisas?
Lo cierto es que Hasán Rohani quiere dialogar. Y Barack Obama necesita, en sus horas bajas, este diálogo. ¿La luz al final del túnel? Tampoco hay que echar campanas al vuelo.