El Grand Palais de París ofreció en septiembre de 2014 una exposición de la popular obra artística de Niki de Saint Phalle (1930-2002). Era la primera vez en veinte años que tenía lugar en esta capital una retrospectiva de esta célebre artista franco-norteamericana, fallecida en 2002. La exposición viajó luego al Museo Guggenheim de Bilbao.
Los turistas del mundo entero conocen sobre todo sus gigantescas “Nanas”, y sus obras monumentales, lúdicas, de luminosos colores, realizadas -en colaboración con su compañero, el artista suizo Jean Tingueli- en plazas, parques y lugares públicos, desde la “fuente Stravinsky” junto al Centro Cultural Beaubourg en París, pero también la Nana “Hon” en Suecia, el “Golem” en Jerusalén, “El dragón” en Bélgica. Sin olvidar, en Italia, “El jardín del Tarot” en Toscana, una obra monumental abiertamente inspirada en el Parque Güell de Barcelona y en la obra de Antoni Gaudí.
Una escultura-fuente multiolor, denominada “El árbol de la vida” en la entrada del Grand Palais, acoge en París al visitante, al mismo tiempo que el amenazador cartel de la exposición, con una foto de Niki de Saint Phalle apuntando a la cámara con una carabina, una foto extraida de la película experimental “Daddy” que ella misma realizó. Un contraste que da el tono de la diversidad de su obra.
Más de 200 obras han sido reunidas en esta interesante exposición cuya escenografía propone al visitante un recorrido con abundantes sorpresas visuales a través de acuarelas, óleos, collages, performances, cine experimental, esculturas y vídeos que permiten comprender mejor la vida y la obra de la artista. Una obra fascinante, lúdica y perturbadora, que consta de cerca de 3500 obras, de las que tenemos aquí un botón de muestra muy significativo.
De una sala a otra vamos descubriendo la evolución, las contradicciones y matices de su obra. Un universo, el de la declarada militante feminista Niki de Saint Phalle, que reivindica al mismo tiempo su “feminidad”, una obra artística en la que coexiste su carácter torturado, surrealista, rebelde, excéntrico y provocador, con una dimensión lúdica, optimista, alegre y monumental. Una mujer libre y provocadora de atractiva belleza, artista polifacética, que supo utilizar los medios de comunicación para difundir su mensaje.
En sus comienzos en la década de los 50, tras separarse de su marido, Niki de Saint Phalle, artista autodidacta de doble cultura franco estaodunidense, empieza pintando óleos y acuarelas, muy influenciada por el arte abstracto de Jackson Pollok, pero también por la obra de Jean Dubufet.
Violada por su padre cuando tenía once años, utiliza su arte como terapia, y el film experimental “Daddy” que realizó con Peter Withhead en 1972, es de forma explícita ese acto metafórico que consiste en matar al padre. Hechos que ella misma relató en 1994 en su libro de memorias “Mi secreto”.
En la primera sala “Pintar la violencia” vemos ese contraste que va a acompañar toda su obra: por un lado la violencia y la denuncia de una sociedad patriarcal contra la que se rebela, con obras oscuras y torturadas, reflejo de su adolescencia y de su enfermedad; y por otro su vertiente lúdica, alegre, luminosa, con vivos colores, en obras donde reivindica abiertamente una sociedad matriarcal y la creación de un universo fantástico y monumental.
En el siguiente espacio, “Arte a la carabina”, seguimos su llegada a París en los años sesenta, donde se une al grupo de los Nuevos realistas, y provoca estupor con su exposición “Fuego a voluntad”, en donde pinta sus cuadros disparando, con un rifle o con una pistola, sobre bolsas de plástico llenas de pintura, colgadas sobre un cuadro con un fondo de yeso. Una especie de manifiesto artístico y político en el que dispara a bocajarro contra todo lo que detesta en este mundo, dibujando un denominado muro de la rabia.
Con la denominación “Napoleón en faldas”, descubrimos la rebelión de la artista contra padre y madre, contra su educación burguesa y religiosa. Sus cuadros y esculturas evocación de la condición femenina: recién casadas, esposas, parturientas, prostitutas, diosas, o brujas, adquieren un tono radical, donde pasa del sueño a la pesadilla.
Una sala está enteramente dedicada a descubrir la monumental y efímera escultura HON, que realizó en Estocolmo en 1966. Una propuesta de nueva sociedad matriarcal a través de esta súper Nana, que es como una casa en la que se puede entrar y visitar. “Mis esculturas – decía la artista- representan el mundo de la mujer amplificado. La mujer al poder”.
Llegamos así al espacio más luminoso y la mejor sorpresa de este recorrido: “La Nana power”, esculturas, vídeos y litografías alrededor de una plataforma giratoria, en la que al ritmo de la música dan vueltas sus esculturas con Nanas, de atractivos colores y formas sensuales. Las formas femeninas son puestas en valor, mientras que sus cabezas son en proporción muy pequeñas. “Con esa representación –decía la artista- busco oponer el poder de la mujer, de la feminidad, de la procreación, frente a lo que ha sido siempre la representación abstracta o cerebral del poder masculino”.
“El sueño de Diana” es el reflejo de su universo onírico, un mundo fantástico con monstruos y animales amenazadores en torno a la guerrera Diana, y un video en la pared nos libra una interesante entrevista con la desaparecida artista: “Busco lo mágico, lo intuitivo, lo femenino, la sexualidad, la emoción, la reproducción, frente al espíritu ciéntifico masculino en el poder que nos devora”.
Y cerrando la exposición volvemos en cierto modo al principio, y vemos de nuevo las pesadillas de la artista, con esculturas mucho mas sombrías, de tonos grises y blancos, una surrealista representación de su propia familia: una madre devoradora, un padre depredador, el paseo familiar del domingo, tomando un té “chez Angelina”, o con el funeral del padre, recuerdos de su infancia que nunca la abandonaron.