Como se habrán dado cuenta este cuaderno lo escribí ayer, dadas las profundidades del espacio donde nos encontramos temí que no pudiera llegar a mi encuentro dominical con ustedes.
El día diez de cada mes de agosto tiene un significado especial para mí, no solo celebro el día que nací, también el día que veinte años después de ese nacimiento tomé conciencia de la muerte.
Fue la primera vez que me visitó personalmente, pero llegó tan solo para avisar de cómo estaban las cosas, pintaban mal, pero todavía no era el momento.
Fue también la primera vez que el sistema sanitario público de nuestro país se hizo cargo de mí. Con veinte años tomé conciencia de nuestra fragilidad y fortaleza como seres vivos.
El acierto del diagnóstico, la medicación y los cuidados recibidos hicieron que pareciera un susto y que podría quedar ahí, que podría seguir con mi vida más o menos como antes.
Pero las enfermedades crónicas vienen para acompañarte durante toda la vida, al menos mientras no descubran tratamientos definitivos que modifiquen tus cadenas de ADN.
Los brotes de la enfermedad me fueron visitando regularmente durante los siguientes veinte años, requiriendo visitas a los centros de salud y a los hospitales públicos para que me fueran recomponiendo; con la mayor de la dedicación, compromiso, profesionalidad y cariño, cada ingreso, por duro que fuera, el personal sanitario conseguía que recuperara el aliento y la parca se mantuviera a una distancia prudencial.
Los avances en la medicina, los fármacos, los tratamientos biológicos, la ciencia en definitiva, han conseguido que durante los siguientes veinte años, teniendo cuidado, siendo fiel a los tratamientos y revisiones, con mi complicidad, el sistema sanitario ha conseguido que sienta la enfermedad como una acompañante molesta, pesada, pero con la que puedo convivir razonablemente bien.
Toda esta introducción viene a cuento no para desvelar situaciones personales, que podrán interesarles más o menos, tampoco es mi intención entrar en detalles más o menos íntimos de mi salud, pero ha sido necesario que les ponga un poco al día de esta situación personal para que puedan entender mi vehemencia en la defensa del sistema público de salud, la Sanidad Pública.
Así que ya saben que estoy escribiendo estas líneas porque estoy vivo, gracias, sin duda a la Sanidad Pública; que no estoy arruinado, ni yo, ni mi familia, gracias a esta Sanidad Pública; que hubiese sido del todo imposible poder asumir todos los gastos que ha conllevado mi enfermedad, ingresos hospitalarios, intervenciones quirúrgicas, medios sanitarios de diagnóstico y prevención con pruebas continuas, medicamentos y tratamientos biológicos al alcance de muy pocos bolsillos. Y eso que tengo mis ingresos salariales puntuales y razonables.
Y ahora todo el sistema está en peligro, de una manera lenta pero continua el sistema sanitario público se está, o lo están, deteriorando, bajo una apariencia de inevitabilidad se están dejando de aportar recursos, de contratar en buenas condiciones al personal sanitario.
Poco a poco nos vamos dando cuenta de que ya cuando pedimos cita las consultas se nos ofrecen cada vez más lejos en el tiempo, que falta personal en los centros de salud y hospitales, que para las pruebas y consultas para los especialistas nuestras citas se pierden en un futuro cada vez más lejano, que las urgencias hospitalarias están saturadas, que el personal sanitario que queda está agotado, al borde de arrojar la toalla. Y todo esto pasa en todas, o casi todas, las Comunidades Autónomas.
El pastel económico que supone la sanidad es demasiado goloso como para permitir que sea solo público, la batalla está en que nos vayamos yendo a la sanidad privada y la pública sea residual, y ya saben como les va a la gente que viven en países sin una sanidad pública potente. La Sanidad Pública es viable económicamente, incluso más que otros modelos.
El cuaderno de hoy es un grito desesperado para que tomemos consciencia de la situación en la que se encuentra nuestra Sanidad Pública, nuestra verdadera joya de la corona, y salgamos a defenderla de quienes no creen en ella, enfrentándonos a ellos con las armas de las que disponemos, hablando, escribiendo, argumentando, con denuncias, manifestaciones, concentraciones, y llegado el caso con el arma más poderosa que disponemos, nuestro voto.
Tenemos que parar este deterioro premeditado de nuestra Sanidad, porque la salud es la base de toda la justicia social, sin ella nuestras vidas se pueden convertir en un verdadero infierno si no tenemos dinero, y bastante, para afrontar cualquier problema de salud un poco grave al que tengamos que enfrentarnos.
Gracias Teresa por tu comentario. No soy muy optimista, pero es como apelar al último recurso, pensar que aún tenemos posibilidad de decidir algo. En fin.
Luis
Ay Luis, de verdad crees que un cambio de gobierno comunitario restauraría la sanidad del pasado?