Si el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) hubiese vivido en nuestros días, habría sido sin lugar a dudas la persona adecuada para dirigir los debates, tertulias y menudeos varios a los que estamos asistiendo en esta feria de vanidades en que se ha convertido la campaña electoral, de la que por cierto ha de salir algo tan serio como la persona que ha de dirigir el presente y el futuro de un país que, como España, debe todo lo que produce, y más.
Schopenhauer, considerado el filósofo abanderado del pesimismo profundo, nos dejó en uno de sus libros, El arte de tener razón, lo que él considera una serie de estratagemas para deshacerse o neutralizar adversarios dialécticos cuando se trata “de tener razón, o llevársela siempre”. Las escribió alrededor del año 1830, durante una estancia en Berlín, y él mismo nos aclara el motivo: “Recogí en este catecismo todas las estratagemas de mala fe que tan frecuentemente se utilizan al discutir con el tipo de gente que suele ser la mayoría”.
Y cual si de alumnos aventajados de Schopenhauer se tratase, algunos políticos y adláteres españoles están poniendo en práctica el “catecismo” del filósofo alemán sobre el arte de tener razón o de intentar tenerla siempre, para lo que no desdeñan esfuerzos. De las 38 estratagemas que diseñó este filósofo, algunas nos dejan una pista de por dónde deben ir los tiros en lo que debería ser una dialéctica que en España suele convertirse en discusión, acaloramiento, faltar a la verdad en ocasiones ya que, al parecer, aquí vale todo con tal de arañar votos.
Así, por ejemplo, a la hora de debatir hay que elegir unos términos que favorezcan a uno para su propia cosecha, mientras que hay que buscar otros que perjudiquen al adversario, intentando su menoscabo. Las hemerotecas están llenas de estos términos, que algunos empleaban hace apenas unos meses para denigrar al contrario y que ahora al parecer han desaparecido como por longa divina, e incluso los han adoptado para sí. Los hay a cientos, pero me quedo con aquello que algunos decían acerca de que las ideologías eran “cosa de trileros”, y que lo “socialista es una cosa cutre”. Ver para creer…
Otra estratagema que puede valer su peso en votos es la de “aturdir, desconcertar al adversario mediante palabrería sin sentido”. Y de eso, por estos pagos, al parecer algunos andan sobrados. Son los llamados coloquialmente como “piquitos de oro”, que se marcan una soflama a las primeras de cambio arguyendo lo buenos que son, lo pronto y rápido que van a arreglar las cosas y varias promesas más. En el periodismo clásico de antaño los denominábamos como “charlatanes de feria”, auténticos genios de la palabra que lo mismo te vendían un bikini en el polo norte para protegerte de los calores que un paraguas en el desierto de Gobi para guarnecerte de las torrenciales lluvias.
Hay que intentar sacar de quicio al adversario, ya que, “encolerizado, no está en condiciones de juzgar de forma correcta”. Esto lo estamos viendo a menudo en esta campaña: se intenta por cualquier medio hacer enfadar, cabrear al que se tiene enfrente, pues con la sangre caliente, ofuscado, puede llegar a salirse de quicio e irse por los derroteros que nos interesan. Es una presa a abatir, y si hemos tocado su punto débil hay que hurgar en la herida y cuanto más mejor para conseguir nuestro objetivo.
“Quien discute no combate en pro de la verdad, sino de sus tesis”, es otro de los pensamientos de Schopenhauer. Y esas tesis, ideas, va a pretender llevarlas el germano hasta el final, asegurando que la dialéctica es comparable a la esgrima. Y, efectivamente, así es: durante algún tiempo existió el duelo a muerte entre caballeros que se retaban por algún motivo, siendo los de mayor enjundia las deslealtades, asuntos de cuernos, ofensas del honor… Llegado el caso el cornúpeta en cuestión podía llevar la razón, es cierto, pero si el amante que le adornó el frontispicio era más ducho con la espada, como solía suceder, a la primera estocada bien dada el ofendido se iba al camposanto con su razón y todo. Y en los debates puede suceder algo parecido: uno puede tener la razón, ser más comedido, pero si el adversario dialéctico es más ducho con el florete de la lengua acaba llevándose el gato al agua apuntándose el tato ante el respetable.
Otras muchas estratagemas más ofrece el filósofo alemán en El arte de tener razón, como darle la vuelta al argumento de otro, acudir al insulto si nos vemos desbordados, emplear sofismas, buscar contradicciones, etcétera. En realidad acabó cansado de lo que él llamó “escondrijos de la insuficiencia”, unos escondrijos que, por lo que estamos viendo, tan buenos resultados les están dando a algunos en esta campaña.