Francisco Andújar Cruz
La Combined Task Force Austral era una poderosa flota aeronaval que mantenía bajo vigilancia las rutas marítimas que, bordeando el Cabo de Buena Esperanza, -el accidente geográfico que marca el límite de África por el sur- permitían el trasiego de mercancías entre los océanos Atlántico e Índico.
La única vía junto con el estrecho de Magallanes para comunicar oriente y occidente, y que no podía ser bloqueada a conveniencia como los canales de Panamá o de Suez o carecían de las incertidumbres de los hielos del “Paso del Noroeste”.
Desde el año 2030, más o menos, el planeta vivía en una situación de hostilidades bélicas no declaradas. En una guerra de hecho, sin guerra formal, entre un bloque de países occidentales o pro-occidentales, y otro de naciones que se situaban desde el medio hasta el extremo oriente y que, en su emerger económico y demográfico, habían puesto en cuestión todo el “status quo” geo-político y las reglas de comercio internacional heredadas del siglo XX.
De momento y desde hacia catorce años, las hostilidades se limitaban geográficamente a estos pasos oceánicos, y a territorios terrestres del continente africano en aproximadamente sus dos terceras partes del centro y sur. Las materias primas minerales y los alimentos eran los motivos de disputa y la pugna se producía tanto por controlar los puntos de producción o extracción cómo por apoderarse de los transportes de mercancías de ese tipo.
El bloque occidental se sustentaba en dos organizaciones: la OTANS (SNATO en sus siglas en inglés) y la OTCP (Organización del Tratado de la Cuenca del Pacífico, RPTO en inglés); el otro bloque se estructuraba en la ALNP (Alianza Libre de los Nuevos Pueblos) y cada bloque mantenía operativa una colosal fuerza militar, compuesta de soldados profesionales, que chocaba regularmente a lo largo de puntos estratégicos de sus límites fronterizos, en múltiples y diversas batallas localizadas en sus efectos y resultados, sin que ninguna parte se decidiese a intentar un asalto final.
El miedo a los arsenales nucleares y otras armas de destrucción masiva de los contrarios, disuadía mutuamente de la pretensión de querer una victoria definitiva y los gobiernos implicados no dejaban de considerar que, el mantener a las poblaciones civiles propias lejos de los escenarios bélicos y al margen de los daños consiguientes, podrían gestionar la guerra de acuerdo con la conveniencia de los conglomerados militares-industriales que detentaban el poder real en cada lado.
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