Hoy día aún prevalece en ciertos círculos la convicción y creencia de que la mujer se debe al hogar, al marido, a quien está subordinada; que su principal función es el cuidado de los hijos, de la casa y las tareas domésticas. Algunas lo reivindican así. Hay otros puntos de vista basados en derechos humanos, igualdad y equidad, valores supremos que nos inspiran.
Las mujeres en la historia de la humanidad han sido consideradas objetos desechables, instrumentos sexuales, seres inferiores en comparación con los hombres. La descalificación, el vilipendio y la invisibilización son recursos utilizados para justificar el menosprecio a sus aportes.
Quienes han redactado la historia, excepcionalmente mencionan en su justa dimensión a una mujer que haya jugado un papel preponderante. En el arte tuvieron que recurrir al uso de pseudónimos para ser reconocidas y aceptadas. Aparentemente hemos sido casi seres contemplativos de los sucesos que han transformado al mundo. Algunos dichos ratifican esta verdad: “atrás de un gran hombre….”; también se les prefiere “calladitas”. En libros sagrados, en constituciones, en verdades asentadas por filósofos, se talló en piedra que ellas no tenían los mismos derechos que los hombres, a quienes se otorgaban facultades para castigarlas, reprenderlas, humillarlas y hasta asesinarlas. Se llegó a afirmar que el peor defecto que podía tener una mujer era ser inteligente o sabia. Hay suficiente evidencia histórica al respecto para quien lo dude.
Eso sí, se apreciaba su valor sexual, como ahora también hace la publicidad, que recurre al cuerpo de la mujer para incitar al consumo de cualquier producto. Los publicistas tienen sus argumentos, que si a ellas les gusta, que asisten masivamente cuando se convoca para seleccionar a las que tienen suficientes “atributos” para aparecer en ropa interior o en trajes de baño; que a la gente le gusta ver “cosas hermosas”, todas excusas para seguir utilizando a la mujer como un producto de venta, no importa de qué.
Los criminales dedicados a la trata de persona también dicen que a ellas les “gusta”. Las parejas golpeadoras las acusan de provocarlos. Los padres delincuentes que violan a sus hijas creen que son de su propiedad. Los jefes abusivos las consideran objetos de trabajo. Los empleadores les pagan menos que a los hombres, aunque el rendimiento y el cargo sea el mismo. En la antigüedad las mujeres no eran de fiar.
Hemos conquistado derechos, hay cambios, pero van muy lento. Las mujeres en Guatemala cargan con el peso de la pobreza, de la exclusión, de la discriminación y de la familia. Esta transformación indispensable requiere de la acción de todos y todas, de la sociedad y del Estado, para transitar hacia el pleno reconocimiento de la igualdad.
Todo cambio asusta, se niega, luego se acepta y se promueve. Eso esperamos de quienes tienen en sus manos poderes de decisión. Los cambios en el Vaticano son alentadores, el Papa Francisco ha destacado el papel de la mujer.
Saludo con respeto a mis congéneres, celebro su existencia, reclamo su visibilización plena y les auguro la felicidad que merecen.