Juan Castellano
Llevaba meses preocupado por cómo serían mis relaciones sexuales una vez jubilado. No es una preocupación que se pueda compartir abiertamente con amigos, al menos yo no tenía una amistad con la que compartir esta inquietud, ni hombre ni mujer, y en mi entorno profesional han sido muy frecuentes las historias de parejas deshechas cuando se acaba la vida laboral y toca compartir más horas de vida en casa.
Hasta ahora no me ha ido mal en las relaciones con las mujeres, una vez superados los balbuceos de la juventud, en una época en la que no estaba bien visto demostrar afectos en la calle o en los transportes públicos, en la que era difícil conseguir barreras anticonceptivas y la marcha atrás era la fórmula más socorrida hasta que llegaba el embarazo no deseado.
Pero gracias a la posibilidad de ver cine erótico cruzando la frontera descubrí que se trataba de algo más que satisfacer un instinto primario y después echar un sueño sin preocuparse por los sentimientos de la pareja. Hay que tener también en cuenta que me refiero a una época donde imperaba el machismo institucional complementando el personal, y las mujeres tenían aún menos libertad que los hombres.
El caso es que venciendo las dudas, aprovechando un chequeo general, comenté esta preocupación con mi médico de cabecera, y pude comprobar que sí se puede hablar de la vida sexual en un centro de atención primaria, aunque solo de la parte física, porque salí de la consulta con una receta para conseguir más fuerza y resistencia en el momento crucial, y evitar esas miradas de desencanto que había advertido en algunos de mis últimos encuentros amorosos.
Así que solo me queda por resolver eso que ahora sabía que llaman “relaciones egoístas”, en las que solo te preocupas de quedarte a gusto y te despreocupas de si tu pareja también lo consigue.
Lo de las relaciones egoístas lo había detectado gracias a las películas y series de la tele en las que el sexo casi parece explícito, y que según algunos comentaristas de cine sí que lo ha sido en algunas ocasiones memorables en que los actores se han dejado llevar con la complicidad del director, o al menos algo así me pareció entender en reseñas recientes sobre alguno de los encuentros de Tom Cruise con Nicole Kidman en “Eyes Wide Shut”, dirigidos por Stanley Kubrick, cuando eran pareja también en la vida real.
Pero la solución la encontré después de ver en algunos programas dedicados al sexo cómo se presentaban directamente juguetes eróticos, las posibilidades que ofrecen para satisfacer a la pareja, y que internet ofrece múltiples enlaces donde comprar un vibrador, una anilla vibradora o un estimulador de clítoris o algún otro tipo de vibrador, por citar algún juguete sexual de los más solicitados por las personas que hacen consultas en línea a sexólogos.
Pero no solo de vibradores clásicos viene el éxito. Tienes que asumir que al llegar a cierta edad necesitas maestría suficiente como para conseguir que tu pareja llegue al clímax dos o tres veces antes de perder el control, y para eso es necesario conseguir su complicidad para que acepte los juegos eróticos.
Por si resulta de utilidad saberlo, en mi caso lo conseguí con comentarios iniciales sobre escenas amorosas en las sesiones delante de la pantalla después de la cena o en las vespertinas de los fines de semana en los que se puede aprovechar el tiempo en una siesta erótica si funcionan las insinuaciones preliminares, porque resulta que tanto ellas como nosotros tenemos fantasías por cumplir.
Y si de verdad te propones que el corazón de tu pareja palpite desenfrenado resulta que no es tan difícil. Y poder sentir esa piel palpitante con la patina de sudor que aterciopela el vello corporal es muy gratificante.
Además, abres su mente a muchas otras posibilidades para satisfacer fantasías eróticas, de las suyas y de las tuyas.
[…] Sentir su piel palpitante con la patina de sudor que aterciopela el vello corporal […]
pocas veces he leído un artículo tan descafeinado y zonzo como este… su lectura no deja nada… es la vacuidad más absoluta