En la nave reina el desconcierto y la desolación, las noticias que nos llegan desde la Tierra son muy difíciles de asimilar. Este proyecto nació como una evolución natural de las Naciones Unidas, se creó la Federación como respuesta a las distintas derivas autoritarias que se venían observando en algunos pequeños países.
El conocimiento espacial fue la excusa perfecta para crear este organismo supranacional en el que todos los países tendrían cabida siempre que se respetaran las normas básicas de la convivencia y el derecho internacional.
No ha sido un camino fácil para nada, ha estado salpicado de roces, disputas, envidias, pequeños boicoteos y chantajes, pero mal que bien hemos podido ir cumpliendo con los objetivos marcados, la exploración de nuestro sistema solar, a medida que íbamos desarrollando nuevas tecnologías que nos permitían ir cada vez más rápido y más lejos en nuestros desplazamientos como los motores de esporas o de curvatura para, como decían mis maestros, «explorar mundos nuevos y extraños, buscar nueva vida y civilizaciones, ir audazmente donde ninguna persona ha ido antes».
Sin embargo, de unos años para acá las potencias terráqueas más importantes han ido abandonando este sueño de unidad y fraternidad humanitaria. Es verdad, que no empezó muy bien cuando esas potencias se reservaron capacidad de veto en las decisiones más importantes del Consejo de Seguridad, pero ahora se ha llegado al extremo de ir abandonando los compromisos de financiación, investigación y desarrollo para centrarlos en su propios intereses.
Mal se puede continuar con un proyecto internacional si sus potencias más importantes no sólo no se implican sino que van en contra de sus principios fundacionales. Esta misión, pero sobre todo las Naciones Unidas, nacieron para que los conflictos entre países se resolvieran de modo pacífico mediante el diálogo y el acuerdo.
Rusia, gobernada con mano de hierro por el autócrata Vladimir Putin, posiblemente porque se sintiera agraviada y amenazada por la expansión de la Alianza Atlántica hacia los países del este, decidió invadir en 2014 la península de Crimea, en Ucrania, territorio que consideraba medio suyo al haber formado parte de la Unión Soviética, y poco se pudo o se quiso hacer.
En 2022 siguió la invasión y agresión por el este del resto de ese país, Ucrania, en este caso sí hubo un fuerte contestación internacional a una guerra que ha llegado hasta ahora y que no sabemos como acabará, pero con riesgo cierto de que toda Europa pueda ser arrastrada al conflicto bélico.
Israel, con el apoyo incondicional de los Estados Unidos, sigue masacrando al pueblo palestino, violando constantemente todas las resoluciones de las Naciones Unidas y el derecho internacional. La última ocurrencia de su socio americano es expulsar a toda la población de Gaza de su tierra para convertir ese lugar en un resort gigantesco de todo incluido, quieren, sobre la sangre del genocidio cometido contra los gazatíes, construir hoteles de lujo con vistas al Mediterráneo. Sonaría a broma de mal gusto si no fuera porque su impulsor es el imprevisible y peligroso Donald Trump.
Donald Trump es quizás el personaje más maléfico de este desastre que se nos avecina, presidente condenado judicialmente, que ha decidido expulsar a miles de inmigrantes sin respetar lo más mínimo cualquier garantía judicial o de derechos humanos. Que cambia unilateralmente la denominación de lugares internacionales, que pretende ocupar por la fuerza el Canal de Pamamá, anexionarse Groenlandia, y que Canadá se convierta por su voluntad, la de Trump, en otro estado más de los USA.
Ese presidente, y esa nación, que abandona los organismos internacionales que velan por la salud, que luchan contra el calentamiento global, que sustenta la ayuda internacional al desarrollo y que cubren las necesidades básicas de los países más desfavorecidos condenándolos con su abandono a una muerte segura.
Ese presidente que ha dinamitado todas las reglas del juego internacionales desde el comercio hasta la seguridad. Ese presidente que ha echado a la calle a miles de funcionarios sin el más mínimo respeto a sus garantías laborales. Que ha decidido suspender todos los programas de investigación para el desarrollo de vacunas o ha dejado a la NASA reducida a su mínima expresión y en manos del descerebrado Elon Musk, un hombre con inmenso poder sin haber pasado por ningún tipo de filtro democrático.
Europa se enfrenta a un dilema crucial para su supervivencia, para salvar el modelo de democracia y bienestar que tanto nos ha costado construir.
Frente a estos matones internacionales tan poderosos qué respuesta podemos dar, qué respuesta debemos dar: ¿Debemos entrar en su juego y aumentar nuestro poderío militar para confrontarnos y defendernos en un campo de batalla real o virtual, o debemos buscar la defensa de los valores democráticos y de los derechos humanos buscando alianzas en el resto de países del mundo para poder parar a estas inmensas potencias que han perdido el juicio?.
No sé qué pensar, pero me temo que nos jugamos el futuro, no sólo nuestro sino el de las siguientes generaciones. O autoritarismo o democracia. Creo que, como pasó ayer en Italia debemos salir a la calle para defender la idea de Europa, para sentirnos europeos.
Esta nave que depende de la cooperación internacional, que depende de las estaciones de seguimiento situadas por todo el planeta, podrá quedar a la deriva y con ella parte de las esperanzas de la humanidad si estos personajes siguen gobernando nuestros designios.