La otra casta: empresarios depredadores
Insistimos en el tema del lenguaje por considerarlo fundamental a la hora de analizar la pasividad, sometimiento y frustración de gran parte del pueblo español, lo que genera incapacidad para la necesaria respuesta que debiera manifestar frente a la explotación y desinformación al tiempo de que es víctima.
En el siglo XIX Carlos Marx argumentó certeramente que «la religión era el opio del pueblo». La mayoría de las clases bajas, y sobre todo mujeres y ancianos -las tabernas eran las iglesias de los trabajadores- incluso de pequeños industriales y profesionales y desde luego campesinos, empleaba su tiempo libre en acudir a los templos, celebrar las fiestas religiosas y participar en público o en privado en las ceremonias, ritos y dogmas impuestos por el clero. Prédicas, oficios religiosos y catecismos conformaban las escasas horas del ocio actuando como cloroformo para la cultura y el pensamiento de los pueblos.
El desarrollo de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías impone en nuestro tiempo otras formas de alienación colectiva, con menor olor a muerte, sacristía y añejos hábitos pero de efectos igualmente paralizantes y nocivos para la libertad de los ciudadanos, que encima se creen protagonistas de una cultura colectiva y de progreso por los medios técnicos que utiliza, no entrando en el análisis de los intereses y fines de esos poderosos grupos mediáticos que la dominan precisamente para convertirlos en masa sometida, obediente, a la que van extirpando la capacidad de raciocinio y sometiéndola, ocupando todo el tiempo que les queda fuera del trabajo con sus «espectáculos» musicales, literarios, o festivos, vulgares, anodinos y descomprometidos de la auténtica realidad en que viven, buscando no piensen en ella y procurando se aturdan con la vocinglería de los deportes, fiestas cada vez más escatológicas y embrutecedoras y músicas enloquecedoras, buen narcótico para que no se piense ni se ejerza la imaginación, la diferencia, y la lucha para impedir que un puñado de sátapras, corruptos políticos y oligarcas vayan marcando cada vez mayores diferencias de vida entre los que poseen y organizan su vida y ocio con su poder económico y los sometidos a leyes cada vez más restrictivas para la educación, sanidad, y sobre todo trabajo y formas de vida.
Paraíso e infierno: islas lujosas y ciudades cada vez más concentracionarias, castas privilegiadas y masas que las alimentan: las clases cada vez más se van distanciando de ese «estado del bienestar» que un día las luchas y revoluciones propugnaban para todos los ciudadanos.
El lenguaje: ellos, los que dominan lo imponen. Tomemos por ejemplo la palabra «crisis». Repetida una y cien veces, los ciudadanos la interiorizan, hacen suya y repiten como dogma de fe, como en su día aceptaron el de la Santísima Trinidad. Crisis. ¿Cómo, por qué se produce? Como si fuera caída del cielo. De ahí otra frase empleada hasta la saciedad: «Con la que está cayendo». Sigue el cielo siendo responsable de la situación. Una tercera frase escuchada día tras día, empleada por el Presidente del Gobierno, Ministros, empresarios y políticos: «con el sacrificio de todos los españoles». Y gracias a ese «necesario sacrificio», o a «arrimar el hombro», los españoles han de aceptar que les bajen los salarios, les ofrezcan contratos basuras, les despidan de sus trabajos sin explicaciones, les suban impuestos y les recorten prestaciones sociales: en sanidad, educación, cultura, derechos de las mujeres… porque, han dicho los que mandan «todos hemos de sacrificarnos y apretarnos el cinturón». Naturalmente no hablan de como los grandes empresarios han obtenido más beneficios estos años de «crisis» que cuando éstas no existían, que los bancos, tras apropiarse sus ejecutivos de miles de millones y estar inmersos en desfalcos, corrupciones, fuga de capitales, evasión de impuestos, han sido refinanciados con «el sacrificio de todos los españoles».
El lenguaje no es inocente. Víctor Klemperer, teórico y profesor alemán escribía en su obra La lengua del Tercer Reich:
«El nazismo se introduce en la carne y la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponían repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico»
Esta utilización del lenguaje bien la conocen quienes controlan la información y la cultura del ocio. Con el deporte -el fútbol como catecismo supremo- los cotilleos sensacionalistas, los sucesos, música y literatura de usar y tirar. Lo que buscan es eliminar el pensamiento, la capacidad crítica para enfrentarse a la auténtica crisis, no casual, sino provocada, que vivimos: la impuesta por el feroz capitalismo bajo el que somos cada vez menos libres, independientes y humanos.
La otra casta: empresarios depredadores
Algunos llevamos tiempo hablando de la «casta política» tal como ahora lo hace Pablo Iglesias. Y eso indigna a quienes se instalaron desde la tra(ns)ición en ella. Acomodados, corruptos, embaucadores, son quienes crean el espejismo de la democracia e intentan con su lenguaje torticero hacer creer a los ciudadanos que ellos les representan y cuanto hacen es en su beneficio.
Pero existe otra casta de la que se habla menos y que tiene más poder y a la larga resulta más nefasta: la casta empresarial. Escuchando hablar por ejemplo a los dirigentes de los grandes bancos o a quienes presiden las organizaciones empresariales, pensamos que esa casta emplea un lenguaje «terrorista» para imponer sus condiciones leoninas de trabajo y de existencia que lógicamente solo a ellos les beneficia. Lo terrible es que no sean denunciados y combatidos hasta impedir que al menos aparezcan todos los días burlándose de quienes les escuchan, dado que dominan todos los medios de comunicación y salvo críticas aisladas son respetados y hasta paseados como hombres y mujeres importantes, españoles de primera clase.
La ultraderecha contra Pablo Iglesias
Seguimos hablando del lenguaje. Porque Pablo Iglesias no gobierna, ni dicta leyes, ni tiene poder para cambiar las condiciones de vida y los sufrimientos y explotación de que son víctimas los españoles. Simplemente habla, sea en televisión, en prensa, en las reuniones y concentraciones de quienes aceptan escucharlo. Y su lenguaje es diferente al mentiroso y corrupto que se emplea normalmente en los medios, los mítines o las comparecencias públicas. Con él denuncia y propone cambios concretos, sociales y políticos. No acepta sumisiones, traiciones, ni engaños como los que a todas horas propugnan la casta empresarial, política y tendríamos que hablar también de la casta periodística e intelectual. Y por ese simple hecho de usar un lenguaje diferente, se desata una feroz y miserable campaña contra él por parte de quienes por mucho que se disfracen de personas democráticas no dejan de ser ultraderechistas en sus concepciones ideológicas y prácticas políticas. Gentes ante cuyas palabras uno solo siente el deseo de salir huyendo, esconderse donde no pueda ver sus rostros ni recibir sus palabras para que la náusea no le atore la garganta. Sean mujeres, Cospedal, Aguirre, Sáenz de Santamaría, u hombres, Cañete, Montoro, Gallardón… Y hasta para culminar la decadencia del socialismo, Felipe González.
La «caza» de Pablo Iglesias se hace por quienes reencarnan la Inquisición que propagan los Rouco Varela políticos.