Ha tenido que pasar más de cinco años en el Parlamento Europeo y no sé cuántas horas en la vida orgánica de un partido político para que el catedrático Francisco Sosa Wagner se haya dado cuenta que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace en ese ámbito. O para que se haya hartado de sufrirlo.
Sosa Wagner, un intelectual de los de pajarita en ristre, ha renunciado a su acta de diputado europeo porque las huestes de UPyD se le han echado encima por tener la capacidad de realizar una propuesta, la de promover un acuerdo con Ciudadanos sin haber contado con el visto bueno de la oficialidad.
Ese mismo partido que se creó para combatir el bipartidismo y la partitocracia, el dominio de los aparatos sobre las conciencias y defender las opiniones libres y la participación de sus militantes.
El rodillo del “aparatik” le ha pasado por encima a uno de los principales referentes de UPyD por hacer una propuesta: “Es preciso unir esfuerzos y lograr un acuerdo entre los pequeños partidos constitucionales para acudir a las elecciones locales, autonómicas y generales”
Sosa Wagner ha cometido la osadía de pensar y, además, el delito político de hacerlo público, de difundir sus ideas.
A Sosa Wagner se lo han llevado por delante como lo hubiesen atropellado en cualquier otro partido contaminado de prepotencia de su aparato, de aquellos que se dicen llamados a mantener la ortodoxia y que sólo aspiran a mantener su cacho de poder.
Con la salida de Sosa Wagner se apaga en la política una luz de intelectualidad, de la que tan carente está nuestra clase política, sí nuestra casta política, esa que parece que ha descubierto Podemos pero de la que ya alguno hablábamos un año antes de las elecciones europeas pasadas, pese a que entonces tampoco era como descubrir la pólvora, aunque hay a quien le gustó el titular de entonces y lo utiliza ahora.
Pero el adiós de la política de Sosa Wagner también es un termómetro de la libertad de expresión en España. Si alguien padece por lo que piensa y porque lo manifiesta, el siguiente paso es que se intente que se adhiera al pensamiento único, que no es que haya una sola opinión, sino que solamente vale lo que piensa uno, al que los demás deben rendir pleitesía.