Vigésimo octavo día del primer mes de 2024. En los periodos en los que orbitamos la Tierra y se hacen labores de mantenimiento la mayoría del personal aprovecha para bajar en los transbordadores y hacer escapadas a tierra firme. El tren sería ideal frente a las velocidades espaciales.
Hacía tiempo que queríamos volver a uno de esos lugares de donde nunca te deberías marchar. Cádiz. Un prodigio de ciudad, situada en un lugar privilegiado y habitada por gente que hace miles de años aprendió a vivir.
Nos esperaban una pareja a la que siempre hemos querido, Antonio Cantizano, viajero en el tiempo, habitante de todas las épocas gaditanas, humanista y renacentista, un lujo de amigo, y Mari Trini Campe, pintora, nacida en el mismísimo Cádiz y, no por casualidad, mujer carnavalera y seria observadora de la ciudad que plasma en sus cuadros, otro lujo.
Cualquier persona que visite esta ciudad quedará atrapada, no sabrá si en la época fenicia, en la tartesa, en la romana, en la visigoda, en la musulmana, en la de las Américas, en la de la Pepa (Constitución que apenas fraguó pero que sería semilla de las que vinieron después) o en la actual, pero sin duda, en alguna de ellas se quedará.
Cádiz no tiene pérdida, se encuentra en su bahía y en su paseo marítimo, de Puerta Tierra para dentro, hasta el final en La Caleta, flanqueada por el Castillo de San Sebastián y el de Santa Catalina, donde algunas noches de verano se puede escuchar el tributo a Sabina que hace Keny Castellano.
Pocas ciudades se han protegido tan bien del horror especulativo de la construcción que ha asolado este país. Perderse por su calles acompañados de Mari Trini y Antonio es descubrir toda su historia y todos sus chismes, saber que un barrio entero se llama el Mentidero, y que junto a los de La Viña, el Pópulo y Santa María hacen de la ciudad un pueblo en el que todos se conocen, al menos de vista.
Cádiz mantiene en tierra la arquitectura de su esplendor, la de los siglos diecisiete, dieciocho y diecinueve, en la que fue centro del mundo, el comercio marítimo que venía de ultramar tenía aquí una de sus entradas y salidas de Europa. Toda la ciudad era puro comercio y quedó plasmado en sus edificios. En sus entrañas ha seguido guardando los secretos de todas las civilizaciones que han ido pasando y que con el debido conocimiento se deben visitar.
En las casas de esos comerciantes se hallan varias particularidades que las hacen muy valiosas y especiales, y ha sido un acierto que se hayan podido mantener, ese es el encanto de esta ciudad junto con su gente.
Las fachadas de esta casas, algunas verdaderos palacios, se presentan con sus imponente fachadas, balconadas y hermosas puertas de maderas nobles. El interior se dispone alrededor de los patios con suelos ajedrezados, columnas y deambulatorios donde se situaban los almacenes de los comerciantes. En el primer piso los aposentos de los dueños; en el segundo, los del personal de servicio. Y coronando las casas, las terrazas, las torres.
Las torres de esas viviendas hacen que sea Cádiz un lugar más especial aún. Como hemos dicho, en la época de mayor esplendor de esta ciudad estaba habitada por comerciantes de todo tipo de productos que venían de América y de las Indias orientales, productos de mucho valor que generaban una inmensa riqueza. Estos comerciantes debían controlar sus barcos, y los de los otros, sus idas y venidas, y para ello establecieron en los tejados de sus casas las torres vigías.
Hay cuatro tipos de torres, la de terraza con planta cuadrada y cubierta plana con pretiles de protección; las de sillón, en las que la terraza anterior se dividía en dos mitades, una más alta que otra; las de garita, una terraza cuadrada con una garita poligonal coronada por una cúpula que se situaba en una de las esquinas y protegía al vigilante de las inclemencias; y por último la mixta, que combinaba las tres anteriores.
Las torres son un tesoro para la ciudad, quedan unas ciento treinta y tres, a cual más bonita y especial, se pueden ver la mayoría de ellas desde la calle, pero, sin duda, donde mejor se aprecian es desde las propias alturas y para ello se puede visitar la Torre Tavira, las vistas de toda la ciudad, de las torres y del mar por todas partes son sencillamente espectaculares. Queda un secreto para cuando suban a la torre.
Acérquense a Cádiz y verán que no exagero, que diría nuestro admirado Carlos Cano.